Öcalan como pensador
Sobre la unidad de la teoría y la práctica como forma de escritura
Me gustaría decir unas cuantas cosas acerca del estatus de Abdullah Öcalan como pensador. Ha escrito obras muy extensas; pero fuera del movimiento kurdo nadie sabe muy bien qué hacer con ellas. Por lo visto, incluso existe cierta confusión en torno a cuestiones tan básicas como la de qué clase de pensador es.
Su producción ha sido muy prolífica, sobre todo desde que ingresó en prisión, donde ha compuesto un corpus teórico que no encaja en ninguna categoría intelectual clara, oscilando entre ensayos sobre los mecanismos de la democracia directa, la posibilidad de una sociología basada en la física cuántica y una historia mundial en varios volúmenes centrada en el Oriente Medio. La variedad y sofisticación de su obra son asombrosas, especialmente si consideramos que redactó casi todos estos escritos sin acceso alguno a internet, empleando como únicos materiales de investigación los tres libros que sus carceleros permitieron a sus abogados llevarle en un momento dado; o si consideramos que, legalmente, sólo pudo publicarlos presentándolos como testimonio ante un tribunal en el cual se le acusaba de traición.
Y aun así, excepto por algunos círculos radicales muy específicos, su obra ha pasado prácticamente inadvertida. Sus ideas apenas han captado la atención de otros intelectuales. En este ensayo me gustaría reflexionar sobre la causa de esto y, en definitiva, argumentar que las obras de Öcalan incomodan a muchos intelectuales porque representan una forma de pensamiento que no sólo es inseparable de la acción, sino que además se resiste a la noción de ser una forma de pensamiento.
Mi primera pregunta es: ¿qué tipo de pensador es Öcalan?
Indudablemente, siempre hay un matiz ligeramente agresivo detrás del intento de categorizar el pensamiento de otra persona. En la Antigua Grecia, la palabra “categorizar” significaba “acusar públicamente”; e incluso “definir” sugiere un acto de violencia, como el de clavar una mariposa muerta a un panel de corcho bajo una etiqueta escrita a mano. Por lo general, si quieres desdeñar a un intelectual, lo colocas en alguna categoría –“oh, es un simple positivista, o un postmodernista, o un neo-Kantiano”. Si lo que quieres es ensalzar a esa persona, entonces creas una nueva categoría a partir de su nombre: Foucaultiano, Rawlsiano, etcétera. Como prueba fehaciente del éxito del pensamiento de Öcalan en el Kurdistán y dentro de la diáspora kurda, basta decir que allí todo el mundo sabe lo que significa ser “Apoísta”[1]. Sin embargo, no existe ninguna otra categoría de pensamiento más amplia en la que se pueda ubicar a Öcalan.
Esto ha propiciado que, fuera de los círculos kurdos, los intelectuales lo ignorasen aún más si cabe. Si buscas el nombre de Öcalan en JSTOR, el compendio de artículos académicos en inglés más leído, obtendrás 448 resultados de inmediato; pero al abrirte camino a través de ellos descubrirás que ninguno se centra principalmente en sus ideas: casi todos tratan sobre la historia del PKK, la política turca, el asunto del terrorismo, y otras cuestiones legales relacionadas con su encarcelamiento y juicio. Se le considera un objeto de estudio, pero nunca un interlocutor. Y cuando se le considera un objeto de estudio, rara vez es por sus propias ideas: por ejemplo, entre esos 448 artículos, sólo uno menciona su interés por las ideas de Murray Bookchin (y sólo se menciona como un mero factor en la evolución política del PKK). Lo mismo se puede decir de sus más notables conceptos políticos como el “confederalismo democrático” (mencionado en 1 de 448 artículos), la “modernidad democrática” (0 de 448), la “jineología” (0 de 448 —de hecho, en ningún artículo en inglés de JSTOR se ha llegado a reconocer la existencia de la jineología, “la ciencia de las mujeres” del movimiento kurdo), etcétera. El silencio es apabullante, y más teniendo en cuenta que estas ideas han inspirado movimientos que están en el punto de mira de informativos mundiales, provocando acontecimientos que aparecen diaria e incesantemente en la prensa internacional.
Sin duda, ésta es una de las muchas consecuencias de la eficaz campaña del gobierno turco para incluir al PKK en varias “listas de terroristas” internacionales: una de las más violentas categorizaciones posibles hoy en día. Esta campaña coincidió con el momento en el que el PKK, por iniciativa de Öcalan, renunciaba al separatismo y a toda ofensiva militar en un intento de iniciar un proceso de paz con el régimen turco; si aún hace falta probar cuán destructiva puede ser esta categorización, sólo hay que citar el hecho de que nadie, ni siquiera los simpatizantes del PKK, conoce este dato. Parece como si los líderes de opinión occidentales, así como los intelectuales, tuvieran la obligación moral de desestimar las ideas de alguien que ha sido señalado como “terrorista”. El simple hecho de especular sobre los motivos de un terrorista se considera un intento de legitimar sus acciones, que siempre han de representarse como el producto del más ciego e irracional odio. Este hábito de pensamiento ha creado multitud de dilemas para los medios internacionales, sobre todo cuando las guerrillas del PKK consiguieron romper el asedio del Monte Sinyar en Irak, salvando a miles de ciudadanos yazidíes de ser asesinados a manos de ISIS. La prensa occidental, que hasta entonces había estado llenando sus portadas con el genocidio, reaccionó olvidándose repentinamente de la situación, o bien comunicando que los yazidíes habían sido rescatados por cualquier otra organización. Además de en el ámbito de la información, este hábito de pensamiento también parece haber hecho mella en la percepción académica. Al menos en lo que respecta a la política, la mayoría de los académicos son, por naturaleza, una panda de cobardes. En caso de duda, es mejor no abrir la boca.
No obstante, creo que hay fuerzas aún más profundas detrás de todo esto. Los académicos no tienen ni idea de qué hacer con un pensador que no pertenece a la academia, ni participa en “el juego académico”. Cada vez está más claro que la única alternativa es entrar en el juego.-
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Pero no siempre fue así. Gran parte del pensamiento más innovador del mundo (no sólo de Europa y América, sino también de Asia, África y Latinoamérica) brotó fuera de las universidades. La creatividad suele florecer en espacios intermedios (ésta probablemente sea una de las razones por las que el movimiento kurdo ha sido tan creativo intelectualmente; los kurdos tienden a estar siempre entre dos tierras), y el pensamiento más innovador y memorable, al menos desde los tiempos de la Ilustración francesa, nace más frecuentemente del nexo entre arte, periodismo y política radical que de dentro de las aulas universitarias. Hay una razón por la que empleamos el término “vanguardia” tanto para hablar de los que exploran un nuevo territorio artístico como para referirnos al liderazgo político de un partido o movimiento revolucionario. Ambas acepciones se remontan al debate que tuvo lugar a principios del siglo XIX entre Auguste Comte y Henri de Saint-Simon sobre si los artistas o sociólogos serían los adalides de la nueva civilización industrial, aquellos que la dotarían de su visión y dirección estratégica. Nadie por aquel entonces, ni siquiera Comte, concebía que tales visionarios pudieran ser profesores de universidad.
