5 estrategias para recuperar nuestra hegemonía digital
¡Basta ya de miseria y catastrofismo! Queremos compartir cinco grandes ideas para impulsar una revolución digital para el bien de todos y no solo de los más ricos.
¿Qué pasaría si los usuarios de Facebook fueran los propietarios y gestores de Facebook, o si los conductores de Uber fueran los dueños de Uber? ¿Qué cambiaría y cómo podemos llegar hasta ahí? Son preguntas a las que intentaremos dar respuesta los cinco autores de los ensayos cortos a continuación. Por el camino concebiremos estrategias para alinear los modelos de negocio cooperativo con las plataformas virtuales de las que dependemos día a día.
Un renacimiento cooperativo en Internet es posible y las herramientas necesarias para lograrlo están cada vez más al alcance de nuestras manos. Pero esto supondrá cambiar los hábitos de financiación y gobernanza que marcan las pautas actuales de la industria tecnológica. También supondrá un cambio en la manera en la que nosotros, los usuarios, elegimos qué herramientas utilizamos y cómo.
—Nathan Schneider
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1: Tres estrategias para unificar las plataformas tecnológicas con el procomún
de Janelle Orsi
¿Creéis que los fundadores le pusieron “Airbnb” porque pensaron que iban a sacar miles de millones de dólares de la nada?
Vale, por mucho que me burle he de confesar que a Airbnb, la plataforma online que permite a viajeros reservar habitaciones y casas privadas fuera del circuito hotelero, no le faltan características admirables. Me gusta que Airbnb haya convertido a innumerables personas en hoteleros informales de andar por casa. Pero, a diferencia de los hoteles convencionales, AirBnB no tendría demasiados activos que vender llegada una liquidación. Se rumorea que la compañía está valorada en 20,000 millones de dólares, pero ese valor reside primordialmente en la lealtad de sus usuarios. Como he dicho antes, es como si hubiera salido de la nada.
Especialmente porque, como mínimo, se me ocurren tres alternativas a Airbnb que inspirarían mayor lealtad entre el populacho. En breve conoceréis a Co-bnb, Munibnb, y Allbnb. De momento no existen pero podrían ser muy reales, ¡y tanto!
Las tres llevan el “procomún” en el alma. De momento, mi definición preferida de la palabra “procomún” proviene del escritor David Bollier. Parafraseando, el procomún surge cuando un grupo de personas decide gestionar un recurso colectivamente, prestando especial atención a que el acceso sea equitativo y que se cuide para generaciones venideras. Mucho mejor que “unos cuantos tipos gestionan un recurso con vistas de ganar miles de millones de dólares”.
En la actualidad, dependemos de plataformas de software para acceder al trabajo, a la información e incluso unos a otros. Las plataformas tecnológicas son los campos metafóricos donde pastan nuestras ovejas y nos reunimos en comunidad, pero normalmente solo tras pagar “dividendos” a grandes empresas. Un informe de Oxfam ha revelado que las 85 personas más ricas del mundo poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la población mundial. Tenemos dos opciones: o seguir utilizando plataformas que ensanchan las desigualdades monetarias o construir plataformas tecnológicas basadas en el procomún. Aquí tenéis varios ejemplos de la segunda.
Co-bnb, como me gusta llamarlo, podría ser un mercado virtual propiedad de la gente que alquila su casa a viajeros y controlado por ella. Podríamos describirlo como “una cooperativa de propietarios autónomos”, un término posiblemente ideado por Josh Danielson, fundador de Loconomics.com. Loconomics ha comprado todas las acciones de la empresa para convertirse en una corporación cooperativa bajo el control de los trabajadores autónomos que utilizan la plataforma para ofrecer servicios como el cuidado de niños, la limpieza doméstica o el paseo de perros. La razón de ser de Loconomics no es sino potenciar la viabilidad del trabajo autónomo y, ¿quién mejor que los propios autónomos para lograr este cometido?
Dentro de poco, un 40% de la fuerza laboral estadounidense serán trabajadores autónomos y muchos de ellos se ganarán la vida sumando ingresos de varias fuentes. No podemos permitir que empresas como Airbnb, Uber y TaskRabbit se queden de un 5 a un 20% de los ingresos de estos autónomos. Si estas empresas siguen controlando las oportunidades laborales cruciales, no dejarán de ajustar los algoritmos de búsqueda, las estructuras tarifarias y los términos de servicios para extraer aún más de los trabajadores. En mi artículo “Ha llegado la hora de la verdad para la economía colaborativa”, describí la manera en la que empresas como AirBnB podrían convertirse en cooperativas, o ser reemplazadas por ellas. La propiedad y el control compartido son elementos decisivos si realmente queremos una “economía colaborativa” digna de ese nombre.
