El sector de la traducción es un chiringuito capitalista. Guerrilla Translation es la opción ética.
Guerrilla Translation es un colectivo muy parecido a una familia escogida. Gran parte de ese sentimiento emana del sentir colectivo que “nos hemos encontrado por fin”. La mayoría de nosotras hemos trabajado como traductoras autónomas e independientes antes de unirnos a la cooperativa (y algunas de nosotras aún tenemos un pie en ese mundo). Mi mente evoca una imagen: cada una de nosotras vagando por el inhóspito desierto del sector de la traducción, con el portátil bajo el brazo, hasta que nos topamos con el oasis que es Guerrilla Translation. Aquí se nos reconoce por fin como seres vivos con unas cualidades creativas que ofrecer y unas necesidades humanas que satisfacer. No obstante, fuera del mundo de la traducción la mayoría de personas no están al corriente de lo desolador que es el panorama para las trabajadoras del sector y para el oficio de la traducción propiamente dicho. Por eso me gustaría arrojar algo de luz sobre las razones por las que decidimos forjar un camino diferente y hacer las cosas como las hacemos.
Es difícil ser fiel a tus principios en cualquier industria que intenta prosperar y consolidarse en el marco del sistema capitalista. Siempre habrá una tendencia a aumentar los ingresos de la cúspide de la pirámide privando a las trabajadoras que sostienen el sector de una compensación justa. La competencia laboral garantiza que los salarios se mantengan bajos e incluso se contraigan debido a que las trabajadoras se ven obligadas a rebajar las tarifas, hasta el punto en el que el trabajo deja de proporcionar un salario digno. Entre tanto, los ingresos generados por la industria se invierten en una tecnología que pretende hacer a las trabajadoras obsoletas en el medio-largo plazo. El sector de la traducción no es una excepción.
La mayoría del trabajo de traducción se realiza mediante agencias de traducción capitalistas. Estas agencias suelen contar con una plantilla que incluye traductoras internas a tiempo completo, un equipo de gestión, y otras personas empleadas que manejan todo el trabajo administrativo de recibir encargos, tratar con los clientes y entregar las traducciones. Sin embargo, también subcontratan a muchas traductoras autónomas, ofreciendo encargos al mejor postor con unos plazos que suelen ser muy ajustados —si bien se toman su tiempo en pagar los servicios prestados. Además, a menudo esperan que la traductora realice trabajo no remunerado, aportando comentarios y actualizando bases de datos terminológicas y otros recursos digitales que no le pertenecen.
Por si fuera poco, la mayoría de las agencias exigen que el traductor emplee un software de traducción particular (y, por norma general, muy caro) llamado TAO, o traducción asistida por ordenador. Estas herramientas utilizan bases de datos terminológicas y textos ya traducidos para traducir automáticamente segmentos de texto, pero es obviamente la persona que traduce quien los aprueba, corrige y ajusta según sea necesario. Esto puede acelerar mucho el proceso de traducción y, a primera vista, puede parecer que facilita también el trabajo de quien traduce.
No obstante, la cara oscura de las herramientas TAO es que identifica la cantidad de palabras y frases repetidas que hay en un texto. En otras palabras, se pueden crear algoritmos para pagar a la traductora únicamente por los segmentos o frases que no hayan aparecido ya en el texto. Si una frase se repite dos veces en un mismo texto, la traductora solo cobra por la mitad de las palabras. Si una frase es similar a otra en un 50 %, entonces la traductora solo cobra el 50 % de la tarifa por palabra de esa frase, y así sucesivamente. En consecuencia, esto suele reducir de manera considerable al número de palabras que se tienen en cuenta para calcular el volumen de un texto y, por ende, la cantidad de dinero que recibe la traductora. Sin embargo, esto no disminuye de manera notable el trabajo que implica la traducción. La traductora sigue teniendo que leer los segmentos repetidos y traducidos de manera automática (ahora en dos idiomas) y decidir si las traducciones anteriores se ajustan al contexto concreto en cuestión, o si sería mejor reformularlos y traducirlos de forma distinta debido a cuestiones estilísticas o de contexto. En definitiva, la experiencia de la traductora sigue siendo necesaria para valorar un segmento repetido, pero deja de considerarse como un servicio retribuible.