A lo largo del siglo XX, los campus universitarios se han ido politizando más y más, un proceso que culminó con lo que Immanuel Wallerstein llama “la revolución mundial de 1968”, durante la cual estallaron revueltas universitarias en todas partes, desde Paris a Tokyo o la ciudad de México (grupos como el PKK, obviamente, también se originaron a partir de este caldo de cultivo estudiantil). Lo que ocurrió durante el resto del siglo XX es el resultado de la campaña emprendida por sistemas políticos y académicos para asegurarse de que nada remotamente parecido a aquello pueda volver a ocurrir jamás. Los campus han sido neutralizados y los intelectuales eficazmente domesticados. No expulsaron a los pensadores radicales del sistema universitario (con la excepción de unos cuantos que se pasaron de la raya al intentar poner sus ideas en práctica —siempre es necesario hacer un sacrificio ocasional y simbólico para recordarle a la gente dónde están los límites—), sino que los incorporaron a él. Ya en los albores del siglo XXI se esperaba que prácticamente toda obra de relevancia intelectual naciese dentro de los confines de la academia. Incluso se espera que los artistas y periodistas (al menos los que tengan alguna ambición intelectual) inviertan un mínimo de tiempo en la obtención de premios o cátedras, lo cual implica someterse a la disciplina de las solicitudes académicas y al escrutinio de sus semejantes. Y todo esto coincide precisamente (y este punto es crucial) con el retroceso intelectual de las universidades. Es decir, las universidades se han ido redefiniendo paulatinamente como instituciones que ya no están tan vinculadas a las becas o la vida intelectual: tener tiempo para leer, pensar, y debatir ideas se considera hoy en día, en el mejor de los casos, un lujo que se concede a un profesor como recompensa por su verdadero trabajo, que no sólo consiste en la enseñanza, sino en la recaudación de fondos, la administración, la autopromoción y diversos rituales de tachar casillas.
No es que se espere que los profesores universitarios se abstengan de implicarse en política, es que literalmente no tienen tiempo.
De hecho, el primer enunciado no es del todo correcto. No es que se espere que los académicos se abstengan de tocar la política, sino que deben procurar hacerlo de forma moderada. Llegados a este punto, podríamos dividir a los académicos en dos grandes grupos dependiendo del estudio social al que se dediquen. Por un lado, tenemos las llamadas “disciplinas de poder”, tales como la economía o las relaciones internacionales o cualquier otro campo que aplique “la teoría de la elección racional”. Cualquiera que trabaje en tales departamentos universitarios se dedica mayormente a formar a masas estudiantiles para su futura participación en burocracias nacionales o globales (ministerios, grupos de expertos en política, bancos u otras corporaciones multinacionales, instituciones mundiales como las Naciones Unidas o el FMI, etcétera). Dicho de otro modo, tales disciplinas existen para mantener las estructuras de poder.
Aunque los catedráticos que trabajan en dichos campos afirmen ser objetivos o apolíticos, tales declaraciones sobre la neutralidad valorativa al final resultan ser, como recalcó Max Weber, pura estrategia para alcanzar una posición desde la que ejercer una mayor influencia en la política. Por otro lado, tenemos las Disciplinas Críticas, que abarcan desde la teoría literaria, los estudios culturales, la antropología, la historia y quizá la mitad de la sociología, así como cualquiera que cite la obra de Michel Foucault. Éstas son las disciplinas que acogieron a los radicales de los años 60 cuando se disipó la agitación de la década. Aquellos que moran las Disciplinas Críticas se definen a sí mismos como radicales de izquierda, en oposición a las estructuras de poder mantenidas por el primer grupo; pero cuanto más se oponen, más tienden a sospechar de cualquier tipo de acción política real. Sus sospechas están ceñidas por interminables cálculos basados en el miedo y la culpa. Una de sus manifestaciones más comunes es el rechazo a creer que nadie que haya tomado algún tipo de acción política significativa en el mundo pueda también hacer grandes contribuciones al pensamiento humano. Como mucho, pueden llegar a ser objetos de análisis. No se les puede considerar como semejantes en el desarrollo de ideas.
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«En los últimos cincuenta años no ha habido muchos teóricos que hayan inspirado a millones de personas a cambiar la manera en la que nos tratamos los unos a los otros mediante ideas filosóficas y científico-sociales. Y, aun así, es precisamente por eso que la clase intelectual no se toma sus ideas en serio.»
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No es de extrañar que la mayoría de los intelectuales contemporáneos no tengan ni idea de qué hacer con las ideas de Abdullah Öcalan. Es un pensador que empezó siendo estudiante activista en la universidad, pero que se ha alejado mucho de este contexto desde entonces. De hecho, su trayectoria es diametralmente opuesta a la de la mayoría de las grandes figuras de las Disciplinas Críticas. Ha ido remodelando continuamente sus ideas en función de consideraciones pragmáticas y de la necesidad llamar a la gente a la acción, sin sacrificar jamás su sofisticación teórica. Además, aunque muchos han emprendido tentativas similares, la de Öcalan ha sido extraordinariamente eficaz. En los últimos cincuenta años no ha habido muchos teóricos que hayan empleado ideas filosóficas y científico-sociales para inspirar a millones de personas a cambiar la manera en la que nos tratamos los unos a los otros. Y, aun así, es como si esa fuese justo la razón por la que la clase intelectual es incapaz de tomar sus ideas en serio.
La afirmación de que las ideas de Öcalan, engendradas fuera del contexto académico, parecen desafiar toda categoría conocida es una verdad a medias. A primera vista, Öcalan podría parecer un personaje relativamente común. Después de todo, hubo un momento en su carrera intelectual en la que fue el líder de un partido marxista. Los líderes de los partidos marxistas suelen escribir obras teóricas. Es una de las cualidades más extraordinarias del marxismo: quizás sea el único movimiento social cuyo creador tiene un doctorado, y que está impulsado por una teoría que se organiza en torno a una serie de Grandes Pensadores (curiosamente, a pesar del recelo inicial del marxismo hacia las teorías de grandes hombres de la historia). Esto sigue siendo así hoy en día. Se pueden seguir encontrando leninistas, maoístas, trotskistas, estalinistas, gramscianos, althusserianos e incluso gente que ha dedicado su vida a desarrollar las ideas de Rosa Luxemburgo, Georg Lukács o Henri Lefebvre. Sin embargo, el marxismo ha originado una especie de microcosmos intelectual propio, con sus propios y complejos debates y terminologías, apenas manteniendo un contacto esporádico con la universidad.
Esta cualidad del marxismo lo sitúa en un fuerte antagonismo con su antiguo rival, el anarquismo. Aunque el mismísimo Marx se enfrentó en combates intelectuales contra anarquistas como Proudhon o Bakunin, y aunque en la historia del anarquismo abundan “grandes nombres” como los de Kropotkin, Malatesta, Magon o Voltairine de Clayre, sin olvidar a contemporáneos como Starhawk o Noam Chomsky, ninguno de ellos igualó ni aspiró a alcanzar la misma predominancia intelectual que Marx. Cuando los marxistas se critican entre sí, se “categorizan” los unos a los otros (en el mal sentido del término griego) en función de su simpatía hacia alguna otra escuela rival de pensamiento, casi siempre identificada con algún gran pensador masculino: los leninistas reprueban a los maoístas, los trotskistas llaman a sus adversarios estalinistas… etcétera. Los anarquistas rara vez se tachan entre sí de “bakuninistas” o “malatestianos”.
