Telekomunismo vs. ficciones económicas
¿Quién es el cliente de Facebook y quién es el producto? ¿Es Twitter realmente tan novedoso y revolucionario? ¿Qué son las ficciones económicas? ¿Es cierto que cada vez que se nos llena la boca de procomún y P2P es porque nos da vergüenza decir que somos comunistas? Dmytri Kleiner ─desarrollador de software libre, ensayista, ideólogo polemista, comunista de riesgo, y un creador de tecnologías de descomunicación─ se plantea estas preguntas y más en este video y el texto que lo acompaña.
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“¡Sí, soy comunista!” por Dmytri Kleiner
«Pretendiendo que las ideas que exploramos son totalmente novedosas, cuando echamos mano de neologismos y proyectamos haber huido de las realidades políticas encaradas por nuestros predecesores, cuando nos permitimos la arrogancia de creer que nuestras propias teorías y modelos son tan nuevos y novedosos que carecen de los mismos límites y riesgos que los de los revolucionarios de antaño, tendemos la mano al fracaso y al desastre.»
Aunque el comunismo es un movimiento que precede y va mucho más allá de la obra de Marx y de la de sus seguidores, todos estamos de acuerdo en el siguiente planteamiento: nuestra capacidad productiva mutua debería dirigirse hacia la riqueza común y toda persona debería tener la oportunidad de maximizar sus habilidades, su potencial y de contribuir acorde a ello.
Esto supone un marcado contraste a lo que podría describirse como “de cada cual, según sus privilegios, a cada cual según su utilidad para los privilegiados”, también conocido como “capitalismo”. Donde una élite privilegiada que no produce nada controla la distribución de toda riqueza y dirige nuestra capacidad productiva colectiva en beneficio propio. Mientras, los demás lo producen todo pero sólo reciben tanto como los privilegiados acuerdan otorgarles, según su utilidad para estos últimos. Infrecuentemente va más allá de lo mínimo para su propia subsistencia o de lo que cueste reemplazarlos.
Puestos a elegir entre una sociedad que otorga a todos la capacidad de desarrollar su pleno potencial y una sociedad donde la oportunidad viene determinada por la estructura de clases y el privilegio, es decir una elección entre comunismo y capitalismo, ¿quién elegiría el capitalismo?
Puestos a elegir entre una sociedad que dirige su capacidad productiva hacia la creación de auténtico valor social y la construcción de una riqueza común, y una sociedad que dirige su capacidad productiva hacia el enriquecimiento de unos pocos, es decir una elección entre comunismo y capitalismo, ¿quién no querría construir el camino hacia el comunismo?
Aun así, son pocos los que hoy en día se identifican abiertamente como comunistas. Hay muchos que incluso creen que la mera utilización de la palabra podría ser perjudicial para ellos, como si esa élite que resistirá todo intento de reducir sus privilegios fuera a bajar las defensas tras oír un puñado de palabras ingeniosas, dejándose encandilar por la promesa de una sociedad más igualitaria.
Parafraseando a Julieta: Pero, ¿qué hay en un nombre? El comunismo no dejaría de ser comunismo y de verse reprimido, aunque se llamase de otro modo.
De hecho, toda propuesta buscando crear más igualdad será inmediatamente descrita como “comunismo” por aquellas fuerzas reaccionarias que han invertido grandes riquezas y esfuerzos en ensuciar la palabra.
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«Los comunistas creemos que somos iguales en la política, iguales en el lugar de trabajo, e iguales en el hogar.»
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Hemos visto una discusión similar entre los miembros del Partido Pirata. Rick Falkvinge, rememorando la discusión previa al establecimiento del Partido Pirata español, dice: “O nos llamamos Partido Pirata y empezamos a definir el significado de ese nombre, o nos llamarán Partido Pirata de todas formas y perderemos el control del significado del nombre”.
Todo el que busque mantener el privilegio de las élites seguirá llamándonos comunistas pase lo que pase. Mostrar timidez cuando nos llamen comunistas para mantenernos al margen del nombre sólo servirá para fortalecer sus ataques en nuestra contra, y dará la impresión de que ser comunista es algo vergonzoso, algo que negar, algo que esconder. Se diría que elegimos no autodenominarnos comunistas sólo para que la gente no descubra la verdad sobre nuestro comunismo siniestro.
Igual que la discusión de la que da cuenta Falkvinge, renunciamos toda capacidad de definir el significado del comunismo, y qué significa ser comunista. Asimismo, permitimos que nuestros acusadores se salgan con la suya. Diciendo que no somos comunistas les consentimos eludir cualquier explicación que justifique su crítica del comunismo y por qué les parece tan deplorable. Fingiendo no ser comunistas les permitimos difamar mediante una culpabilidad implícita artificial con la que desacreditarnos por ser comunistas, sin ni siquiera tener que presentar un argumento lógico en contra de nuestras opiniones.
