Al borde del abismo climático

La intervención del ser humano sobre el medio ambiente ha alcanzado un punto crítico. El punto de equilibrio de la biosfera está a punto de inclinarse hacia un lado: o bien rebasa el nivel que nos conduce a la catástrofe climática o nos mantiene a salvo gracias a la suma de medidas e iniciativas distribuidas a nivel global para evitar que se produzca tal descalabro.

 

Un punto de inflexión positivo

Según ya ha argumentado anteriormente Katarina Zimmer, la misma reacción en cadena que potencia el cambio climático puede funcionar en la dirección contraria.

«Del mismo modo que el deshielo del glaciar Jakobshavn de Groenlandia origina un deshielo mayor, las tecnologías ecológicas también pueden propagarse y potenciarse entre sí», escribe. «Y, en cuanto alcancen el punto de inflexión en el que resulten más atractivas que sus rivales basadas en combustibles fósiles, entonces podrán conquistar el mercado».

Zimmer alude a una investigación del científico climático Tim Lenton. En ella, Lenton constata la rapidez con la que se puede producir un cambio tecnológico mediante la aplicación de políticas que impulsen tecnologías verdes hasta alcanzar unos «puntos de inflexión» que aceleren la transición energética de forma similar a la que se produjo con la máquina de vapor, que fue el motor que puso en marcha la Revolución Industrial.

La investigación de Lenton centrada en el Reino Unido revela que las subvenciones públicas a la energía eólica y solar, junto con un impuesto firme sobre la combustión de carbono, transformaron prácticamente de la noche a la mañana una infraestructura energética de más de un siglo de antigüedad.

Según Zimmer, «en la última década, el país ha reconvertido su sector energético al abandonar casi por completo la energía obtenida del carbón, que hasta entonces generaba el 40 % de su electricidad. En consecuencia, las emisiones de carbono del Reino Unido disminuyeron más rápidamente que las de cualquier otro gran país del mundo».

Noruega es otro de los ejemplos que menciona. Noruega decidió eliminar la imposición fiscal a la compra de vehículos eléctricos nuevos y la mantuvo para aquellos propulsados por gasolina y diésel. Esta iniciativa «ha dado lugar a una expansión sin precedentes de los vehículos eléctricos entre la población noruega y ha provocado que el 80 % de los coches nuevos que se venden en el país (y alrededor del 20 % de todos los que circulan por sus carreteras) sean completamente eléctricos».

Este fenómeno se repite en todo el mundo allá donde se incentiva la introducción y generalización de tecnologías limpias, como la energía hidroeléctrica, la eólica o las baterías de litio, en detrimento de los combustibles fósiles. Estas iniciativas incluyen medidas como la Ley de Reducción de la Inflación del presidente Joe Biden, en Estados Unidos, o como las de China, donde el año pasado la potencia de las energías renovables instaladas (eólica, solar, hidráulica y nuclear) superó por primera vez a la capacidad de los combustibles fósiles.

Esperanzada, Zimmer cita un informe presentado el año pasado en Davos donde se afirma que la estrategia para alcanzar un punto de inflexión a escala mundial podría pasar por la cooperación en torno a unos «macropuntos de referencia» clave, tales como los vehículos de emisiones cero, la sustitución de la producción de fertilizantes por amoniaco verde y las alternativas proteínicas a la carne, que «provocarían una reacción en cadena de puntos de inflexión para iniciativas de carbono cero en sectores que representan el 70 % de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero».

 

Cuanto más se agrava la crisis climática, más crece la resistencia que impide atajarla de forma efectiva.

 

El eje de la resistencia

Lamentablemente, la dinámica también está cobrando impulso en la dirección contraria. En cierto modo, cuanto más se agrava la crisis climática, más crece la resistencia que impide atajarla de forma efectiva.

A principios de este año pudimos contemplar algunos ejemplos alarmantes de lo que se avecina en extremos opuestos del famosamente templado clima mediterráneo: la sequía y los violentos incendios forestales asolaron Chile, mientras que un diluvio torrencial inundó durante varios días la hasta entonces soleada California. Los científicos también advirtieron recientemente que los modelos informáticos indicaban que las corrientes del océano Atlántico, gracias a las cuales Europa mantiene un clima templado, corren el peligro de colapsar.