Lo que lleva a los anarquistas a dividirse en facciones y a atacarse los unos a los otros es su simpatía hacia otras formas rivales de organización o de práctica revolucionaria: ya sea el plataformismo, el insurreccionalismo, el mutualismo, el pacifismo, el individualismo o el sindicalismo, entre otros[2]. La misma diferencia se puede apreciar en los debates: los marxistas se recriminan amargamente los unos a los otros sus diferentes posturas acerca de la condición revolucionaria del campesinado o de la importancia relativa de la alienación y la explotación en el análisis marxista del capitalismo, pero cuando los anarquistas se involucran en tan apasionados debates, suelen más bien debatir sobre una forma de acción (¿cuándo se considera lícito romper una ventana? ¿se debe condenar a alguien que ha asesinado a un jefe de estado?) o sobre algún asunto de organización revolucionaria o de toma de decisiones (¿deberíamos decidirlo por consenso o por mayoría de votos?). Conozco a gente que ha sido expulsada de grupos marxistas por desviarse de la política del partido en cuanto a los orígenes del lenguaje. No existe ningún caso equivalente en organizaciones anarquistas o inspiradas por el anarquismo, ya que suelen admitir cierta multiplicidad ideológica. Es decir, el marxismo tiende a ser un discurso teórico sobre estrategia revolucionaria mientras que el anarquismo tiende a ser un discurso ético sobre la práctica revolucionaria.
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Ésta no es una diferenciación estricta, pero creo que es importante –especialmente porque nos ayuda a entender muchos hechos históricos que no podrían cobrar sentido sin esta distinción. Por ejemplo, aclara cómo estos distintos polos de pensamiento revolucionario acabaron topándose con la universidad. Como he señalado anteriormente, podemos trazar un patrón ininterrumpido de fundadores de escuelas de pensamiento marxistas (leninistas, maoístas, gramáticos, althusserianos …) empezando desde jefes de estado hasta acabar con catedráticos franceses. Lo cierto es que, desde el punto de vista académico, los primeros se consideran un poco extravagantes. Hoy en día se sigue respetando a Mao Ze Dong en materia de poesía china clásica, pero su pequeño libro rojo es más bien un hazmerreír; así como citar a Lenin como fuente teórica en un artículo académico (ya ni hablar de Stalin o Enver Hoxha) resultaría un tanto excéntrico.
Sin embargo, si se le despoja de toda posibilidad de incidir en el mundo real, el marxismo puede vivir y prosperar en la universidad. Los académicos no tienen ningún problema con las facciones enfrentadas. En muchos aspectos, los sentimientos de los sectarios académicos y el sectarismo revolucionario se han nutrido tanto el uno del otro que muchas veces son indistinguibles. Al contrario que le ocurre al anarquismo, que no es nada sin sus consecuencias reales y que no ha conseguido encontrar su lugar en ese ámbito. A pesar de que casi todos los dioses del post-estructuralismo (un movimiento intelectual que se rige mayormente por el modelo del Gran Pensador) se han declarado como anarquistas en algún punto de su carrera intelectual, ya sea Michel Foucault o Giles Deleuze o Jacques Derrida, sus seguidores actuales no son conscientes de esto; y si lo son, no actúan como si eso guardase algún tipo de relevancia social o política. Sería cínico negar que la tiene, pero ya que estas declaraciones no tuvieron ningún efecto en la acción social o política de nadie, su relación con la universidad no se vio afectada.[3]
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Öcalan no abandonó el marxismo por el anarquismo, aunque está claro que su trayectoria intelectual le ha acercado más a la tradición anti-autoritaria que siempre ha caracterizado al anarquismo. Emprendió su viaje intelectual en la esfera del pensamiento marxista sectario, trascendiéndolo poco a poco hasta dejarlo completamente atrás. Pero al hacerlo (y obviamente, él no fue el único que emprendió tal viaje, aunque cada experiencia sea única), aparece una especie de crisis intelectual personal. Y es que no queda muy claro cuál sería el rol de un intelectual (y menos el de un líder intelectual) una vez que abandona el modelo vanguardista. Si su trabajo no consiste en establecer la política del partido, entonces ¿en qué consiste? ¿En aportar un análisis claro de la situación política, económica o social para que los movimientos democráticos decidan colectivamente qué hacer al respecto? ¿En descubrir formas sutiles de poder y dominación que pasen desapercibidas en la vida cotidiana o en intentar entender el atractivo de los valores o deseos que las apuntalan? ¿En revolver el pasado en busca de posibilidades sociales olvidadas o especular sobre las que podrían existir en el futuro?
¿Debería escribir para gran público y, por lo tanto, ingeniárselas para traducir el oscuro lenguaje teórico a términos accesibles que puedan dar pie al debate democrático, o es preferible jugar al juego académico, aunque eso signifique escribir en una jerga incomprensible para dignificar intelectualmente unas ideas que de lo contrario serían ignoradas como quejas plebeyas? Al plantear la cuestión así, es evidente que no hay una única respuesta correcta para esta pregunta. Es más, imaginar que debería haber una única respuesta correcta es un síntoma de las costumbres vanguardistas de pensamiento que estamos tratando de dejar atrás. Pero ser conscientes de ello no nos facilita mucho la tarea.
Lo que agravaba el problema de Öcalan es que él no estaba estaba precisamente en posición de reinventarse a sí mismo por completo: seguía siendo el líder de un movimiento político, una figura cuya historia y escritos ya eran guía e inspiración para millones de seres humanos. Esto le sumía en una paradoja. No se puede ordenar a la gente que cuestione la autoridad. Por otro lado, tratar de destruir tu propia autoridad (tal y como Louis Althusser ya intentó al confesar que nunca había leído el segundo ni el tercer tomo de El Capital), no le hace bien a nadie.[4] Es más, habría sido un acto demasiado egoísta, ya que habría malgastado una oportunidad histórica irrepetible.
Los textos de Öcalan, sobre todo aquellos escritos en prisión, se podrían considerar, en mi opinión, como tímidos esfuerzos para luchar contra este problema común (el de cómo dejar atrás la vanguardia teórica de un movimiento vertical para otorgarle una base intelectual a un movimiento ascendente) de una manera nunca antes vista. Podría ser la primera vez en la historia en la que el líder y primer teórico de un movimiento político organizado verticalmente decide usar sus escritos teóricos como una herramienta para convencer a sus seguidores de rechazar tal modelo. No existía nada igual. Tuvo que ingeniárselas sobre la marcha.
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Quiero dedicar el resto de este ensayo a examinar algunos de los escritos de Öcalan bajo este prisma.