Munibnb me vino a la mente al darme cuenta de que las plataformas de alquiler de hogares también podrían servir para cuidar otros recursos que —hasta cierto punto— pertenecen a ese ámbito del procomún gestionado por los municipios, como la oferta de vivienda, la infraestructura pública y la riqueza derivada de quienes visitan la ciudad. Imagina que 20 o más ciudades colaborasen para desarrollar un software (“Munibnb”) con toda la funcionalidad de Airbnb y que, a continuación, decretaran que todos los alquileres de estancias cortas tendrían que gestionarse a través de la plataforma municipal. Este hackeo no es una idea descabellada si tenemos en cuenta el poder regulador de los municipios. Airbnb no podría competir, porque utilizar Airbnb sería ilegal (de la misma manera en la que las leyes de gestión del suelo urbanística suelen prohibir el establecimiento de hoteles en áreas residenciales).
Las ciudades juegan un papel crucial en la gestión de la oferta de vivienda. Los alquileres frecuentes a huéspedes de estancias cortas sustraen habitaciones y unidades del mercado inmobiliario, agudizando la escasez y aumentando el precio de los alquileres en ciudades como San Francisco. Con Munibnb, los municipios no tendrían dificultad en imponer e implementar límites en la cantidad de noches disponibles; imponer tasas que fluctúen en concordancia con las escaseces inmobiliarias y, en general, gestionar el mercado de alquiler de estancias cortas para asegurar una dinámica y un suministro de recursos equitativos.
Es más, los porcentajes que normalmente extrae Airbnb podrían quedarse en manos de los anfitriones o invertirse en el municipio. ¿Vamos a permanecer impasibles ante la fuga de millones de dólares en ingresos turísticos para ensanchar los bolsillos de accionistas corporativos? ¿No sería preferible fomentar la alternativa que ofrece Munibnb?
Allbnb [Todosbnb] guardaría similitudes con Munibnb, pero debería su fama al hecho de que todos los residentes del municipio recibirían dividendos anuales. Todos los habitantes de Alaska perciben un dividendo anual de entre 1000 y 2000 dólares, cortesía del Fondo Permanente de Alaska, organización dedicada a recaudar aranceles derivados de la extracción de minerales. Como metáfora, la “extracción de minerales” poco tiene que hacer frente a aquellos “campos metafóricos donde pastan nuestras ovejas” de los que hablamos antes, pero ¿no os parece extractivo que todos estos desconocidos lleguen a nuestros barrios para ocupar nuestras plazas de aparcamiento y contribuir a la escasez de viviendas? “Allbnb” podría funcionar como consorcio municipal con el que impulsar una ciudad vibrante caracterizada por un parque inmobiliario heterogéneo. La distribución de dividendos garantiza una distribución más equitativa de las rentas turísticas y alinea a la ciudadanía estratégicamente bajo el objetivo de proteger la vivienda. Cuando la vivienda escasea, Allbnb podría subir los aranceles de cada alquiler, distribuyendo así dividendos más altos a la ciudadanía y presionando a los huéspedes a abrir sus habitaciones a inquilinos de larga estancia.
Según mis cálculos Allbnb podría aportar entre 10 y 30 dólares al año para cada habitante de San Francisco. Parece poco, pero podríamos empezar a gestionar muchos recursos siguiendo el mismo modelo. Todos recibiríamos dividendos de cuantiosas fuentes, sumando así una especie de renta básica universal. Peter Barnes, autor del maravilloso libro With Liberty and Dividends for All [*] propone pagar dividendos universales por la utilización o contaminación de recursos esenciales como la atmósfera (hablando de sacar miles de millones “de la nada”…). Allbnb podría ser un proyecto piloto a pequeña escala para esos dividendos.
La gente no suele concebir las cooperativas, los municipios o los consorcios como calderos de innovación tecnológica. Pero mientras permitamos que las compañías con ánimo de lucro monopolicen la innovación, toda la innovación se plegará hacia los intereses de accionistas dedicados a la extracción de plusvalías. Reorientemos la tecnología para que sea útil para todos.
[*] With Liberty and Dividends for All [Con libertad y dividendos para todos], Peter Barnes, Berrett-Koehler Publishers; 2014. Web del libro.
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2: ¿Tu jefe digital te está haciendo trampa?
Por Frank Pasquale
Imagina no tener que lidiar con un jefe humano nunca más. Los proyectos de trabajo llegarían a tu bandeja de entrada sin mayores inconvenientes. Podrías tomarlos o rechazarlos según quisieras. ¿Se te antoja un día libre? Suficiente con que no respondas a los correos. Liberado de la trituradora de 9 a 5, tendrías la posibilidad de trabajar cuando quisieras.
