Compartir: Acción directa para una nueva economía

Hoy nos complace poder compartir este artículo, originalmente publicado en STIR Magazine, de la periodista y activista estadounidense Mira Luna, que actualmente trabaja como directora de organización y escritora para la revista Shareable, cubriendo todo lo relacionado con la economía popular y colaborativa. Con la experiencia de haber fundado, dirigido y coordinado, a lo largo de los años, un buen número de talleres y proyectos comunitarios (mercados gratuitos, intercambios de habilidades, bancos de tiempo, presupuestos participativos, etc.), analiza aquí, de forma breve, las distintas utilidades y repercusiones de algo tan sencillo como compartir y cómo esta forma de acción directa podría estimular una nueva economía.

 

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«Si la codicia es uno de los principales atributos de la actual economía moribunda, el compartir es un elemento clave en el diseño o ADN de la nueva economía. En vez de una economía de goteo vertical gestionada por políticos y legisladores, ahora hay una nueva generación que se divierte construyendo la nueva economía, desde abajo, a través de proyectos colaborativos.»
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Empecé mi recorrido como activista trabajando en asuntos políticos, del tipo que hacen hervir la sangre. Viví en carnes propias los intentos, por parte del gobierno y ciertas empresas, de envenenar el mayor acuífero de Estados Unidos con desechos radioactivos. Luchamos en frentes sumamente importantes y ganamos algunas batallas temporalmente, pero a menudo las perdíamos más adelante cuando estábamos despistados o carecíamos de organización. Luego, mientras trabajaba en legislación estatal y política local, me di cuenta rápidamente de que, con frecuencia, las victorias son cuestión de suerte: cuando le plantas cara a los intereses comerciales, el juego del dinero casi siempre está a su favor. Esto lleva a un sentimiento creciente de desempoderamiento dentro de nuestro sistema político, algo indudablemente realista pero que no deja de ser una profecía que se cumple a sí misma.

Está claro que el sistema está roto y hay que cambiar las normas del juego: necesitamos un nuevo plan operativo para la economía y una nueva infraestructura y cultura empresarial que lo apoyen. Después del colapso financiero de 2008 el panorama empezó a cambiar con la aparición [en EE UU] del movimiento Occupy y la creación de una economía propia por parte de un número cada vez mayor de jóvenes, basándose en la ética del “hazlo tú mismo” (o, para ser más precisos, “hagámoslo juntos”), y en compartir lo que tienen (materiales) y lo que saben (conocimientos) con sus colegas, entre iguales. Si la codicia es uno de los principales atributos de la actual economía moribunda, el compartir es un elemento clave en el diseño o ADN de la nueva economía. En vez de una economía de goteo vertical gestionada por políticos y legisladores, ahora hay una nueva generación que se divierte construyendo la nueva economía, desde abajo, a través de proyectos colaborativos.

Puede que la idea de compartir suene un tanto light como estrategia de cambio social, pero tiene un atractivo muy amplio y presenta la ventaja de trascender los límites de la política tradicional. La idea de compartir ya se impartía como un principio moral básico en la guardería, cuando, siendo niños, nos peleábamos por los juguetes; incluso Dios nos pidió en la Biblia, una y otra vez, que compartiéramos, nombrando la avaricia como uno de los siete pecados mortales. Es muy difícil argumentar en contra de la idea de compartir, incluso en una cultura basada en la competencia y la economía de libre mercado; y si lo haces, quedas como un avaricioso, sin más.

Otro aspecto preponderante de compartir es el hecho de que muchas de sus manifestaciones, como son los jardines comunitarios, las viviendas cooperativas, las escuelas gratuitas, los colectivos de cuidado infantil, las clínicas de acupuntura comunitarias o los bancos de semillas o herramientas, suelen abordar mejor la jerarquía de las necesidades humanas de Abraham Maslow que las formas de gratificación altruistas y de acción retardada generalmente presentes en el activismo convencional. Esto hace que compartir sea a la vez más atractivo y más sostenible, especialmente para la endeudada y económicamente precaria “Generación Y”. Compartir te puede ayudar a satisfacer tus necesidades físicas en cuanto a comida, vivienda y transporte, como también tus necesidades de seguridad económica y emocional, relaciones afectivas, autoestima, autorrealización y creatividad. También puede colaborar a reducir drásticamente tus costes de vida y los de otras personas, lo que significa que nos volvemos menos dependientes de unos empleos que operan en contra de nuestros principios.

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«¿Cómo podemos usar los intercambios alternativos para hacer posible la realización de proyectos, cuando estos estén respaldados por el trabajo y la confianza de la comunidad, en lugar del dinero?”

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Compartir también es una forma de acción directa: en muchos casos, no requiere tener que pedirle a un representante político que haga algo por nosotros, y esperar que algún día ocurra; lo haces y ya está. Es algo más complicado si lo que te propones es, por ejemplo, conseguir que tu ciudad o universidad apoye una iniciativa de cierta envergadura, como un programa de bicicletas compartidas. Incluso entonces, es un concepto que se vende por sí solo: ahorras dinero y otros recursos, proteges el medio ambiente y sirves mejor a tus votantes. ¿Quién puede discutir con eso?