Antes he mencionado que Öcalan abordó un problema común de manera insólita. Existen multitud de referencias sobre cómo proceder en caso de querer abandonar el marxismo para adoptar políticas más antiautoritarias. El primer paso, hablando en términos generales, sería anunciar una serie de rupturas teóricas con los pilares de la ortodoxia marxista: el concepto de alienación, o la prioridad de la lucha de clases, o la decreciente tasa de ganancia. Öcalan ha roto con todos ellos. El peligro reside en cómo hacer eso sin establecer una nueva ortodoxia ni hundirse en un relativismo nihilista que imposibilite hacer juicios morales.
El llamado “pensamiento del 68” en Francia, por ejemplo (Deleuze, Foucault, Derrida…), concebido en su origen como un movimiento para romper los grilletes de la ortodoxia marxista, acabó rebotando en la mayoría de los casos entre estas dos pésimas opciones; o lo que es peor, incurriendo en ambas a la vez. Öcalan deja claro que no quiere caer en ninguna de estas trampas. Vamos a analizar bajo este prisma una de sus principales rupturas con Marx, sobre la naturaleza de la mercancía y la teoría del valor-trabajo. En el primer tomo de su Manifiesto por una Civilización Democrática, aborda el tema así:.
«He de admitir que no comparto el concepto de Karl Marx sobre la mercancía. La opinión de que el valor de cambio de la mercancía se puede medir por la actividad de los trabajadores ha abierto un periodo de conceptualización cargado de inconvenientes…»
Este pasaje pertenece a una obra sobre la aparición de la civilización en el antiguo Oriente Medio, y el texto continúa argumentando, antes que nada, que el proceso de mercantilización no empezó con formas de trabajo sino con la transformación gradual de las antiguas economías del don y de la reducción de las relaciones sociales a relaciones impersonales de intercambio (propiciado por el préstamo de dinero al interés —lo que, por otra parte, armoniza estupendamente con mis propias observaciones sobre esta materia en Deuda—). Si todas las relaciones sociales se mercantilizaran, la sociedad se desintegraría. La mercantilización, prosigue, no sólo agría las relaciones entre las personas, sino también entre esas personas y su entorno natural, llevándonos al “desastre ecológico”:.
«Esto se debe a la profunda distinción que se ha trazado entre los valores materiales y los morales, que forman una misma unidad natural. En cierto modo, esta separación ha sentado las bases para una metafísica muy precaria. Al privar a la materia del espíritu y al espíritu de la materia, la humanidad ha quedado a merced de la más confusa dicotomía jamás hallada en la historia del pensamiento. A lo largo de la historia de la civilización, la fraudulenta distinción entre materialismo y moralidad en todos los aspectos de la vida ha destruido la ecología y la vida salvaje. El concepto de materia inanimada y el universo inanimado, acompañados de un espiritualismo incomprensible, están invadiendo y colonizando la mente humana.».
Esta crítica a la mercantilización recuerda bastante al espíritu de Marcel Mauss y a la tradición antropológica que él inspiró, la cual también argumenta que la creación de mercados impersonales y la correspondiente tendencia a universalizar “las religiones mundiales” (surgidas de forma sorprendentemente parecida y consistente en la India, China y el mediterráneo oriental durante la mitad del primer milenio antes de Cristo), nos condujo a crear nuestras ya conocidas distinciones entre egoísmo y altruismo, materialismo e idealismo, cuerpo y alma, por nombrar algunas de ellas. En ese caso, y empleando los términos marxistas adecuados, la alienación se manifestaría antes en el ámbito de la circulación que en el de la producción.
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Pero existen otros problemas:.
«Tengo mis dudas sobre otro aspecto de la teoría de Marx. Dudo mucho que los valores sociales (incluidas las mercancías) puedan medirse. La mercancía no puede considerarse como un mero producto del trabajo abstracto, sino como una combinación de muchas propiedades que son incontables e innaturales. Afirmar lo contrario sería abrirle la puerta a la falacia, a la extorsión y al robo. El motivo es obvio: ¿cómo podemos medir el trabajo de una madre durante el parto o el de la familia que cría al trabajador? ¿Y cómo podemos calcular el porcentaje de la sociedad que produce este “valor”?[5]. Por lo tanto, el valor de cambio, la plusvalía, el valor-trabajo, la tasa de interés, el beneficio, las rentas y todo lo demás, no son más que diversas formas en las que el poder oficial y estatal nos roba. Merecería la pena desarrollar otras medidas o nuevas formas de economía del don para sustituir al sistema de cambio.».
Obviamente, todos los puntos que se discuten en este pasaje son puntos candentes de debate en la tradición marxiana, desde la cuestión de si la intención original de Marx era proponer una teoría de fijación de precios hasta los debates feministas en los que se debate si el “trabajo reproductivo” produce valor para el capital (posición que también comparte Silvia Federici), o si el verdadero objetivo del sistema del valor en El Capital es validar algunas formas de trabajo como “trabajo que produce valor real” y desacreditar otras (tal y como postula Diane Elson).
En cierto modo, la postura de Öcalan en estas líneas nos puede recordar a la de Michael Hardt y Antonio Negri en El Trabajo de Dionisos o en el célebre Imperio; y no es de extrañar, ya que que ambos son activistas intelectuales que proceden de la tradición marxista pero cuyas obras entablan diálogo con movimientos sociales anti-autoritarios (al menos en el caso de Negri, quien también ha pasado una considerable parte de su vida intelectual en prisión). Aun así, creo que las diferencias dicen más que las semejanzas. Öcalan ha empleado la perspectiva feminista para reinventar cinco mil años de economía política, argumentando que el verdadero valor social nunca fue cuantificable, y que cualquier intento de medirlo siempre supuso una forma de violencia; Hardt y Negri sin embargo, postulan que el ascenso del feminismo en los 70 fue lo que dejó anticuada a “la ley del valor”.
Sería útil citar algunos de los pasajes en los que se exponen tales ideas:.
«Marx concebía la teoría del trabajo de dos maneras, desde dos perspectivas diferentes: una negativa y otra afirmativa. La primera perspectiva surge de la teoría del trabajo abstracto. (…) La cantidad de valor expresa la relación que existe entre un bien determinado y la proporción de trabajo social necesario para producirlo.».
Este planteamiento, insisten, explica cómo el sistema se organiza a sí mismo, por lo que usan el mismo lenguaje que se utilizó en Economía Política en tiempos de Marx. Existe aún otra forma más radical en la que se puede manifestar la teoría del valor-trabajo, que a veces se da en la obra de Marx. Los trabajadores están constantemente luchando para establecer lo que es la fuerza de trabajo, y esta lucha es dinámica, hostil y política. Uno de las consecuencias de esta lucha hoy en día ha sido establecer la labor no remunerada de las mujeres como una forma legítima de trabajo:.