Los ejecutivos de las nuevas plataformas de trabajo dicen que el futuro es ahora. Nos muestran a sus conductores, servidores y acarreadores mucho más libres que los trabajadores ordinarios para ubicarse donde sus talentos se aprecian mejor (con acuerdos por día o incluso por horas). Es la versión de Silicon Valley de las leyes sobre el “derecho a trabajar”.
Aún así, alguien tiene que decidir quién se queda con las asignaciones principales, o siquiera con algún proyecto. Esas decisiones, alimentadas en parte por las opiniones de los clientes, están mediadas por código informático. Pero, ¿qué sucede cuando el software no es accesible para otros que no sean esos altos directivos y los ingenieros que lo desarrollaron (quienes a su vez están comprometidos mediante acuerdos de confidencialidad a no revelar jamás qué escribieron, o por qué lo hicieron)?
Es una situación que propicia la explotación, si es que otras experiencias con “cajas negras” de algoritmos online sirven como ejemplo. Facebook es un intermediario crucial entre los periodistas y los lectores actualmente, pero es casi imposible para el lector promedio (incluso para los medios pequeños) mantenerse al día con todos los cambios que la compañía hace a EdgeRank, el algoritmo que decide cuáles son las publicaciones que ocupan los primeros lugares de la sección de noticias, y cuáles terminan en las sombras.
El investigador Christian Sandvig ya ha documentado muchos ejemplos de “personalización adulterada” en los que las decisiones sobre configuración/algoritmos están diseñadas, más que al servicio de los usuarios o de los medios, para aumentar las ganancias de los accionistas de Facebook. Para los que resultan perjudicados por sacudidas algorítmicas o recopilaciones de datos irresponsables, las posibilidades de desafiar a los monstruos de la red son mínimas, si siquiera existentes.
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«¿Qué sucede cuando el software no es accesible para otros que no sean esos altos directivos y los ingenieros que lo desarrollaron (quienes a su vez están comprometidos mediante acuerdos de confidencialidad a no revelar jamás qué escribieron, o por qué lo hicieron?»
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Los mismos problemas están surgiendo en el “mundo real”, dado que los métodos algorítmicos automatizan la distribución de oportunidades en las plataformas corporativas. Por ejemplo, consideren cuán fácil resulta que por mera irritabilidad o despecho (ya sea de un pasajero de Uber o de un directivo de la empresa) se pueda condenar a un conductor. El sitio web Uber Driver Diaries [“Diario de conductores de Uber”] tiene infinidad de historias sobre gente desconcertada por descensos repentinos en sus estatus. Cuando una décima de punto puede ser la clave para llegar a fin de mes, lo que se pone en juego con las calificaciones digitales es grande. Pero muchos temen reclamar por sus estatus; si te quejas mucho puedes terminar etiquetado como un “cascarrabias”, o algo peor.
Estos problemas son cuento viejo para aquellos que confiaron en Google para mejorar el tráfico de sus sitios web. Metafilter se quejó recientemente debido a un cambio en un algoritmo de Google que diezmó las visitas a su sitio y fue causa de despidos. El dueño de 2bigfeet.com, oriundo de Georgia, dijo que cuando Google penalizó su sitio, fue como si el Departamento de Tráfico hubiera borrado los caminos a su tienda. Otro minorista online, GourmetGiftBaskets.com, relató haber pasado por un “confesionario de Google” luego de que en Mountain View se sospechara que estaba utilizando la optimización de motores de búsqueda de forma inapropiada. Una vez absuelto, su sitio volvió a trepar en los rankings y parece estar a salvo ahora, o al menos hasta que una de las tantas sucursales conglomeradas de Google decida entrar al mercado de las cestas de regalo.
Los autos reales, las habitaciones y las personas parecen mucho más difíciles de manipular que un par de caracteres sobre la pantalla. Pero la interfaz, entre empleador y trabajador, o pasajero y conductor, es el pegamento crucial que mantiene las economías de plataformas juntas. No tengo la menor idea de cómo Uber me designa un conductor, ni él sabe cómo me designaron a mí como su pasajero. Y si Uber se quiere meter con alguno de nosotros, no hay mucho que podamos hacer al respecto.
Eso debería cambiar. El Centro de Información Sobre Privacidad Electrónica impulsó una campaña por la “transparencia algorítmica” para terminar con la construcción confidencial de perfiles, tanto de consumidores como de trabajadores. Todos los que participamos de la nueva economía de plataformas merecemos tener la posibilidad de entender exactamente cómo se generan nuestros perfiles. Y nos corresponde el derecho a inspeccionar, comentar y corregir errores o incluso calificaciones negativas. Es una parte fundamental del debido proceso tecnológico. Y sería mucho más fácil de implementar en redes cooperativas, sujetas al gobierno de sus miembros, que en el conjunto actual de plataformas corporativas. Mientras estén comprometidas con las demandas especulativas de Wall Street de escaladas rápidas, simplemente no podrán permitirse ser justas o abiertas.