Compartir puede ser una herramienta que permita llevar a cabo otros proyectos comunitarios o campañas políticas. La disminución de los recursos económicos destinados al cambio social, tanto por parte de las fundaciones como de los donantes —simplemente no hay suficientes dólares de origen filántropo para cubrirlo todo—, nos obliga a ser más ingeniosos. Tenemos que pararnos a pensar y preguntarnos: “¿Cómo podemos hacer esto sin dinero?”. En casos como este, compartir puede ser la inspiración que nos lleve a resolver los problemas de forma creativa. También deberíamos preguntarnos: “¿Qué recursos tienen nuestros aliados, y qué recursos tenemos nosotros que podamos compartir con ellos? ¿Cómo podemos usar los intercambios alternativos para hacer posible la realización de proyectos, cuando estos estén respaldados por el trabajo y la confianza de la comunidad, en lugar del dinero?”. Esta es una estrategia que fue utilizada extensamente durante la Gran Depresión y que hoy en día está experimentando un renacimiento innovador. ¿Cómo podemos hacer que el dinero limitado del que disponemos dé más de sí por medio del trabajo cooperativo, el software de código abierto, el trueque de servicios, el intercambio de los recursos que nos sobran —el espacio, por ejemplo—, la propiedad colectiva o el pedir prestado, y no por medio de la adquisición individual de bienes costosos? Este reto se puede abordar como un juego: ¿qué grado de fluidez puedes darle a tus recursos, tanto a los que entran como a los que salen?

No pretendo subestimar el activismo político, que es crucial para cambiar las reglas del juego. No obstante, no estoy segura de que se pueda cambiar el juego hasta que recuperemos nuestras economías y devolvamos la energía, los recursos y el poder a nuestras comunidades, para luego construir a partir de ahí. Hemos perdido los fundamentos de nuestra sociedad, y necesitamos recuperarlos. Una parte de la ecuación es el activismo político, de cara a cosas como salarios justos, viviendas asequibles (preferiblemente cooperativas) o una sanidad y una banca públicas, y otra parte podría ser la toma de control directa y colectiva de nuestros recursos y mano de obra. Mientras sigamos esclavizados por la deuda y trabajando a jornada completa, nuestra capacidad real para generar cambio social será limitada; aunque seamos activistas incansables y desinteresados, no tardaremos en acabar quemados. Compartir reduce al instante parte de nuestra carga financiera y, a la vez, mejora nuestra calidad de vida al darnos más acceso a recursos, habilidades y relaciones.

Compartir también puede ser una forma positiva de reforzar nuestro empoderamiento psicológico. Cualquier organizador experimentado te dirá que, en la mayoría de los casos, es mejor empezar con pequeñas victorias para conseguir que la gente confíe en que, trabajando duro, puede ganar batallas más grandes. Pero en casi todos los proyectos basados en compartir, perder es algo que raramente ocurre. Incluso si en algún momento cerrara el taller comunitario de bicicletas, por ejemplo, mucha gente ya habría aprendido a arreglar su propia bici y dispondría de un medio de transporte económico, sostenible e independiente que ya nadie les podría negar. Esa gente podría seguir la cadena, enseñándole lo aprendido a otra gente y, como miembros de un proyecto colectivo, probablemente habrían aprendido a llevarse mejor con los demás, a estar más conectados con su comunidad, y se sentirían más empoderados, lo cual, como paso hacia delante, no es poca cosa. La experiencia de compartir puede generar, por un lado, una mayor sensación de confianza mutua y, por el otro, la convicción de que otro tipo de economía puede llegar a funcionar. Tal y como pasa en la terapia de grupo, compartir puede cambiar drásticamente —y para mejor— nuestra psique, nuestra visión del mundo y nuestros principios, algo particularmente positivo en nuestra cultura de individualismo y alienación.

Por último, es una estrategia a la que sería difícil oponerse, incluso en el caso de que hubiera grandes sumas de dinero y concentraciones de poder en su contra. Si contamos todos los jardines comunitarios, las cooperativas de viviendas y trabajadores, los espacio de trabajo y creación colaborativos, los proyectos de código abierto, los bancos de horas y las monedas locales, los talleres de bicis e informática, las iniciativas de intercambio de ropa y libros, o sea, los mercados verdaderamente gratuitos, existen millares —quizás incluso millones— de proyectos. Estos adoptan formas muy distintas en diferentes lugares del mundo, y se están creando iniciativas nuevas constantemente. La gente de un lado del planeta puede aprender, de forma rápida y sencilla, cómo funciona un modelo de proyecto creado en la otra punta del globo, reproducirlo, y adaptarlo a su propio contexto. Estos proyectos suelen ser independientes y gestionados de forma local. Es este un movimiento diverso, resiliente , adaptable y sin líderes, lo cual significa que, en su conjunto, es imposible de detener. Esto también quiere decir que es más difícil de planificar u organizar. No obstante, la buena noticia es que ya se está dando, y está creciendo a pasos agigantados.

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