«La relación entre trabajo y valor no es unidireccional. Tal y como muchos expertos han reconocido en los últimos treinta años (…) que algo cuente como trabajo, o como una actividad que genera valor, depende de los valores existentes en un contexto socio histórico determinado; es decir, el trabajo debería definirse como una actividad, pero no una actividad cualquiera, sino como una actividad que es socialmente reconocida como productiva. Para decidir qué actividades entran dentro de la categoría de trabajo es importante recordar que ésta no es una categoría fija ni impuesta, sino determinada socialmente, por lo que su definición constituye un terreno susceptible a la impugnación social. Por ejemplo, ciertas líneas de estudios y prácticas feministas que parten de un análisis de la división de género del trabajo han sacado a la palestra las diferentes formas de trabajo afectivo, prestación de cuidados y trabajo familiar que se han considerado tradicionalmente como trabajo de mujeres. Estos estudios han demostrado claramente cómo tales actividades producen redes sociales y crean la sociedad en sí. Como resultado de tales esfuerzos, estas prácticas que generan tanto valor pueden y deben ser reconocidas como una forma de trabajo hoy en día.».
Por eso, la “ley del valor” se ha quedado obsoleta; el valor social ya no se puede cuantificar; el feminismo ha allanado el camino para una sociedad posmoderna. Las nuevas formas de cooperación productiva ya no surgen sólo de las fábricas y lugares de trabajo, sino también de subculturas e internet, invadiendo nuestra vida diaria. La política identitaria ha reemplazado a la política de clase porque la producción de esas identidades ahora constituye la forma de trabajo más importante. Los valores que produce están más allá de toda medida. Es más, lo que estamos presenciando es la aparición del comunismo (también conocido como “sociedad”) dentro del armazón del capitalismo. Los capitalistas ya no son los amos de la producción de valor, sino que han quedado relegados a apropiarse, privatizar, patentar y extraer beneficios del uso de cosas que jamás crearon. Han alcanzado esta posición mediante una fusión entre el capital y el poder estatal, una fusión a la que denominan “Imperio”. A su vez, el ascenso del Imperio implica que ahora el poder define la realidad:.
«Lo político debe asumirse también como ontológico ya que todas las determinaciones de valor y cuantificación que solían regir la distribución de poder (o fijar sus precios, subdivisiones y jerarquías) han perdido su coherencia… El Imperio es el telar ontológico en el que todas las relaciones de poder se entretejen – tanto relaciones políticas y económicas como sociales y personales. (…) Toda medida del valor ya fijada tiende a disolverse y el horizonte imperial de poder se revela finalmente como un horizonte inconmensurable.»
Muchos se sienten seducidos y alentados por tan grandilocuentes palabras: vivimos en una era frívola, creamos comunismo cuando navegamos en internet, ahora todo es posible. Pero en muchos sentidos, lo que están diciendo suena absolutamente ridículo. ¿En serio están Hardt y Negri diciendo que, en 1845, sólo el trabajo de las fábricas producía valor porque por aquel entonces la mayoría de los trabajadores de las fábricas así lo pensaban mientras que sus esposas no tenían ni voz ni voto en el asunto? ¿De verdad piensan que el trabajo “afectivo” o de cuidados no generaba sociedad antes de que las feministas pusieran las cartas sobre la mesa? Cuesta imaginarlos expresando tales opiniones de manera explícita. De hecho, evitan profundizar en el tema, pero está claro que ésa es la idea central de su argumento.
En mi opinión, la propuesta de Hardt y Negri es un claro ejemplo de argumento postmodernista. Si la transformación histórica saca a la luz ciertos aspectos del capitalismo o del estado que antes no habíamos advertido, ¿qué debemos hacer? ¿Reexaminar la historia bajo esa perspectiva y elaborar una nueva teoría de lo que siempre ha sido el capitalismo o el estado; o simplemente declaramos que el mundo cambió por completo alrededor de 1975 y que ahora vivimos en una realidad totalmente diferente? (Esto puede sonar estúpido, pero es prácticamente lo que están diciendo Hardt, Negri y una multitud de académicos. A este nuevo sistema lo llaman “posmodernidad”). El método de Öcalan es el contrario. Él elige la primera opción. Cuando el feminismo (incluyendo, en este caso, los infatigables esfuerzos de las guerrilleras del PKK para que el mundo acepte las necesidades de las mujeres como asuntos de alta prioridad y no como algo que solucionar “tras la revolución”) desveló ciertos inconvenientes del capitalismo, Öcalan decidió redefinir lo que era el capitalismo. Incluso aborda esta cuestión en su tomo sobre el capitalismo, donde se remonta hasta la antigua Mesopotamia.
Llegados a este punto, creo que es necesario reconsiderar el enfoque de Marx sobre la teoría del valor-trabajo… La visión de que el trabajo humano es la base del valor de cambio es muy discutible; así como también son muy discutibles los análisis de Marx. Ya sea en términos de trabajo concreto o abstracto, el valor de cambio siempre tiene un aspecto especulativo. Vamos a poner como ejemplo que el primer mercader de Uruk, en una de sus colonias a lo largo del Éufrates, tratase de comerciar con materiales de roca y metal a cambio de cerámica. ¿Qué habría determinado pues el valor de cambio?
Es posible, (y de hecho solía ser así), que un mercader inflara los precios creando una ilusión de falsa escasez, o incluso destruyendo valiosos recursos o mercancías. La destrucción de cosas también conlleva trabajo, por supuesto, pero si la milicia sumeria saquea y quema una ciudad enemiga con el objeto de neutralizar a un productor de lana rival y así preservar su monopolio comercial, ¡a nadie se le ocurriría sugerir que están trabajando más que las mujeres que hilan y tejen la lana! Quizá Öcalan tenía aquí en mente la historia de cómo la Compañía Británica de las Indias Orientales suprimió la industria textil de la India, lo cual hizo posible la revolución industrial; una revolución que según Öcalan, allanó el terreno para la aparición de la teoría del valor-trabajo, que muy convenientemente justificaba tales conquistas a ojos de los trabajadores británicos.
No es de extrañar que un revolucionario kurdo de Turquía tenga clara la asociación entre el capitalismo y a la violencia imperial que éste ha desatado en el resto del mundo, y que prefiera en su lugar abrazar la tradición de Fernand Braudel e Immanuel Wallerstein, que argumentan que el capitalismo era un sistema de especulación y comercio antes de convertirse en un sistema de producción. Pero el contraste con Hardt y Negri es muy revelador. Öcalan sostiene que el capitalismo empezó tal y como Hardt y Negri aseguran que está acabando. Al fin y al cabo, el capitalismo es básicamente la continuación de una larga tradición de violenta expropiación patriarcal.
El capitalismo podría describirse como el descendiente directo de una tradición en la cual una panda de saqueadores arremolinados en torno al hombre fuerte se apropian de valores sociales generados por la madre-mujer. El capitalismo es el acto de los grupos con avanzada inteligencia especulativa que no se abstendrán de usar la violencia con la frecuencia que les parezca necesaria. Son los antiguos capitalistas de Inglaterra, de Holanda, y antes de ellos, los de las ciudades-estado italianas como Génova, Florencia y Venecia; se vincularon con el estado y, cual miembros de una secta, tenían su propio y especial estilo de vida.
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«El capitalismo podría describirse como el descendiente directo de una tradición en la cual una panda de saqueadores arremolinados en torno al hombre fuerte se apropian de valores sociales generados por la madre-mujer.»