Los escépticos pueden argüir que los trabajadores y los consumidores no tienen tales derechos en el mundo real, ¿por qué entonces garantizárselos en esta economía nueva y volátil? Hay varias respuestas evidentes. En primer lugar, la concentración de poder en compañías gigantes como Uber o AirBnB es algo nuevo en sectores como los de servicios de automóviles o alquiler de habitaciones. Su pujanza exige una respuesta bien estudiada. En segundo lugar, escuchamos permanentemente cómo la desintermediación de internet permite reducir costos. Entonces, ¿porqué no invertir un poco de esas ganancias en asegurar la supervivencia de los principios básicos de anti-discriminación, debido proceso e integridad de reputación en la transición hacia una economía más digital? ¿Dónde está escrito que cada centavo excedente debe ir directamente al fideicomiso de algún inversionista de riesgo en las Islas Caimán?
La economía de plataforma en su estado actual no es el “sueño americano” ni es trabajo justamente remunerado: es una lotería. Es de lo más extraño ver cómo alguien se vuelve billonario a partir de escribir código un par de semanas y de acertar con el efecto de red en el momento y el lugar oportuno. Pero las demandas del capital especulativo no deberían ser el principio rector detrás de la economía de plataforma. Es necesario que traduzcamos valores más viejos, de juego limpio y transparencia, a entornos nuevos. Y solo podremos responsabilizar a esos sistemas si somos capaces de comprenderlos.
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3: Poder para el pueblo (no para la plataforma)
Por Nathan Schneider
Me tomó un tiempo, al principio, entenderlo. Estaba compartiendo un apartamento de Airbnb hace unos meses con el activista (y prófugo) catalán Enric Duran, tratando de entender los detalles de su último esquema hacktivista, FairCoop. La idea es construir un nuevo sistema financiero global para cooperativas con la ayuda de FairCoin, una criptomoneda al estilo de Bitcoin. He pasado mucho tiempo con hackers dedicados a las criptomonedas, pero algo acerca de cómo él describió su proyecto fue diferente. Fue extraño. No parecía estar enamorado de sus algoritmos.
Al fin me quedó claro lo que tendría que haberme resultado evidente desde un principio: las organizaciones en la trama que constituiría FairCoop eran más importantes para él que el código de FairCoin, que era simplemente un componente interesante. Podría incluso llegar el día en que FairCoop ya no lo necesite. Esto representa un cambio de mentalidad que supone un golpe bajo a los ídolos de la cultura tecnológica: se aleja del “solucionismo” obsesionado con los gadgets y se orienta hacia una genuina producción entre pares basada en el bien común.
Normalmente, esto es lo que uno encuentra cuando se topa con estas nuevas plataformas descentralizadas de dinero digital: un desarrollador copia el código fuente abierto de Bitcoin, luego hace unos pequeños ajustes a las especificaciones relacionados con la forma en que se crea la moneda virtual, cómo circula y cuáles son las características adicionales que vienen incluidas. Existen muchos ejemplos. Estos desarrolladores, en general, están muy orgullosos de las características de su moneda, y le dicen a los periodistas como yo que si muchas personas la adoptan, el mundo será un lugar mejor. Construir una comunidad es un medio para este fin: fortalecer la plataforma. Luego, como en el caso de Bitcoin, la comunidad termina siendo víctima de los problemas de la plataforma.
Este ‘plataformacentrismo’ es cuento conocido dentro de la economía virtual. Los inversores de las compañías generalmente son los dueños de la plataforma y quieren extraer tanto valor como fuera posible de aquello que acabe en sus servidores. El objetivo de Facebook es lograr que vertamos cada vez más información personal en su plataforma; lo que eso genere o deje de generar en nuestras relaciones (o nuestras revoluciones) es un mero subproducto destinado a crear valor para los inversores.
FairCoop es uno entre un montón de proyectos nuevos que intentan crear una internet más democrática, una que funcione como bien común global. Estos proyectos incluyen cooperativas de propiedad de los usuarios, compañías de “valor abierto” estructuradas como una wiki y formas de financiamiento basadas en la comunidad. Parte de lo que los diferencia de la cultura tecnológica mainstream es su determinación de poner el control real y la propiedad en manos de los usuarios. Cuando se actúa de esa manera, la plataforma se convierte en lo que siempre debió haber sido: una herramienta para aquellos que la usan, no un medio con el que explotarlos.
“Las características más importantes de este nuevo sistema no están grabadas como algoritmos en el código”, escribieron los desarrolladores de FairCoop. “Por el contrario, se originarán a partir de los aportes humanos y de la participación de todos los miembros”.