No nos engañemos, los mismos propagandistas que convirtieron el comunismo en una palabra sucia ante las mentes desinformadas de muchos, harán lo propio con cualquier término nuevo que busque negar privilegio y poder a las élites. Sin ir más lejos, ciertas palabras como, “prestación social” o incluso “liberal” se han convertido en motivo de burla dentro de la política estadounidense. Esto llega a niveles absurdos cada vez que la prensa derechista tilda de “comunistas” hasta a los reformistas parlamentarios más pusilánimes. Esta falacia alcanza sus mayores cotas de vulgaridad cuando se emplea para denigrar el feminismo con frases como: “el feminismo no es más que el comunismo con bragas”. Todos hemos visto muchos ejemplos de ello.
Al decir, “sí, soy comunista”, le damos la vuelta al asunto. No sólo eso, sino que abrimos la puerta a una discusión mucho más interesante y nutrida, una discusión que se vuelve innecesariamente superficial al encubrir nuestro comunismo con neologismos. El cuerpo teórico comunista se ha gestado durante cientos de años, se trata de un repositorio colmado de sabiduría donde ya se han investigado y discutido muchas cuestiones fundamentales y de donde ya ha surgido una amplia variedad de tácticas, tendencias, y observaciones, incluyendo tendencias marxistas, anarquistas, y cooperativistas. Todas ellas tienen visiones muy distintas sobre cómo alcanzar el comunismo. Visiones que haríamos bien en considerar y contrastar.
Ser comunista sencillamente significa que apoyas la igualdad, que sabes que una sociedad que permite que una clase de persona explote a otra no es la mejor de todas las opciones y que, por tanto, crees que la democracia y la igualdad han de ser respetadas en toda relación humana, no sólo en el ámbito gubernamental, sino también en el económico y doméstico.
Los comunistas creemos que somos iguales en la política, iguales en el lugar de trabajo, e iguales en el hogar.
El comunismo jamás se ha logrado. Por eso seguimos sin saber con exactitud cómo sería una sociedad comunista. Incluso los líderes de los así llamado países comunistas, como la Unión Soviética o China, jamás declararon haber alcanzado el comunismo. Sólo expresaron estar trabajando hacia ese fin. Aún así, éste es quizás el motivo más recurrente para eludir la utilización de la palabra comunismo, porque muchos de los intentos por alcanzarlo salieron mal, fracasaron, e incluso produjeron resultados directamente contradictorios a los objetivos comunistas.
Lejos de ser razones para evitar el término, los errores y los fracasos del pasado quizás representen la justificación más sólida para continuar utilizando la palabra. Ya sabemos que cualquier intento de alcanzar el comunismo puede acarrear consecuencias negativas.
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«No nos engañemos, los mismos propagandistas que convirtieron el comunismo en una palabra sucia ante las mentes desinformadas de muchos, harán lo propio con cualquier término nuevo que busque negar privilegio y poder a las élites.»
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Pretendiendo que las ideas que exploramos son totalmente novedosas, cuando echamos mano de neologismos y proyectamos haber huido de las realidades políticas encaradas por nuestros predecesores, cuando nos permitimos la arrogancia de creer que nuestras propias teorías y modelos son tan nuevos y novedosos que carecen de los mismos límites y riesgos que los de los revolucionarios de antaño, tendemos la mano al fracaso y al desastre.
Al utilizar la palabra comunismo, lo hacemos sin delirios, ya sabemos que puede acabar mal. Así pues, podemos aprender y construir sobre los errores y fracasos del pasado. Cualquier idea puede salir mal, cualquier iniciativa o acción ─poco importa la nobleza de sus ideales─ puede derivar en consecuencias no intencionadas. Optar por un término distinto no va a protegernos.
En vez de nublar la discusión con delirios neológicos, asumamos la historia y abracemos el futuro del comunismo. Apropiándonos del razonamiento de los fundadores del Partido Pirata español, llamémonos comunistas y definamos el significado de la palabra porque, de lo contrario, nos llamarán comunistas de todos modos y rendiremos el control de lo que significa el comunismo.
Si crees que trabajar hacia una sociedad donde todos y todas seamos tratadas como iguales, iguales bajo la ley, iguales en el entorno laboral e iguales en el hogar. Si crees que reclamar una sociedad donde el desarrollo libre de cada uno vaya ligado al desarrollo libre de todos y todas. Si crees en defender una sociedad que emplea su riqueza para empoderar a los muchos y no sólo para enriquecer a los pocos, únete a mí y ponte en pie para decir “Sí, soy comunista” y trabajemos juntos para saber qué significa eso exactamente.
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Producido por Guerrilla Translation bajo una Licencia de Producción de Pares
- Texto y vídeo traducido por Stacco Troncoso, editado por Carmen Lozano Bright
- Artículo original publicado en la wiki de la P2P Foundation
- Vídeo original publicado en Skripta TV
- Imágenes de portada y artículo de Tom Burns