Para mayor consternación, un estudio recién publicado sobre los esqueletos de carbonato de las esponjas marinas revela que el planeta ya se ha calentado por encima del límite de 1,5°C que se fijó en el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático de 2015, un límite a partir del cual ya no se puedan reparar los daños causados a la biosfera.

A pesar de todo esto, las mismas políticas ambiciosas que acabamos de mencionar, diseñadas para cumplir los objetivos de París, se están revirtiendo a medida que empiezan a afectar cada vez más a los intereses más acuciantes de sectores del electorado, ya sean las economías domésticas, los agricultores o los empresarios. La sensación de urgencia que otrora se mantenía firme está ahora flaqueando ante las políticas del presente, una situación en la que las generaciones futuras no tienen voz alguna y la humanidad en su conjunto apenas tiene relevancia.

Tomemos el caso del Reino Unido, por ejemplo. Este país había logrado unos avances extraordinarios, pero su Primer Ministro Rishi Sunak, temeroso de perder el respaldo de la opinión pública ante la carga que supone alcanzar los objetivos de emisiones netas cero para el año 2050, dio marcha atrás al proyecto y retrasó la fecha límite fijada para prohibir la venta de vehículos impulsados por combustibles fósiles y la eliminación progresiva de las calderas de gas.

De forma similar, a principios de este año la Unión Europea abandonó sus planes de recortar las subvenciones a los combustibles fósiles y las políticas destinadas a reducir el uso de pesticidas y las emisiones de metano y otros gases de efecto invernadero procedentes de la agricultura ante las protestas de los agricultores, que bloquearon con sus vacas y sus tractores las carreteras de todo el continente.

En Alemania, el presidente de la principal asociación empresarial del país arremetió con dureza y declaró que las contundentes políticas climáticas del gobierno son «absolutamente tóxicas».

 

La economía geopolítica del clima

La reacción en cadena de puntos de inflexión positivos se está viendo entorpecida también por tensiones geoeconómicas y geopolíticas. El año pasado, la UE introdujo un colosal «plan industrial del pacto verde» cuyo objetico era impedir que los fabricantes de tecnologías limpias huyeran a Estados Unidos atraídos por los subsidios a la producción nacional, y reforzar al mismo tiempo la competencia frente las exportaciones chinas de vehículos eléctricos y paneles solares de bajo coste. Hasta la fecha, esta iniciativa apenas ha cosechado frutos, por lo que la UE está barajando ahora la posibilidad de adoptar medidas proteccionistas para evitar que las exportaciones de tecnología china acaben con sus sectores de energías limpias antes de que logren consolidarse.

Estados Unidos también ha intentado limitar el avance de la tecnología china barata y puntera. En diciembre del año pasado estableció una serie de normas que dificultan que los componentes de baterías fabricados por «una entidad extranjera relevante» puedan acogerse a la desgravación fiscal de 7.500 dólares que se concede a quienes compran vehículos eléctricos. Parafraseando ligeramente el enfado de John Kerry, el ex enviado especial estadounidense para el clima, expresado en privado a un conocido común, la tecnología limpia se amontona en los puertos chinos mientras el mundo arde en llamas.

Ahora que la protesta de los agricultores ha frenado la política climática activa de la UE en materia de agricultura, la fragmentación de cualquier posibilidad de alcanzar un «punto de inflexión extremadamente favorable» a escala transnacional adquiere una nueva dimensión.

El boletín Net Zero de Semafor analizó con buen criterio lo que se avecina: «el retroceso de Europa en el terreno de la agricultura es el preludio de la lucha a la que se enfrentarán Estados Unidos y muchos otros países en los próximos años para reducir la huella de carbono de la actividad agrícola, que está en camino de convertirse en la mayor fuente de emisiones de Europa para el año 2040, pero cuya descarbonización ha sido mucho más lenta que la de otros sectores como la electricidad o el transporte».

El peligro actual es evidente y manifiesto: si se pierde el impulso de una reacción en cadena consolidante en dirección a un punto de inflexión positivo, la dinámica de autorrefuerzo del cambio climático asumirá el control y cruzará el umbral en la dirección contraria.