Dicho de otro modo, mientras Hardt y Negri sostienen que el capitalismo es una fuerza que antaño fue puramente productiva y que ahora, agotada, se ha visto reducida a una mera brutalidad que arrebata los productos de nuestros deseos y pasiones; Öcalan insiste que siempre fue así. El mayor engaño del capitalismo consiste en hacernos creer que alguna vez fue algo distinto:.
«Tal y como ocurrió con las religiones de los primeros comerciantes de Uruk, los llamados economistas políticos se encargaron de elaborar la nueva versión de la narrativa mitológica, para lo cual inventaron la religión del capitalismo. Lo que construyeron no fue sino una nueva religión, con su propio libro sagrado e intrincadas sectas. La economía política es el más fraudulento y predatorio monumento a la inteligencia ficticia, creado para camuflar el carácter especulativo del capitalismo. La escuela británica de economía clásica propuso el señuelo perfecto: la teoría del valor-trabajo. Me pregunto por qué optaron por esta idea. Sospecho que el motivo principal era distraer a los trabajadores.».
Además, añade, (y es palpable la “gran angustia” con la que lo dice), “Ni siquiera Karl Marx pudo evitar morder el anzuelo”.
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Ahora, y hablando únicamente por mí mismo, me parece que Öcalan se excede un poco aquí: creo que la teoría del valor-trabajo revela una verdad más profunda, que el mundo que habitamos es en gran parte nuestra propia creación, y si Marx cayó en la trampa de los economistas políticos de su tiempo (y yo diría que, en cierto modo, sí que cayó), fue por considerar el trabajo generador de valor como algo necesariamente “productivo” más que como un asunto de cuidar, atender y criar. Aun así, no introduzco esta idea para concretar la diferencia entre la posición de Hardt y Negri, la de Öcalan, y la mía propia. En realidad, tengo una razón secreta para exponer estos pasajes en detalle: también quiero señalar la gran diferencia entre sus estilos de prosa.
La manera en la que se expone algo, en mi opinión, no es del todo ajena a lo que se está exponiendo. Vamos a analizar este punto más de cerca.
Hardt y Negri se expresan en el llamado alto estilo marxista clásico, que no sólo se escuda en lenguaje técnico extraído de varias tradiciones filosóficas, sino que también hace continua referencia a dichas fuentes de autoridad intelectual. Por supuesto, empiezan indicando cómo hacer una correcta lectura de Marx. Continúan destacando el peso de la autoridad intelectual (“innumerables estudiosos han reconocido…”) y acaban argumentando que ciertos autores (feministas en este caso) en realidad juegan un papel clave en la constitución de las realidades que están describiendo. Este tipo de lenguaje solo tiene algún sentido si asumes, como ellos ya han hecho, que los intelectuales como Marx o sus seguidores contemporáneos son, al menos en cierta medida, la voz de los movimientos sociales: ellos son los que cristalizan ese sentido común insurgente que empieza a brotar. Esto permite postular que la teoría del labor-trabajo de Marx era cierta cuando el movimiento obrero la adoptó, pero que las labores domésticas ahora se consideran parte del valor porque los académicos y activistas feministas han obligado a la sociedad a reconocerlas como tal.
Pero obviamente estos intelectuales no sólo se dedican a informar a la gente (incluso a los revolucionarios) de lo que piensan, sino que también moldean y dan forma a ese conocimiento emergente. Podría decirse que, en cierto modo, crean nuevas realidades con sólo señalarlas. Por lo tanto, la combinación de exposiciones declarativas (“el trabajo productivo es esto”, “el imperio es esto otro”…), exhortaciones (“no debe jamás ser definido como”, “debe ser reconocido como”, “debe entenderse como”…) y el uso estratégico de oraciones impersonales para describir procesos históricos que parecen estar ocurriendo espontánea e inevitablemente: “toda medida fija de valor tiende a disolverse, y el horizonte imperial se revela como…”. A menudo acaba sonando a una mezcla entre ensayo académico y manifiesto político. El lenguaje científico parece estar siempre a punto de convertirse en lenguaje profético, y a veces lo hace sin más miramiento. Esto no supone ningún problema para los autores, que actúan igual que los profetas hebreos. Según Spinoza, éstos crearon al pueblo hebreo al “organizar los deseos de la multitud” en torno a cierta visión de la historia. Del mismo modo, postulan Hardt y Negri, los pensadores revolucionarios pueden hoy en día invocar a un sujeto revolucionario, como si fuera un enorme, feroz y maravilloso demonio, con tan sólo pronunciar su nombre.
Öcalan ha decidido no tomar este camino.
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«El lenguaje científico parece estar siempre a punto de convertirse en lenguaje profético, y a veces lo hace sin más miramiento. […] Öcalan ha decidido no tomar este camino.»
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El problema que tiene el planteamiento de Hardt y Negri es que sigue siendo vanguardista a efectos prácticos. Ambos están tratando de librarse del modelo viejo y explícitamente vanguardista en el que el Gran Teórico llega con un análisis estratégico para revolucionar a las masas; pero no está del todo claro cuán eficaz es este esfuerzo. Es cierto que ellos no son los líderes de este movimiento, pero escribir como si lo fuesen les otorga bastantes licencias. De nuevo, Öcalan no puede permitirse tal privilegio. El sí que es el líder de un movimiento revolucionario que en sus comienzos se basaba en principios vanguardistas. Por eso, tiene la precaución de escribir de modo que nada de lo que dice pueda utilizarse para crear ese tipo de autoridad doctrinaria.
Regresemos a la prosa de Öcalan, y observemos como se aleja de lo que antes he calificado de alto estilo marxista.
La primera y más obvia diferencia es que Öcalan siempre se preocupa en asumir, personalmente, un lugar en el contexto. En parte, claro está, se debe a las circunstancias en las que escribió sus obras más recientes. La única razón por la que a Öcalan se le permitió publicar esos libros fue porque, legalmente, tenía derecho a presentar testimonio y explicar el contexto de los crímenes de los que se le acusaba; todos los libros que ha escrito desde la prisión de la isla son, como ya he mencionado anteriormente, declaraciones dirigidas al tribunal turco. Pero es evidente que ésta no es la única razón. El Manifiesto por una Civilización Democrática no parece tanto un manifiesto como una combinación única de historia, autobiografía y reflexión teórica que se alimentan entre sí. Fantasía infantil y visiones míticas se unen para precipitarse enfurecidas contra la injusticia actual, una visión que sólo alguien que ha pasado décadas encerrado en una celda contemplando la naturaleza de la libertad humana podría plasmar de tal manera..
«Siempre pensé que las cimas de las montañas eran el trono sagrado de los dioses y diosas y que las faldas de las montañas eran los pilares del cielo que habían creado en toda su plenitud, y siempre quise perderme en ellas. Cuando era joven me llamaban “el loco de las montañas”. Mucho después me enteré de que ese tipo de vida estaba reservada para el dios Dionisos y para los grupos artísticos y liberales de chicas (llamado las Bacantes) que viajaban siempre a su lado, y le envidiaba tanto… Cuando aún vivía en mi pueblo, siempre quería jugar con las niñas. Nunca me gustó la cultura dominante de encerrar a las mujeres en casa. Todavía hoy quiero participar con ellas en miles de debates abiertos, en juegos, en toda la espiritualidad de la vida.