El mayor desafío del cooperativismo de plataforma no es de carácter técnico. Las plataformas de economía colaborativa como Uber dependen de aplicaciones relativamente simples. Aplicaciones que se pueden replicar, y que de hecho han sido replicadas. Lo que hace que la competencia entre las cooperativas locales de taxis y Uber sea especialmente difícil es la falta de acceso a inversiones masivas, del tipo capital riesgo, orientadas a atraer usuarios a la plataforma por medio de anuncios, acuerdos de colocación, lobbying y subsidios. El objetivo al que sirve todo esto es, nuevamente, fortalecer la plataforma; Uber está impaciente por reemplazar a todos sus conductores con coches autoconducidos.
Las plataformas como Uber también dependen de un contexto: uno que incluye a gobiernos dispuestos a invertir en infraestructura como GPS, inversores dispuestos a poner más dinero a cambio de propiedad y control y funcionarios dispuestos a ser indulgentes a la hora de las ejecuciones. En la medida en que tanto capitalistas como cooperadores sigan enamorados de la idea de operar como agentes autónomos, condiciones como estas tienen la última palabra en cuanto a qué tipo de empresa triunfa y cuál fracasa.
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«Las plataformas online pueden cambiar la sociedad, pero solo en la medida en que la sociedad existente lo permita. (…) Necesitamos no solo sitios web, sino financiamiento para cooperativas, estructuras legales y cultura de negocio. Las plataformas en sí mismas son la parte fácil «
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Pensemos en Kenia, por ejemplo, un país donde las cooperativas (en su mayoría cooperativas de productores agrícolas y de crédito) suponen casi la mitad del PBI. El movimiento moderno de cooperativas se originó allí como una herramienta del colonialismo británico, y continuó luego de la independencia como cooperativismo organizado por el estado. Hasta hace poco, existía un ministerio entero en el gobierno central dedicado únicamente a regular y promover el sector cooperativo. Las cooperativas mismas, por su parte, tienen una serie de organizaciones a través de las cuales coordinan sus interacciones con el estado.
Cuando visité el Colegio Universitario Cooperativo de Kenia, un campus enteramente destinado a instruir gerentes de cooperativas, la directora anterior de la escuela, Esther Gicheru, me dijo, “tenemos un sector de cooperativas muy pujante aquí porque está rodeado por todas estas instituciones, que se respaldan y refuerzan mutuamente”.
¿Cómo sería una industria tecnológica que propicie el cooperativismo? Las uniones crediticias expertas en tecnología podrían apostar por plataformas cooperativas con mayor valor social. Las ciudades podrían permitir servicios de economía colaborativa que estuvieran prestados únicamente por empresas de propiedad de los trabajadores (tal como Kenia exigió que sus transportes compartidos se cooperativizaran). Quizás los mecanismos generadores de inequidad, como el capital riesgo, podrían prohibirse del todo, obligando a los inversores a colocar sus capitales en empresas en las que los participantes poseyeran más control. Vale la pena recordar, también, que las cooperativas en sí mismas no son una fórmula mágica para terminar con la desigualdad económica; Kenia sigue siendo una sociedad enormemente dispar. A menos que las cooperativas comiencen a retener los principales flujos de capital de las elites, no lograrán mucho más que meterse con los tributarios.
Las plataformas online pueden cambiar la sociedad, pero solo en la medida en que la sociedad existente lo permita. El cooperativismo en red no requiere únicamente plataformas nuevas sino que implicará la construcción de más infraestructura orientada a cooperativas. Necesitamos no solo sitios web, sino financiamiento para cooperativas, estructuras legales y cultura de negocio. Las plataformas en sí mismas son la parte fácil.
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4: La plaza digital
Por Pia Mancini
A finales del 2014, un colectivo fue capaz de algo insólito: las enfermeras de los hospitales públicos presionaron al gobierno de Buenos Aires a aprobar una ley que había permanecido paralizada durante muchos años, logrando así mejorar sus condiciones laborales. Y lo consiguieron sin dejar de trabajar. En vez de ir a la huelga o tomar las calles, se organizaron en una nueva plataforma digital que el municipio estaba probando, llamada DemocracyOS.
DemocracyOS es una plataforma de código abierto para votar y debatir, que permite que los ciudadanos conozcan y discutan las propuestas y expongan cómo querrían que votasen sus representantes electos. La ley de las enfermeras, apoyada por un pequeño partido político con tan solo un escaño, obtuvo 10 veces más votos y comentarios que la versión presentada por el partido mayoritario. Gracias al debate abierto, transparente y público en una plataforma de toma de decisiones colaborativa, un electorado marginal plantó sus reivindicaciones en el mismísimo centro del Congreso.
