El trabajo digital y el Antropoceno
McKenzie Wark es la autora de A Hacker Manifesto [Un manifiesto hacker], The Spectacle of Disintegration [El espectáculo de la desintegración], I’m Very Into You [Estoy fascinado contigo], de próxima publicación, y Molecular Red [Rojo molecular], entre otros. La siguiente transcripción es un extracto de una ponencia reciente durante la conferencia sobre trabajo digital presentada por la universidad The New School.
Quiero comenzar con el postulado de que en lugares como Nueva York, vivimos en el mundo superdesarrollado. De alguna manera nos pasamos por alto un grado de transformación. Una transformación que no sucedió, o que quizás no pudo suceder. Pero por el hecho de habernos saltado esa salida, terminamos en una suerte de estado de superdesarrollo. En el mundo superdesarrollado, la economía de la mercancía se alimenta de sí misma, se autocanibaliza.
Existe, por supuesto, un mundo subdesarrollado, a veces demasiado cercano al superdesarrollado. Se encuentra incluso aquí en Nueva York. Uno puede criticar el orientalismo de que Willets Point, en Queens, se conozca entre los neoyorquinos como ‘little Calcutta’ [pequeña Calcuta], pero la verdad es que sí es un lugar sin calles asfaltadas ni agua corriente y con la mayoría de los trabajos en negro, ilegales o precarios.
Pero te olvidas de que ese mundo subdesarrollado existe si vives en la burbuja del superdesarrollado. Al menos algunos de nosotros no tenemos que realizar la versión manual del trabajo precario. Pero, en algún sentido, varias de las características de ese trabajo lograron escabullirse en el mundo superdesarrollado.
Vista desde el interior de la burbuja que es Nueva York, la paradoja actual del trabajo digital estriba en la forma en que la tecnología permite el superdesarrollo del subdesarrollo. Las luchas sobre la configuración de las tecnologías es lo que las determina. No estaba en su naturaleza que lo digital terminara controlando el trabajo en lugar de ser controlado por él. Pero en la etapa actual de conflicto y negociación, el superdesarrollo del subdesarrollo parece estar afianzándose como tendencia en el sector laboral.
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«La clase vectorial precisa de la innovación cuasirutinaria. Los ciclos de mercantilización actuales lo exigen. A medida que nuestra atención decae y el aburrimiento se avecina, se vuelve necesario operar pequeñas modificaciones sobre las viejas propiedades: algún nuevo show, nueva aplicación, nueva droga, nuevo mecanismo. Lo interesante en este momento son las estrategias que se implementan para fraccionar el costo y disminuir el riesgo de estas innovaciones de rutina. Creo que la cultura de los start-ups consiste básicamente en eso.»
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En cualquier caso, la clase trabajadora no es la única que lucha en el mundo digital y contra él. Aun así creo que no es lo mismo ser trabajador que ser hacker. Pienso en los hackers como categoría de clase: hay una clase hacker. Los hackers son aquellos cuyos esfuerzos se mercantilizan como propiedad intelectual. Lo que hacen puede convertirse en derechos de propiedad, patentes o marcas registradas.
La clase hacker se distingue por unos pocos atributos. Generalmente implican el trabajo con la información, pero no de una manera rutinaria. Es distinto del trabajo de cuello blanco. Se trata de producir nuevas configuraciones de información más que de “llenar formularios”.
Como tal, puede ser un poco difícil volverlo rutinario. Las cosas nuevas no aparecen a tiempo. No si son realmente nuevas. Hay una especie de ‘innovación’ que está de hecho bastante cerca de la rutina, y la clase hacker se dedica a eso también. Es la nueva campaña publicitaria, el nuevo guiño al viejo proceso técnico, la nueva canción o aplicación o guión. Pero los grandes saltos cualitativos son mucho más difíciles de subordinar a las formas de trabajo rutinarias, reificadas.
La clase dominante de nuestro tiempo, a la que yo llamo clase vectorial, necesita de estos dos tipos de hackeo. La clase vectorial precisa de la innovación cuasirutinaria. Los ciclos de mercantilización actuales lo exigen. A medida que nuestra atención decae y el aburrimiento se avecina, se vuelve necesario operar pequeñas modificaciones sobre las viejas propiedades: algún nuevo show, nueva aplicación, nueva droga, nuevo mecanismo.
Lo interesante en este momento son las estrategias que se implementan para fraccionar el costo y disminuir el riesgo de estas innovaciones de rutina. Creo que la cultura de los start-ups consiste básicamente en eso. Fracciona y privatiza el riesgo a la vez que brinda un acceso privilegiado a la innovación, que comienza a demostrar el valor que tiene para la clase vectorial, y cuyo “modelo de negocio” es poseer, controlar, voltear, litigar y, si fuera absolutamente necesario, hasta crear nuevas formas de propiedad intelectual.
