Cómo el crecimiento económico se ha vuelto anti-vida

Vandana Shiva es una científica, filósofa y escritora india. Gracias a su andadura de más de 40 años en pos del activismo, se ha convertido en una representante muy importante del ecofeminismo.

En 1982 creó la Fundación para la Investigación Científica, Tecnológica y Ecológica. Entre las variadas iniciativas que maneja (biodiversidad, compromiso de las mujeres con el movimiento ecologista, regeneración del sentimiento democrático, etc.) destaca el programa Navdanya. Su nombre significa “nueve cultivos” y es una organización revolucionaria constituida por ecologistas y agricultores indios cuya iniciativa principal es el impulso y difusión de la agricultura ecológica a través del apoyo a agricultores locales y el  rescate y conservación de los cultivos que están siendo empujados hacia la extinción.

Vandana_shiva_20070610Actualmente es líder del Foro Internacional sobre la Globalización, así como miembro destacado del movimiento antiglobalización, desde donde lucha activamente contra la política neoliberal de globalización y a favor de los derechos de los pueblos, denunciando que la codicia de las corporaciones usurpan los recursos naturales, como la tierra y el agua, y violan los derechos fundamentales de la gente. En su libro reciente Manifiesto por una democracia de la tierra, Vandana ha propuesto el concepto y la causa de la democracia de la tierra como alternativa al capitalismo.

Para desarrollar su tesis ecofeminista plantea varias ideas como la presentada en el siguiente artículo, originalmente publicado en The Guardian: el desarrollo de otro tipo de herramientas más allá del Producto Interior Bruto (PIB) que evidencien la mejora en el desarrollo de las poblaciones.

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«La obsesión por el crecimiento ha eclipsado nuestras  preocupaciones por la sostenibilidad, la justicia y la dignidad humana. Pero las personas no son desechables; el valor de la vida no radica en el desarrollo económico. El crecimiento económico oculta la pobreza que genera a través de la destrucción de la naturaleza, que a su vez desemboca en comunidades incapaces de autoabastecerse.»

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El crecimiento ilimitado es la fantasía de economistas, empresas y políticos, quienes lo consideran una medida de progreso. Como consecuencia, el producto interior bruto (PIB) —que supuestamente mide la riqueza de las naciones— se ha convertido en la cifra más poderosa y en el concepto más dominante de nuestros tiempos. Sin embargo, el crecimiento económico oculta la pobreza que genera a través de la destrucción de la naturaleza, que a su vez desemboca en comunidades incapaces de autoabastecerse.

El concepto de crecimiento fue propuesto como medida para movilizar los recursos durante la Segunda Guerra Mundial. El PIB se basa en la creación de un límite artificial y ficticio, dando por hecho que producir lo que se consume no es producir. En efecto, el «crecimiento» mide la transformación de la naturaleza en dinero y del patrimonio común en mercancías.

De esta forma, los asombrosos ciclos naturales de renovación del agua y de los nutrientes se clasifican como no productivos. Los campesinos del mundo, que nos proporcionan el 72% de los alimentos, no producen. Las mujeres que cultivan el campo o hacen la mayoría de las tareas domésticas tampoco encajan en este paradigma de crecimiento. Un bosque vivo no contribuye al crecimiento, pero cuando se talan y se venden sus árboles como madera, entonces sí hay crecimiento. Las sociedades y comunidades saludables no contribuyen al crecimiento, pero la enfermedad origina crecimiento a través de la venta de medicamentos patentados, por ejemplo.

Si el agua estuviera disponible como bien común compartido libremente y protegido por todos, habría suficiente para todos. Sin embargo, eso no origina ningún crecimiento. Pero cuando Coca-Cola abre una planta industrial, extrae el agua y rellena botellas de plástico con ella, la economía crece, si bien este crecimiento se basa en la creación de pobreza, tanto para la naturaleza como para las comunidades locales. El agua que se extrae por encima de la capacidad de la naturaleza para renovarse y recargarse genera escasez de agua. Las mujeres se ven obligadas a andar distancias cada vez mayores en busca de agua potable. En la aldea de Plachimada, en Kerala, cuando la distancia que debían recorrer en busca de agua llegó a los 10 km, Mayilamma —una mujer de la comunidad tribal— dijo basta: «No podemos caminar más lejos: la planta de Coca-Cola debe cerrar». Al final, el movimiento emprendido por las mujeres desembocó en el cierre de la planta industrial.