Esto demuestra cómo reactivar nuestros gobiernos y las plataformas online que utilizamos a diario con solo añadir una pizca de democracia a la antigua.
Formo parte del grupo de activistas y desarrolladores argentinos que empezó a crear DemocracyOS en 2012. Desde enero del año pasado, esta aplicación ha sido utilizada eficazmente por una ONG de Túnez para debatir la constitución y también por grupos de activistas en Ucrania, España, Australia, Canadá, Francia, Chile, India, Puerto Rico y Perú. También ha sido adoptada por Yes in My Back Yard (YIMBY, “Sí en mi patio”), un movimiento comunitario de San Francisco que defiende temas como el derecho a la vivienda asequible. Amy Weiss, participante de YIMBY, se está preparando para presentarse como candidata a alcalde a finales de este año. Gracias a plataformas como DemocracyOS y Nation Builder está librando una batalla impulsada por Internet contra la maquinaria política.
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«Gracias al debate abierto, transparente y público en una plataforma de toma de decisiones colaborativa, un electorado marginal plantó sus reivindicaciones en el mismísimo centro del Congreso.»
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Aunque la utilidad más obvia de las plataformas colaborativas como DemocracyOS es para temas de gobierno, también puede ser beneficiosa para otras organizaciones. Prueba de ello es el cada vez mayor número de personal deslocalizado que ha surgido a partir de plataformas online y que no cuenta con la protección de las plantillas convencionales (el mejor ejemplo son los conductores de Über y Lyft). Esta mano de obra distribuida necesita herramientas para tomar decisiones como grupo, que sean asignadas equitativamente. De una forma más tradicional, las empresas que cuenten con una plantilla de trabajadores sumamente dinámica que cambia de trabajo cada dos años, pueden utilizar plataformas como DemocracyOS para alentar a los empleados a ser partícipes de un proyecto común y hacer de la participación y el compromiso un hábito.
Mucho se ha hablado sobre el impacto del mundo digital en la ciencia, la tecnología y la industria del entretenimiento, pero demasiado poco de la innovación (o ausencia de ésta) en el sistema político. Actualmente Internet ha cambiado enormemente la manera en que los ciudadanos esperan ser representados. En cambio, los gobiernos se han quedado desfasados. El mundo cambia cada segundo pero nuestros gobiernos todavía reciben la opinión ciudadana únicamente cada dos, cuatro o cinco años, dependiendo del sistema. Somos ciudadanos del siglo XXI haciendo todo lo posible por interactuar con instituciones del siglo XIX.
Una forma de innovar el sistema político es replantearlo y reconfigurarlo mediante herramientas como DemocracyOS junto con un nuevo tipo de partido político cooperativo. Dicho partido respeta las normas existentes (presentándose a las elecciones y demás) pero cambia de forma radical la manera de tomar decisiones en el gobierno al aprovechar las nuevas herramientas de colaboración ciudadana.
El mismo grupo que desarrolló DemocracyOS en Argentina creó el Partido de la Red para hackear y replantear sistema político. El Partido de la Red se presentó a las elecciones de Buenos Aires en el año 2013 comprometiéndose públicamente a votar en el Congreso conforme a las decisiones de los ciudadanos que interactuaran en DemocracyOS. El partido todavía no tiene un escaño en el Congreso, aunque sí consiguió representación política al haber ganado el 1,2% del voto en 2013, propiciando así el experimento que las enfermeras utilizaron para hacer públicas sus exigencias y conseguirlas.
Nuestro proyecto es un trabajo continuo. No se puede reducir la democracia a un sistema de agrupación de preferencias, una encima de la otra. No todos los ciudadanos están preparados por igual para votar en todos los asuntos ni tienen tiempo para ello. No obstante, ya sea en órganos gubernamentales o juntas corporativas, debe existir una alternativa a la abdicación de nuestro derecho a decidir en un puñado de ciudadanos profesionales.
Así, DemocracyOS aprovecha la propuesta llamada “democracia líquida”, un modelo institucional muy dinámico. Si alguien no se encuentra cómodo votando sobre un asunto determinado, puede delegar su voto en otro ciudadano sobre ese tema en concreto. El objetivo es crear un liderazgo social emergente y dinámico en el que la representación no sea territorial sino que se base en la confianza y el conocimiento. Por ejemplo, una persona podría decidir asignar su derecho de voto sobre temas relacionados con la sanidad a un profesional sanitario conocido de un hospital público, pero ejercería su voto en asuntos económicos y delegaría las decisiones medioambientales en una organización de su confianza.
Parte de la intención de este enfoque es la creación de confianza en la sociedad.