Los otros tipos de hackeos, los verdaderamente transformadores, son otro asunto. Hasta cierto punto, la clase vectorial no quiere saber nada sobre estos últimos, más allá de lo que la ideología dominante diga sobre la disrupción. La vida con disrupciones es para mediocres. A la clase vectorial no le gustan las sorpresas. Su objetivo es llegar a ser lo más cercano a un monopolio de algo que pueda generar ganancias.
El tipo de modo de producción en el que parece que entramos es uno que no creo que sea del todo capitalista según la descripción clásica. Esto no es capitalismo, es algo peor. Veo a la clase vectorial como la clase dominante emergente de nuestro tiempo, cuyo poder radica en tratar de dirigir el proceso de producción completo valiéndose de la propiedad y el control de la información. En el mundo superdesarrollado, una infraestructura de información, como una especie de tercera naturaleza, se impone ahora sobre la infraestructura de fabricación y distribución antigua, o segunda naturaleza, que su vez domina los recursos de este planeta; este es el modo en que actualmente se nos presenta la naturaleza misma.
Las estrategias de mando de la clase vectorial se apoyan en la acumulación de acciones, flujos y vectores de información. La clase vectorial convierte la información como materia prima en propiedad, y como propiedad en asimetría, desigualdad y control. Obtiene ganancias a partir de la privatización de la información, como monopolio, mientras minimiza o desplaza los riesgos.
Una de las estrategias es socializar el riesgo del hackeo real. Posiblemente esta sea la razón por la que las universidades públicas y la investigación con financiación pública aún existen, porque el contribuyente puede arriesgarse con la investigación verdaderamente básica. El modelo de parque de investigación universitario está configurado para modular cuidadosamente el acceso a la información sobre cualquier cosa que pueda considerarse como propiedad de valor.
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«En el mundo superdesarrollado, una infraestructura de información, como una especie de tercera naturaleza, se impone ahora sobre la infraestructura de fabricación y distribución antigua, o segunda naturaleza, que su vez domina los recursos de este planeta; este es el modo en que actualmente se nos presenta la naturaleza misma.»
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Otra de las estrategias es lo que podría llamarse autodisrupción. Habiendo aprendido de los errores de las viejas firmas capitalistas de las eras industriales, este modelo lleva la práctica hacker al interior de su organización. Las compañías que actualmente funcionan a partir de flujos de ingresos provenientes de la extracción de renta se convierten en acaparadoras de propiedad intelectual potencialmente monetizable, o de las personas que parecen ser capaces de producirla. Esta estrategia se implementa solo si la disrupción opera en mayor grado sobre la empresa de otro que sobre la propia.
Y esa es la clase vectorial. Los inconvenientes de pertenecer a la clase hacker en un mundo regido por la clase vectorial son los siguientes: en primer lugar, ciertas formas modestas de hackeo caen en un tipo de economía de subcontratación informalizada, incluso amateur. Algunas competencias se han generalizado de tal manera que se vuelve imposible extraer valor de las mismas como aptitudes laborales. Ciertos modelos de buscadores de trayectorias distribuidos o basados en algoritmos funcionan como si contrataras al mejor talento para que elija una trayectoria profesional para ti.
En segundo lugar, una mayor cantidad de habilidades hacker superiores podrían dedicir su propio precio en el mercado, y uno podría incluso terminar siendo dueño de una parte de aquello que produjera. Pero se vuelve cada vez menos probable que uno acabe siendo dueño del total del producto. Lo más factible es que uno sea, con mucho, un accionista menor dentro de su propio cerebro.
Naturalmente, la situación de los trabajadores es incluso peor que la de los hackers. La mercantilización de la vida y el mundo corroe la cultura tradicional de solidaridad e igualdad. Todo se vuelve un juego, con ganadores y perdedores. El mundo de la tercera naturaleza, ese mapa de datos borgeanos que cubre la totalidad exacta de su territorio, está casi literalmente programado para ser antisocial.
En la vida cotidiana puede darse una continuidad de experiencia entre ser trabajador y ser hacker. Como no son categorías absolutas desde el punto de vista de la experiencia, se puede pasar de lo uno a lo otro, y ambos pueden encarnar modos precarios de ganarse la vida. El varón blanco ‘bro-grammer’, una especie de “macho-programador”, no es el único tipo de hacker, así como el obrero de la construcción no es el único tipo de obrero.
Tanto para el trabajador como para el hacker, el alcanzar algún tipo de conciencia de clase, y sobre todo una conciencia social incluso de mayor alcance, constituye una auténtica lucha contra el estado afectivamente atomizante de la época. Solo que no creo que se trate del mismo tipo de conciencia de clase.