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Básicamente, la traductora se ve obligada a tirar piedras sobre su propio tejado. Se espera que pague de su bolsillo un software caro que merma claramente su valor como trabajadora. Una vez finaliza su traducción, tiene que devolver la nueva “memoria de traducción” del texto a la agencia para que ésta pueda volver a introducirla en el algoritmo y usarla de en detrimento de otros traductores. Este algoritmo solo funciona para menoscabar la retribución, que no el trabajo, de la traductora. La agencia sigue cobrando al cliente por el recuento total de palabras, apropiándose de ese dinero extra en forma de plusvalor e invirtiendo parte de él en software y herramientas de traducción automáticas más avanzadas.
Según una previsión del mercado de la traducción automática, la traducción automática neuronal o NMT por sus siglas en inglés (un método de traducción automática que imita la lógica del cerebro humano) está recibiendo suculentas inversiones de muchos líderes del sector como Moravia, Amazon, Google, IBM, Microsoft, Raytheon y muchos otros. Estas empresas obtienen beneficios gracias a la precariedad del sector de la traducción y se espera que esta tendencia siga aumentando en los próximos años. Según el informe de la Encuesta sobre la Industria de los Idiomas, la traducción automática neuronal es la tendencia líder en la industria, por delante incluso de la inversión en el desarrollo de herramientas TAO que, en cualquier caso, sigue creciendo.
En consecuencia, cada vez es más frecuente ver anuncios de «posedición» en plataformas de trabajos de traducción. Consiste en revisar y editar un texto traducido de manera automática para corregir cualquier error cometido por el software de traducción. No es ninguna sorpresa que la posedición se suela pagar a un tercio (o menos)de la tarifa de traducción, así que muchas empresas optan por este sistema más barato para ”gestionar” sus traducciones. A quienes “revisan” se les sigue exigiendo tener las habilidades de un traductor real, pero se les paga una fracción de la tarifa de traducción, de por sí muy reducida. En resumen: las traductoras se han visto obligadas a participar en la degradación de sus propias habilidades y, en ultima instancia, a quedarse sin trabajo, mientras que los ingresos del sector aumentan. Los líderes corporativos de la industria están utilizando una tecnología diseñada específicamente para reducir la cantidad de dinero que se les paga a las trabajadoras que sostienen el sector. No me imagino a un cirujano cobrando menos a medida que su equipamiento quirúrgico se hace más avanzado o es capaz de realizar más procedimientos quirúrgicos en menos tiempo. ¿Por qué debería aplicarse esta lógica a la traducción?
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«Las traductoras se han visto obligadas a participar en la degradación de sus propias habilidades y, en ultima instancia, a quedarse sin trabajo, mientras que los ingresos del sector aumentan.»
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Sin embargo, una diferencia clave entre el sector de la cirugía y el de la traducción es que la mayoría de los cirujanos son hombres, mientras que la mayoría de las profesionales de traducción (sobre todo por cuenta propia) son mujeres. De hecho, cerca del 75 % de cirujanos son hombres y el 75 % de las traductoras autónomas son mujeres. No debería sorprendernos que las mujeres conformen la mayor parte de la mano de obra del sector si tenemos en cuenta la cantidad de trabajo (de cuidados) no remunerado e invisibilizado que conlleva la traducción. La sociedad occidental moderna siempre ha contado con que las mujeres asuman y realicen en silencio una cantidad desmesurada de trabajo tras bambalinas sin recibir ninguna compensación por ello. Ejemplo claro de ello es el ingente volumen de trabajo de cuidados no remunerado que se lleva a cabo en los hogares con tal de mantener la vida. A penas se empieza a hablar de este trabajo como tal; es un rol que se enmarca de lleno en las expectativas esterotipadas del género femenino, incluso hoy en día.