La confianza en nuestras instituciones actuales disminuye de forma constante, por lo que toda innovación institucional debe aspirar a restablecer la confianza en el gobierno y los negocios. Las organizaciones y protocolos de toma de decisiones deslocalizados, tales como DemocracyOS y Partido de la Red, afrontan el reto de generar confianza de manera distribuida, sin depender de una autoridad centralizada. Y lo hacen a través de los mismos mecanismos horizontales participativos que hemos visto recientemente en movimientos sociales de todo el mundo.
Las nuevas tecnologías entre pares, como el encadenamiento de distribución en bloque (blockchain) que subyace en el Bitcoin, posibilitan la toma de decisiones sin la necesidad de una autoridad central que las confirme. Las decisiones tomadas por encadenamiento en bloque las comprueban y confirman mutuamente los mismos usuarios del sistema. Este enfoque no solo ofrece mayor confianza pública a los organismos que la utilicen sino que también puede dar lugar a nuevos tipos de instituciones completamente virtuales.
Actualmente, el equipo de DemocracyOS está incorporando la tecnología de encadenamiento en bloque en nuestra plataforma.
A medida que Internet evoluciona como medio para todo tipo de organizaciones y movimientos, las plataformas de decisión online pueden ayudar a restaurar la confianza de la gente en las instituciones que les afectan. No podemos esperar más: debemos conducir a nuestras instituciones del siglo XIX hasta el XXI.
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5: Una plataforma para la revolución
Por Trebor Scholz
Durante el último par de meses, seguramente habrás leído o escuchado al menos una noticia sobre las prácticas laborales poco éticas de Amazon Mechanical Turk, TaskRabbit o CrowdFlower, por nombrar solo algunas plataformas de búsqueda de mano de obra autónoma Para conseguir trabajo, los trabajadores tienen que pasar por el cuello de botella de las plataformas, donde miles de empleados novatos e invisibles ganan entre 2 y 3 dólares la hora, donde la vigilancia en el trabajo es enorme y el robo de salarios es una función normal, no un error. Estas tendencias me parecen preocupantes, pero también sé que no constituyen el único futuro posible del trabajo. Silicon Valley adora las buenas “disrupciones”, démosle una entonces: cooperativismo de plataforma.
El cooperativismo de plataforma consiste en la experimentación con el trabajo digital digno y con nuevas formas de solidaridad. Se trata de sindicatos, asociaciones de trabajadores y cooperativas innovadores que construyen sus propias plataformas laborales e intervenciones sobre el diseño, arraigadas no en la avaricia sino en las necesidades de los trabajadores. Se trata de la lección obrera fundamental: en la confrontación con los patrones, las soluciones individuales no funcionan. El futuro del trabajo necesita definirse a partir de algo más que por cabecillas de Silicon Valley financiados por capital de riesgo: necesita el aporte de cooperativas obreras y sindicatos creativos.
En lugar de librar la economía exclusivamente a los imperativos de productividad de potentados como Amazon o Microsoft, las cooperativas de plataforma podrían servir de ejemplo del trabajo digital digno. No obstante, tienen que actuar rápido. Los movimientos sociales, los legisladores y las cooperativas se mueven lentamente, mientras que los emprendedores tecnológicos están creando realidades a toda velocidad. Al futuro hay que sembrarlo ahora; el efecto red está consiguiendo cincelar en piedra posibles monopolios globales como Uber y por este motivo los trabajadores, organizadores, diseñadores y programadores tienen que actuar juntos.
Los trabajadores deben tener sus principios y valores muy claros. Los estándares del cooperativismo de plataforma deben incluir seguridad laboral, salario digno, transparencia, un ambiente de trabajo agradable (con reconocimiento y valoración), decisiones de trabajo compartidas, un marco legal de protección, jornadas semanales de 30 a 40 horas (según la edad del trabajador) y protección contra mandatos arbitrarios. El cooperativismo de plataforma rechaza la vigilancia excesiva en el lugar de trabajo, como muestran los diarios de trabajadores de Upwork o las revisiones de usuarios en Uber y TaskRabbit.
Además, los trabajadores tienen que tener derecho a desconectarse. Las cooperativas de plataforma deben dejar tiempo para el relax, el aprendizaje permanente y el trabajo político voluntario. El buen trabajo digital tiene límites claros. Aunque resulte difícil alcanzar tan nobles objetivos, es importante definirlos. Nuestra incapacidad de imaginar una vida diferente sería el triunfo último del capitalismo.
Demandar salarios más altos es una cosa; pero el cambio estructural, la creación de modelos alternativos de organización social, es algo más fundamental. Las fábricas recuperadas por trabajadores desde Argentina hasta Ecuador no son el modelo rector aquí. El objetivo no es abrir una sucursal de UberX con el benevolente permiso de Travis Kalanick. Al contrario, arranquémosle el corazón algorítmico a la “economía colaborativa”, clonémoslo y revivámoslo con un modelo de propiedad cooperativa o una fuerza de trabajo sindicalizada.