Para la clase trabajadora, todo es cuestión de solidaridad e igualdad. Para los hackers, la conciencia de clase siempre se ajusta al deseo de ser diferente, a la distinción, al reconocimiento por parte de los verdaderos colegas. Es una sensibilidad que se ve plasmada en el individualismo divulgado por la clase vectorial, pero no es exactamente lo mismo. Ganar la lotería de la participación de acciones no es lo mismo que ganar el respeto de los pares. Tampoco se traduce en ningún poder de moldear el mundo.
No debería sorprendernos si el mundo que este trabajo y estos hackeos están construyendo no perdurase. Hasta se podría decir que esta civilización ya no existe. Las condiciones materiales que la sostienen se están deteriorando. Aunque contribuyamos al mundo con algo de trabajo o de hackeo, es como si siguiéramos construyendo castillos de arena a medida que sube la marea.
Esto es lo que quiere decir Antropoceno: que el futuro del mundo humano y del mundo material están totalmente entrelazados. De la misma manera que Nietzsche declaró la muerte de Dios, ahora sabemos que la ecología está muerta. Ya no existe un ciclo homeostático que podamos enmendar retirándonos. No hay un medio ambiente que constituya el fondo natural sobre el que trabajar y hackear.
Así como se desploma la categoría de “ser humano” cuando ya no hay Dios, se desmorona también la categoría de lo social cuando no hay medio ambiente. El mundo material está urdido con rastros de lo humano, y lo humano resulta estar hecho de no mucho más que flujos desplazados de uno u otro elemento o molécula.
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«Tanto para el trabajador como para el hacker, el alcanzar algún tipo de conciencia de clase, y sobre todo una conciencia social incluso de mayor alcance, constituye una auténtica lucha contra el estado afectivamente atomizante de la época. Solo que no creo que se trate del mismo tipo de conciencia de clase. Para la clase trabajadora, todo es cuestión de solidaridad e igualdad. Para los hackers, la conciencia de clase siempre se ajusta al deseo de ser diferente, a la distinción, al reconocimiento por parte de los verdaderos colegas. Es una sensibilidad que se ve plasmada en el individualismo divulgado por la clase vectorial, pero no es exactamente lo mismo.»
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El dogma que afirma que “la realidad es un constructo social” resulta no exactamente equivocado sino más bien vacío de significado. Lo que todos los trabajadores y hackers del mundo están construyendo es solo algo más del mismo mundo imposible e inexistente. Estamos construyendo la tercera naturaleza como hiperrealidad.
Se nos presentan entonces dos tareas. La primera es pensar en trabajadores y hackers como sujetos de clases diferentes pero con un proyecto en común. La segunda es pensar ese proyecto común como la construcción de un mundo distinto. Esta plataforma que continuamos edificando, esta segunda y tercera naturaleza, ¿puede servir como plataforma para erigir una nueva, y que se pueda hackear?
Es una perspectiva abrumadora. Por eso acudí a la obra de Alexander Bogdanov, porque él pensaba que sí se podía lograr. En ocasiones es bueno tener antepasados, incluso si son tíos raros o tías excéntricas y no patriarcas. Bogdanov rivalizó con Lenin por el liderazgo del partido Bolchevique. Relegado del partido alrededor de 1910, se volcó a dos proyectos que se conocieron como tectología y proletkult.
Pienso en la tectología de Bogdanov como un proyecto de autoorganización de trabajadores y hackers que utilizaría el medio cualitativo del lenguaje en lugar del cuantitativo del intercambio como modo de transmisión de formas, ideas o diagramas, de un problema de diseño a otro. ¿Podría existir un arte de compartir lo que funcione? ¿Podría un hackeo derivado de un problema de diseño proponerse especulativamente como forma o guía posible para otro? La tectología de Bogdanov es como una plataforma de desarrollo colaborativo o GitHub filosófico.
Pienso en el proletkult de Bogdanov como un proyecto de producción cultural autónoma de trabajadores y hackers. Bogdanov tenía una teoría positiva de la ideología, no una negativa. Todos necesitamos una afectividad, una historia, una estructura sentimental que nos motive y nos conecte de verdad. ¿Hay algo que nos conmueva y nos una, que no sea la envidia, la codicia, el rencor, la ira o cualquiera de los anzuelos de este mundo ludopático, mercantilizado, hiperreal? ¿Puede haber otras cosmovisiones y cosmovisiones de otros?
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En cierto modo, la tectología encarna la labor, y el proletkult el aspecto lúdico de la construcción de un mundo real en las grietas y fisuras de este irreal que nos rodea. La nota clave para Bogdanov era que este proyecto tendría que ser cooperativo y colaborativo, y basado en la cosmovisión de hackers y trabajadores, que se diferenciaría tanto de la del autoritarismo como de la del mercado.