Lo mismo ocurre en el lugar de trabajo. Se espera que las mujeres hagan el trabajo sucio, «se sacrifiquen por el equipo» y que gran parte de su creatividad y productividad pase desapercibida. En el ámbito de la traducción, las traductoras autónomas suelen cobrar una tarifa por palabra, pero una buena traducción implica una gran cantidad de trabajo más allá de lo que es la propia traducción de cada palabra. Hay que investigar la terminología y jerga específicas del sector, muchas nuevas o poco comunes (en dos idiomas) y asegurarse de que las traducciones de dichos términos son exactas y actuales. Esta labor puede conllevar mucho tiempo. Por ejemplo, la traducción de una frase de 10 palabras quizás suponga 0,80€ para el traductor pero traducirla con precisión puede llevarle media hora o más si tiene que consultar diferentes fuentes y bases de datos para así asegurar el uso preciso de la terminología. Es media hora de trabajo no remunerado que se espera de un traducción de un mínimo de calidad.
Las traductoras autónomas tampoco cobran por el tiempo que emplean en actualizar sus propias bases de datos y herramientas, en responder a los encargos de traducción y en negociar con las agencias. Por otro lado, las personas que gestionan los proyectos para las agencias cobran un salario para, básicamente, negociar a la baja hasta la saciedad la tarifa de cualquier tipo de encargo. Es más, es la agencia la que determina las condiciones de pago para la traductora autónoma, y no al revés. La traductora no tiene más remedio que aceptar estas condiciones. Y es que, por norma general, el pago se realiza al menos un mes después de la entrega de la traducción. ¿Contratarías a alguien para renovar tu casa diciéndole a la cara que le pagarás cuando te venga bien y esperarías seriamente que las obras se lleven a cabo cuanto antes? Lo cierto es que esta actitud sería inaceptable en la mayoría de profesiones tradicionalmente dominadas por hombres.
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Esto no significa que no haya traductores, por supuesto, pero si observamos el gráfico anterior, veremos que los hombres están más concentrados en empresas de traducción o en departamentos de traducción de grandes empresas, es decir, los hombres están más concentrados en puestos fijos en los que es más probable que el trabajo de cuidados se recompense mediante salarios regulares o en los que hay otro personal (probablemente mujeres) que realicen esas tareas por ellos. En cambio, el sector de profesionales autónomas de traducción (el más precario en su inmensa mayoría) está marcadamente feminizado.
La precariedad del sector de los autónomos no ha hecho más que aumentar durante la pandemia de COVID-19. Antes de la pandemia las traductoras autónomas ya tenían dificultades para llegar a fin de mes, y cerca de un 40% de ellas tenían que recurrir a otras fuentes de ingresos para complementar su sueldo como traductoras. Esto se antoja poco lógico si tenemos en cuenta que estamos hablando de profesionales altamente cualificadas que ofrecen un servicio cada vez más demandado. ¿Por qué se presiona tanto a las traductoras y se les paga tan poco?
El informe “Language Industry Survey Report” de 2020 recabó las opiniones de profesionales por cuenta propia sobre los cambios que consideraban necesarios para reducir el estrés y la precariedad en su profesión (véase la anterior infografía). Muchos de los cambios sugeridos son muy complejos a pesar de tratarse de una industria tan lucrativa. Las traductoras no están en una posición como para negociar unas tarifas mejores, ser más firmes con sus necesidades, rechazar plazos ajustados o establecer un horario de trabajo regular. Estas tácticas no son factibles porque las agencias y clientes tienen demasiado poder. En mi propia experiencia como autónomo, sigo todas estas sugerencias y esto se traduce, y nunca mejor dicho, en tener menos clientes. El único motivo por el que puedo permitirme hacerlo y animar a mis colegas a hacer lo mismo es porque tengo a Guerrilla Translation como apoyo. La mayoría no tiene este lujo.