Recuerdo cómo siempre saludaba a las mujeres libres de las montañas con la brisa matinal de las diosas y en añoranza trato de “darme sentido a mí mismo”. También recuerdo la inmensa rabia que sentía hacia los hombres (familia, clan y estado) a causa de las muertes de montones de mujeres sudorientales que morían en accidentes de carretera mientras viajaban a otras regiones por trabajo de temporada. ¿Cómo es posible que las descendientes de la diosa tengan un destino tan trágico? Mi mente y mi alma nunca han podido aceptar esta derrota.».
Volviendo al análisis de Öcalan sobre la mercancía, según esta perspectiva, lo que más impresiona es su emotividad, seguida del cuidado que pone en evitar que la profundidad de sus sentimientos y la naturaleza absoluta de su rechazo a las formas de poder existentes se conviertan en algún tipo de prescripción absoluta de lo que debe hacerse.
La mercantilización “abre el camino para la falacia, la extorsión y el robo”. La lógica de la mercancía se convierte en un desastre injustificado si se aplica a toda la sociedad: “la aceptación mental de la mercantilización de la sociedad supone abandonar la naturaleza humana. Y eso rebasa toda barbarie”. La perspectiva de una vida dentro de un sistema definido por esta lógica le “repugna”. Los revolucionarios que emplean el Alto Estilo tienden a evitar este tipo de expresiones, o en todo caso, las usan con frugalidad.
Algunos dirán que lo único que pasa aquí es que Öcalan es atípicamente sincero. John Holloway denomina a esto “el grito”. Los teóricos radicales, explica, describen las contradicciones del capitalismo global como si las hubiesen contemplado y razonado, como si, al haber examinado minuciosamente el funcionamiento del sistema y descubierto sus leyes internas, tuvieran finalmente que admitir que algo va terriblemente mal. Pero no es exactamente así. En casi todos los casos, el analista empieza a experimentar una intensa sensación, casi intuitiva, de que algo va muy mal. Un grito de horror, incluso, ante la violencia y el sufrimiento y la pura insensatez del mundo que nos rodea. Siempre empieza así. Comenzamos sintiendo ese horror y entonces tratamos de aplicar las herramientas de la razón para entender cómo es posible vivir en un mundo como éste. En tal caso, las pasiones que Öcalan expresa siempre están ahí, como si fueran el combustible que impulsa el motor de su argumento. Lo único que ha hecho Öcalan es tomar la inusitada decisión de revelarlas.
Creo que Holloway tiene razón; pero al confesar sus pasiones, la obra de Öcalan demuestra que incluso esta fórmula está incompleta. Después de todo, Holloway no nos habla sólo de horror, sino también de indignación. ¿Por qué retrocedemos ante las injusticias? ¿Por qué somos capaces de discernir esta “injusticia”? No es sólo un impulso espontáneo, como el de alguien que retrocede ante la visión del desmembramiento de un cuerpo. De ser así, podríamos concluir que el mundo es un lugar horrible y que más nos valdría hacernos adictos a la heroína o convertirnos en un Adventista del Séptimo Día. Debe haber también una sensación punzante en el fondo de nosotros mismos que nos diga que nada de esto es necesario, que una sociedad que no esté cimentada sobre tales horrores puede existir. La imagen de las niñas libres jugando en las montañas, inventándose las reglas del juego sobre la marcha, es la chispa que desemboca la indignación ante sus innecesarias muertes. En nuestra experiencia universal del cuidado materno, la razón y los sentimientos, la moralidad y la economía, la mente y el cuerpo, aún no tienen un precio y conforman un todo inseparable. Ésa es la chispa que necesitamos para indignarnos ante la imposición de una lógica de mercado. No se puede percibir lo inhumano que es el sistema a menos que se comprenda lo que realmente significa ser un humano.
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«En nuestra experiencia universal del cuidado materno, la razón y los sentimientos, la moralidad y la economía, la mente y el cuerpo, aún no tienen un precio y conforman un todo inseparable. Ésa es la chispa que necesitamos para indignarnos ante la imposición de una lógica de mercado. No se puede percibir lo inhumano que es el sistema a menos que se comprenda lo que realmente significa ser un humano.»
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En la expresión de todas estas pasiones (o quizás, debido a la propia intensidad de estas pasiones) Öcalan procura evitar las típicas afirmaciones y mandamientos categóricos tan propios del alto estilo marxista. Tiene “algunas dudas” sobre la teoría del trabajo-valor de Marx. Piensa que es “bastante discutible”. Más bien se refiere a que está equivocada y respalda el fraude, el robo y la extorsión. Pero no es del todo cierto que esté equivocada, lo cual significa que podría ser correcta; es sólo que es muy poco probable. La mercantilización es violencia, llevada a extremos puede ir en contra de nuestra propia humanidad: los aspectos más genuinamente humanos de la creación de valor (el parto, el amor materno, lo social…) no podrían, y jamás deberían, ser cuantificados. Pero otros aspectos podrían serlo. Sólo que no de la manera en la que lo están siendo. Es posible que tengamos que inventar un nuevo sistema de medida. O si no, tendremos que inventar “nuevas formas de la economía del don” que rechacen por completo la lógica de la cuantificación. Y aun así podrían parecer imprecisas. Öcalan, precavido, deja el debate abierto; esto es una invitación al pensamiento creativo, y, dentro del movimiento kurdo, muchos ya han empezado a desarrollar estas cuestiones.
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Cualquiera podría objetar: “pero al final, ¿acaso es tan diferente de Marx?” Puede que Marx no mostrase tantas dudas, pero expresó con fuerza sus pasiones, y también renegó de instaurar prescripciones sobre la organización económica en una sociedad libre. Es cierto, pero también se podría argumentar que el rechazo de Marx provenía del mismo absolutismo que Öcalan rehúye. Al menos, así es como lo han interpretado los marxistas actuales: una revolución total implica que no podemos saber nada de lo que acontecerá tras la dictadura del proletariado, así que no tiene sentido tratar de imaginar los problemas que tendríamos que enfrentar. Si miramos hacia atrás en la historia, tal perspectiva es más espeluznante que tranquilizadora. Öcalan, sin embargo, no es un pensador totalizador y no piensa en términos de rupturas absolutas. El capitalismo no es nada nuevo. Es una nueva constelación de tendencias que han existido desde la Edad del Bronce. Por lo tanto, las cuestiones que necesitamos abordar no están tan lejos de la capacidad de nuestra imaginación. Podemos empezar a pensar en ellas, aunque no sepamos donde pueden acabar tales pensamientos.