Tenemos que pensar en cómo funcionan las cosas sin asumir que hay algo o alguien a cargo, un árbitro definitivo cual Dios, incluso si es el Dios hipercaótico del realismo especulativo. Y también tenemos que pensar cómo funcionan las cosas sin imaginar que no hay más que un puñado de mónadas fragmentadas compitiendo entre ellas, para las que el orden ideal emerge y se autoorganiza mágicamente.
Necesitamos otra cosmovisión, rescatada de lo que queda de las prácticas manifiestamente comunes, colectivas y colaborativas a partir de las cuales el mundo se construye y funciona en efecto; es decir, una cosmovisión de la solidaridad y el obsequio. Una cosmovisión que funcione como teoría base trazada a partir de las prácticas de hackers y trabajadores, en lugar de una teoría superior que intente legislar sobre ellas desde arriba.
No es difícil entender lo que exasperó a Lenin de Bogdanov. Para este, el proletkult y la tectología eran ambas prácticas experimentales, prototipos de ideas y de cosas que ponía a prueba, que modificaba. A diferencia de Lenin o Lukacs, no hay en la obra de Bogdanov una teoría definitiva, correcta y dominante. Lo que sí hay es algo más cercano a una ética hacker, pero sin la carga autoritaria que aún se puede encontrar en un Lenin o un Lukacs, o en la parodia propia de Zizek, que no cuestiona los que están al mando de la cosmovisión dialéctica materialista establecida.
En la perspectiva de Bogdanov no existe un discurso maestro que controle a todos los demás. Lo que sí existe es un continuo de prácticas desde las ciencias naturales hasta el arte y la cultura, pasando por la ingeniería y el diseño. La parte de la ciencia y el diseño está cubierta mayormente por la idea de tectología; la del arte y la cultura por el proletkult. Pero se superponen, y ambas importan.
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«Esto es lo que quiere decir Antropoceno: que el futuro del mundo humano y del mundo material están totalmente entrelazados. (…) Así como se desploma la categoría de “ser humano” cuando ya no hay Dios, se desmorona también la categoría de lo social cuando no hay medio ambiente.»
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La amplitud de miras de Bogdanov respecto a las ciencias naturales, la ingeniería y el diseño es, creo, muy contemporánea. Conocemos cosas como el cambio climático (y otros signos del Antropoceno) únicamente gracias a las ciencias naturales. Sin el hackeo exhaustivo al conocimiento global que es la ciencia climática, literalmente no sabríamos qué demonios está sucediendo a nuestro alrededor. ¿Por qué estas sequías, estas inundaciones, estos cambios extraños en la variedad de especies, sus extinciones repentinas o el crecimiento desmesurado de sus poblaciones? Nada de esto tendría sentido.
Ni Heidegger ni Adorno tienen nada que decir sobre esto. Pero, curiosamente, entre 1908 y 1920, Bogdanov dilucidó prácticamente él solo el cambio global. Comprendió algo sobre el ciclo del carbono. Entendió la necesidad de pensar la influencia del trabajo social sobre la naturaleza, dentro de ella, con ella y contra ella, y cómo aquel produce una segunda e incluso una tercera naturaleza. Concibió la necesidad de construir una infraestructura que pudiera adaptarse a los cambios a medida que actuaba con las condiciones de su existencia.
Lenin lideró una vigorosa campaña para excomulgar a Bogdanov, campaña que, sorprendentemente, la tradición marxista nunca ha vuelto a revisar ni ha intentado revertir. Esto es, entre otras cosas, una gran injusticia. El marxismo experimental y no concluyente de Bogdanov, que no intenta ni dominar ni ignorar ni subordinarse a las ciencias naturales, se convirtió en una extravagancia. Su análoga contemporánea más cercana es, creo, Donna Haraway. O al menos eso argumento en Molecular Red [Rojo molecular].
En realidad el Antropoceno no reclama nuevas formas de pensar sino nuevas formas de practicar el conocimiento. Cuando las cosas se ponen raras, los raros se profesionalizan. Y es probable que así se pongan, en esta vida o en la próxima. Por eso creo que debemos empezar a trabajar ahora, no en la teoría del Antropoceno, sino en la teoría para el Antropoceno. Hay cosas peores, yo creo, que volver a imaginar y practicar algo así como una tectología y un proletkult: una tectología para hackers, un proletkult para androides. Construyamos un mundo y vivamos en él.
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Producido por Guerrilla Translation bajo una Licencia de Producción de Pares
- Texto traducido por Georgina Reparado, editado por Susa Oñate
- Artículo original publicado en DIS Magazine
- Imagen de portada de Nullify