Es necesario que haya unos cambios radicales y sistémicos para que la prosperidad del sector repercuta en las vidas profesionales de las traductoras autónomas. Es necesario reivindicar y luchar por algunas de las ideas que surgieron a raíz de la encuesta: unas tarifas fijas por ley, la concienciación de los clientes sobre la complejidad de la labor de traducción y un mayor respeto por la profesión en general. Pero esto es muy difícil si las agencias y departamentos de traducción corporativos continúan con su modelo de negocio. El principal deseo de las traductoras autónomas es tener más clientes directos y que las instituciones europeas trabajen directamente con las profesionales, y no mediante agencias. Las traductoras por cuenta propia saben que el único objetivo de las agencias es ganar dinero a costa de su trabajo, además de utilizarlo para desarrollar tecnología que acabará por hacerlo —según creen— obsoleto.
Las traductoras autónomas están atrapados en un círculo vicioso y nadie del sector va a hacer nada para pararlo. Los plazos son muy ajustados pero la competición es feroz, y las ofertas de trabajo son demasiado irregulares como para rechazar cualquier encargo. Las traductoras están disponibles a todas horas y las agencias y clientes tienen unas expectativas de ellas poco realistas y, de hecho, muy poco éticas, ya que se esfuerzan en pasar por alto la complejidad del trabajo que les encargan. El 70 % de las traductoras autónomas declararon vivir un conflicto contante con respecto a sus tarifas, en comparación con el 6 % que afirmó estar satisfecha con la cantidad que ganaba. También se constató que durante la pandemia de COVID-19 la gran mayoría de traductoras autónomas solo podrían permitirse no trabajar y subsistir exclusivamente mediante sus ahorros durante menos de 3 meses.
No cabe duda de que hay una falta de comprensión y respeto por el oficio y la labor de la traducción. Las traductoras no solo alcanzamos altos niveles de comprensión y de producción en al menos dos idiomas, también dominamos el arte de trasladar ideas, y no solo palabras, de un idioma a otro de manera que suene natural y auténtico. Traducimos con el objetivo de que no se note que el texto está traducido. Estudiamos el corpus teórico en el que se apoya esta habilidad y establecemos puentes entre prácticas y normas culturales, además de lingüísticas. Nos aseguramos de que el mensaje se reciba tal y como se ha comunicado. En realidad, el cliente está poniendo su voz en nuestras manos. Es una gran responsabilidad, y merece mucho más respeto. Al fin y al cabo, somos prácticamente superhéroes.
Y todo esto me lleva otra vez a Guerrilla Translation. Parte de nuestro enfoque es salvaguardar el arte de la traducción, ese toque humano tan necesario para elaborar un texto de calidad. No utilizamos herramientas TAO ni traducción automática, tanto por principios como porque el resultado acostumbra a ser mediocre. Incorporamos el trabajo de cuidados en nuestros salarios, lo explicitamos y debatimos de manera regular si esta labor está siendo distribuida de manera equitativa entre las personas que formamos parte del colectivo. Nos respetamos entre nosotras, y no esperamos menos de nuestros clientes. Desde nuestro pequeño oasis intentamos ofrecer nuestros servicios sin alimentar la maquinaria capitalista ni contribuir a la decadencia de nuestro arte, nuestro oficio, nuestra profesión. Estamos intentando impulsar un cambio colectivo desde la base. Esperamos contar con tu apoyo.
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Producido por Guerrilla Translation bajo una Licencia de Producción de Pares.
* Texto traducido por Lara San Mamés, editado por Marta Cazorla
* Artículo original escrito por Timothy McKeon y publicado en Guerrilla Translation
* Imagen de portada propia
* Imagen de artículo de Javier Morales
* Gráfica de artículo de Language Industry Survey Report 2020