Del mismo modo, la evolución nos ha regalado la semilla. Los agricultores la han seleccionado, cultivado y diversificado; es la base de la producción alimentaria. Una semilla que se renueva a sí misma y se multiplica produce, además de alimentos, semillas para la próxima temporada Sin embargo, no se considera que las semillas cultivadas y cuidadas por los agricultores contribuyan al crecimiento. Originan y renuevan vida, pero no producen beneficios. El crecimiento empieza cuando las semillas se modifican, se entrecruzan genéticamente, lo que obliga a los agricultores a comprar más cada temporada.

La naturaleza se empobrece, la biodiversidad se deteriora y un recurso común y gratuito se transforma en una mercancía patentada. La compra anual de semillas supone el endeudamiento asegurado para los campesinos pobres de la India. Desde la instalación de los monopolios de semillas, la deuda de los agricultores ha aumentado. Más de 270.000 agricultores indios atrapados en la trampa de la deuda se han suicidado desde el año 1995.

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«El modelo dominante de desarrollo económico se ha vuelto anti-vida. Cuando las economías se miden exclusivamente en términos de flujo monetario, los ricos se hacen más ricos y los pobres, más pobres. Y aunque el rico sea rico a nivel monetario, es también pobre en el sentido más amplio de lo que significa ser humano.»

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La pobreza también se extiende cuando los sistemas públicos se privatizan. La privatización del agua, la electricidad, la sanidad y la educación sí genera crecimiento mediante beneficios. Pero también origina pobreza al obligar a las personas a gastar grandes cantidades de dinero en bienes y servicios que estaban a su alcance a precios razonables como bien común. Cuando todos los aspectos de la vida se comercializan y mercantilizan, la vida se encarece y la gente se vuelve más pobre.

Tanto la ecología como la economía surgen de la misma raíz: “oikos”, palabra griega que significa casa. Cuando la economía se centraba en lo doméstico, reconocía y respetaba sus cimientos basados en los recursos naturales y los límites de la renovación ecológica. Se centraba en satisfacer las necesidades humanas básicas dentro de esos límites. La economía basada en el hogar también era gestionada por la mujer. Hoy en día, la economía es algo ajeno y opuesto a los procesos ecológicos y las necesidades humanas. Mientras la destrucción de la naturaleza se justifica en aras de la creación de crecimiento, aumentan la pobreza y la expropiación. Al mismo tiempo que insostenible, es también económicamente injusto.

El modelo dominante de desarrollo económico se ha vuelto anti-vida. Cuando las economías se miden exclusivamente en términos de flujo monetario, los ricos se hacen más ricos y los pobres, más pobres. Y aunque el rico sea rico a nivel monetario, es también pobre en el sentido más amplio de lo que significa ser humano.

Mientras tanto, las exigencias del actual modelo económico están derivando en guerras por recursos como el petróleo, el agua y la comida. El desarrollo insostenible implica tres niveles de violencia: el primero es la violencia contra la tierra, que se manifiesta como crisis ecológica; el segundo es la violencia contra las personas, que se refleja en pobreza, indigencia y desplazamientos; y el tercero es la violencia de las guerras y los conflictos, cuando los poderosos echan mano a recursos que se encuentran en otras comunidades y países para saciar sus apetitos ilimitados.

El aumento del flujo monetario en función del PIB se ha desvinculado del valor real, pero aquellos que acumulan recursos financieros pueden reclamar los recursos reales de la gente: sus tierras, su agua, sus bosques y sus semillas. Esta sed les lleva a  saquear la última gota de agua y el último centímetro de tierra del planeta. No se trata del fin de la pobreza. Es el fin de los derechos humanos y la justicia.

Los premios Nobel de economía Joseph Stiglitz y Amarty Sen han admitido que el PIB no refleja la condición humana e instado a la creación de diferentes herramientas que midan el bienestar de las naciones. Esa es la razón por la que países como Bután han adoptado el índice de felicidad nacional bruta en lugar del producto interior bruto para calcular el progreso. Necesitamos crear medidas más allá del PIB y economías más allá del supermercado global para revitalizar la riqueza real. Debemos recordar que la verdadera moneda de la vida es la vida misma.

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