Es posible tener plataformas que les permiten a los trabajadores intercambiar su mano de obra sin la manipulación de un intermediario corporativo. Las empresas controladas democráticamente, como las cooperativas propiedad de los trabajadores, pueden apuntar a nichos de mercado locales, más pequeños, sin tener que concentrarse en la expansión. Una cooperativa de autónomos como Loconomics en San Francisco incluso podría beneficiarse de los esquemas regulatorios que establecieron las “economías colaborativas de intercambio”.
Asegurémonos también de que la responsabilidad de que el trabajo se adapte a la vida familiar no recaiga solo en el trabajador. Uber, TaskRabbit y Handy están generando condiciones que no son compatibles con la familia (o con la mayoría de las avenencias de la vida doméstica) como unidad nuclear de la sociedad.
En lo que respecta a la experiencia del usuario, las plataformas alternativas de código abierto tendrían que competir con la seductora máquina de creación de hábitos que es Uber. Ya no basta con pingüinos tiernos. Cada Uber [encima] tiene su Unter [debajo], y la interfaz de las aplicaciones de cooperativas de plataforma podrían instruir a los usuarios sobre parámetros de trabajo justo y la fallida protección social de la “economía colaborativa”. Estas plataformas podrían darles un rostro a los trabajadores de la nube que, en todos los sentidos prácticos, son anónimos y están aislados y bien guardados entre algoritmos.
Desde el punto de vista tecnológico, crear aplicaciones para cooperativas no es moco de pavo. En el sector de transporte, por ejemplo, hablamos de al menos cuatro aplicaciones. Hay una para el pasajero y otra para el conductor, tanto en Android como en iPhone; y ambas tendrían que actualizarse constantemente para permanecer utilizables a medida que los sistemas operativos y los teléfonos cambien. Scott Rosenberg nos enseñó que muchos grandes proyectos de software fracasaron o excedieron considerablemente su presupuesto. Los programadores de código abierto podrían publicar los protocolos centrales y las API y luego permitir que algunos proyectos independientes de código abierto construyan sus propios componentes de interfaz y servidores diferentes.
Y es que ya existen ejemplos de cooperativismo de plataforma. The Freelancers Union [sindicato de autónomos], por ejemplo, podría convertirse en el centro neurálgico de semejante corredor virtual de contrataciones. También existen formas emergentes de solidaridad obrera en foros como /r/mturk/e intervenciones sobre el diseño como en Turkopticon. En Israel, La’Zooz es una red distribuida entre pares de alquiler de transporte, y Fairmondo es la versión cooperativa alemana de eBay. Los proyectos en este sector incluyen también a Blue Ridge Labs, una incubadora de aplicaciones para el 20% que menos dinero gana, y FairCareLabs, que innova para el Domestic Worker Movement [Movimiento de Trabajadores Domésticos]. El servicio de automóviles Transunion Car Service en Nueva Jersey y la California App-Based Drivers Association [Asociación californiana de conductores usuarios de aplicaciones] están conectando a los trabajadores de plataformas con los sindicatos.
No sorprenderá si afirmo que el cooperativismo de plataforma enfrenta enormes desafíos: de la autoorganización y la gestión de trabajadores a la tecnología, el diseño basado en la experiencia del usuario, la educación, la financiación a largo plazo, la escalabilidad, la escala salarial, la competencia con gigantes corporativos multinacionales y la concienciación ciudadana. Para que el trabajo digital digno sea una realidad, es imprescindible que las personas con ideas afines se organicen, formen núcleos de autoorganización y luchen por los derechos democráticos básicos de los trabajadores en la nube. Pero el futuro del trabajo no se define únicamente con presentaciones de diapositivas en las salas de reuniones de Silicon Valley; se trata de crear una sociedad democrática que no tolere la explotación y fomente la cooperación.
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Producido por Guerrilla Translation bajo una Licencia de Producción de Pares
- Equipo de traducción:
* Introducción (Traducido por Stacco Troncoso, editado por Carmen Lozano Bright)
* Tres estrategias para unificar las plataformas tecnológicas con el procomún (Traducido por Stacco Troncoso, editado por Susa Oñate)
* ¿Tu jefe digital te está haciendo trampa? (Traducido por Georgina Reparado, editado por Carmen Lozano Bright)
* Poder para el pueblo (Traducido por Georgina Reparado, editado por Carmen Lozano Bright)
* La plaza digital (Traducido por Lara San Mamés, editado por Susa Oñate)
* Una plataforma para la revolución (Traducido por Georgina Reparado, editado por Susa Oñate) - Artículo original publicado en The Nation
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