Para un revolucionario, para cualquiera que esté activamente involucrado en la lucha política, cualquier cosa que escribe supone una intervención política. Un ensayo o un libro, o incluso una publicación en un blog, siempre es una acción directa. Su cometido es provocar un efecto en el mundo, no simplemente exponer la verdad, sino elegir cómo y a quién lo dirige a fin de conseguir cambiar la actitud de la gente. Al abrazar la tradición anti-autoritaria, Öcalan también está rechazando todo cálculo utilitario que defienda que el fin justifica los medios, y contraataca insistiendo en que, en la medida de lo posible, tu intervención ha de ser modelo para el mundo que deseas crear. La acción directa es la desafiante insistencia en actuar como si uno fuese libre. Un hombre que está en la cárcel sólo puede hacerlo mediante palabras. Me da la impresión de que lo que Öcalan hace en sus obras no es sólo llamar a la sociedad a deshacer el trabajo de la mercantilización, esa violencia continuada que rompe la unidad de razón, la moralidad y lo que él llama “la inteligencia emocional”; también esboza una posible restauración de dicha unidad. Ésta es la razón por la que nos revela las pasiones que guían sus principios y por eso rechaza sistemáticamente el idioma de mando.
Por eso, muchas de sus intervenciones clave adoptan la forma de sugerencias, interrupciones, confesiones, narrativas que se resisten a una lectura bíblica o catedrática. Si no creamos un lenguaje nuevo que evite el racionalismo puro y la “espiritualidad incomprensible”, caeremos en la misma trampa en la que cayeron los anteriores movimientos revolucionarios, que no crearon nada más que una nefasta síntesis de ambas cosas:.
«Tengo que admitir con gran pesar y rabia que durante los últimos ciento cincuenta años hemos estado luchando en nombre de un positivismo vulgar y materialista condenado al fracaso. La lucha de clases fundamenta este enfoque. Pero esta clase, al contrario de lo que ellos piensan, no son los trabajadores y obreros resistiéndose a la esclavitud, sino la pequeña burguesía que hace mucho que se rindió y se adhirió a la modernidad. El positivismo es la ideología que ha moldeado la percepción de esta clase y lo que cimienta su insignificante reacción ante el capitalismo.».
Pero el positivismo, continúa, también se ha convertido en un ídolo, y el marxismo en una especie de religión (una religión que sólo tiene sentido para la clase profesional-directiva, que inevitablemente, ha acabado dirigiendo las dictaduras marxistas del pasado). Los escritos de Öcalan intentan encontrar un punto de partida desde el cual trascender todo esto.
¿Tiene éxito en su intento? Es difícil de decir, medir el éxito en tales materias. Desde luego, las obras de Öcalan han desempeñado un papel clave al inspirar a uno los movimientos de transformación revolucionaria más amplios que se recuerdan.
Hay que ser muy precavidos. ¿Acaso el elemento subjetivo, el énfasis en la historia personal de Öcalan y sus emociones, no entrañan el peligro del ya clásico culto a la personalidad revolucionario? Es comprensible que los visitantes anti-autoritarios se sientan un pelín incómodos ante los retratos de Öcalan, colgados en hogares y oficinas de de Rojava, o las referencias a “nuestro líder”. También hay que tener en cuenta que las tendencias autoritarias están en guerra con las anti-autoritarias dentro del movimiento, como no podría ser de otra forma, quizás, en todo movimiento revolucionario masivo (en contraste con esos movimientos perfectos que sólo existen en nuestra imaginación). En este sentido, Öcalan se erige como una especie de figura intermedia, un mártir viviente: el antiguo líder aún vivo cuya imagen se muestra en contextos políticos, en un mundo político lleno de imágenes de héroes muertos. Apresado por sus enemigos, consigue permanecer en un lugar intermedio, a pesar de todo. También es ese líder intelectual que anima a sus seguidores a rechazar todas las certezas que suelen surgir del rol de un líder intelectual, el patriarca que llama a los hombres a matar al patriarca que llevan dentro, la figura de autoridad definitiva, que alienta a los jóvenes a tomar una postura escéptica ante cualquiera que diga que sabe más que ellos.
Sería interesante preguntarnos a nosotros mismos cuánto tiempo tendrá que pasar o qué cosas tendrán que ocurrir para que la esfera intelectual trate a las ideas de Öcalan de la misma manera en la que tratan las de Walter Benjamin, George Bataille, Simone de Beauvoir, o Franz Fanon (por nombrar a unos pocos de los estudiosos involucrados en política que no fueron líderes de partido ni académicos), o incluso a un cómico como Slavoj Zizek. Pero en cierto modo éste es un empeño inútil. Cada día hay más académicos (al menos los que son críticos) que escriben sus propias obras en las que hablan como si fuesen a cambiar el mundo, en un contexto institucional diseñado para garantizar que no haya ninguna posibilidad de que eso ocurra. Las palabras de Öcalan son, ante todo, una forma de acción política, y sólo sus consecuencias pueden revelar su verdadero significado.
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Notas
[1] A Abdullah Öcalan se le conoce con el sobrenombre de «Apo», que significa «tío» en kurdo. ↩
[2] Aunque borroso, existe un punto intermedio en ambos bandos: los anarquistas verdes, considerados de los grupos más sectarios, son a veces calificados como “zerzanitas”, aunque no tengo constancia de nadie que se haya autodenominado de tal manera; y los marxistas más anti-autoritarios – como los autonomistas, los situacionistas, o los comunistas consejistas – suelen identificarse más con prácticas que con el nombre del pensador que fundó el grupo. También cabe mencionar que incluso esas variedades del marxismo que se resisten al “modelo del gran hombre” tienden a reinventarse de acuerdo a tal modelo siempre que se incorporan al debate académico: tal es el caso del post-operaísmo italiano de los años 2000, cuyo mérito se atribuyó únicamente a Michael Hardt y Antonio Negri.
[3] Todavía queda algo de aquellos círculos de lectores radicales que existían fuera de la academia y del marxismo sectario, en los que el arte, el activismo y el periodismo se entremezclan entre sí, y en donde estos autores siguen gozando de mucha popularidad. No obstante, todo aquello ha quedado reducido a una débil llama dentro de la universidad.
[4] De todas formas, la confesión de Althusser no le sirvió de nada. Cuando la gente decide encumbrarte como a un dios, la simple autoabnegación no basta para disuadirlos.
[5] De manera similar, plantea en el segundo tomo: “¿Cómo podemos recompensar el trabajo de una madre que ha llevado al proletario dentro de su vientre durante nueve meses para luego criarlo y alimentarlo hasta que pueda empezar a trabajar? ¿Y cómo podríamos determinar quiénes son los propietarios y cómo podríamos recompensar a aquellos que, durante miles de años, han contribuido a la construcción de las herramientas de producción, ahora en manos de los capitalistas? No olvidemos que en ningún caso el valor de las herramientas de producción se corresponde con la cantidad por la que se vende en el mercado. Incluso los inventos técnicos que se emplean en una fábrica moderna son el producto de la creatividad colectiva de miles de personas. ¿Cómo podemos calcular el valor de su trabajo y a quién deberíamos pagarle?”.
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Producido por Guerrilla Translation bajo una Licencia de Producción de Pares.
* Texto traducido por Sara Escribano, editado por Silvia López
* Artículo original publicado en Waging Non Violence
* Imagen de portada de Jamal Misher, pintor kurdo de Hewlêr (Erbil), al sur del Kurdistán
* Pintura Abstracta de Steve Johnson
* Fotografía de ventana en cueva tomada en Prizren (Kosovo) por @processingly
* Fotografía de tablilla sumeria tomada en el British Museum por Marco Guada
* Imagen de Thierry Ehrmann