Le comunicamos que su muerte es muy rentable
Para Trump, nuestras enfermedades y muertes son un coste necesario de hacer negocios
¿Te has enterado de las buenas noticias? Donald Trump está sugiriendo que la paralización de nuestros negocios como medida para refrenar al coronavirus puede terminar (tan pronto como) el próximo lunes. Sí, permitir que las personas vuelvan al trabajo podría llevar a que se extiendan los contagios, pero la muerte de unos pocos cientos de miles más de nosotros (si no terminan siendo unos pocos millones) es un precio muy pequeño, si con ello se consigue rescatar la economía norteamericana del colapso. En palabras del presidente: “no podemos permitir que sea peor el remedio que la enfermedad”.
El mensaje de Trump es claro: la economía no existe para servir a los seres humanos, los seres humanos existen para servir a la economía. Las personas que morimos al servicio del índice Promedio Industrial Dow Jones somos meras externalidades frente a la mayor prioridad del crecimiento del capital. Al igual que la destrucción del medio ambiente, nuestras enfermedades y muertes son un coste necesario de la actividad empresarial. No podemos rendirnos ante los deprimentes resultados que anuncian los médicos y científicos, no sea que desinflemos la esperanza y el optimismo que hacen grande a América.
Las personas que más se beneficiarán de nuestro sacrificio (los multimillonarios cuyas fortunas se basan casi exclusivamente en la constante capacidad de crecimiento de la economía) ya se están preparando para escapar. Están reservando aviones privados, listos para despegar hacia sus recintos aislados para el fin del mundo en el momento en crean estar en un riesgo real.
Es una variación de la “ecuación de aislamiento” sobre la que escribí hace un par de años, tras reunirme con un grupo de multimillonarios que buscaban consejos para mantener la seguridad en sus búnkeres apocalípticos en caso de que llegara el colapso de la sociedad. El objetivo del juego, tal y como ellos lo ven, es ganar suficiente dinero para aislarse de las consecuencias directas e indirectas de sus propias empresas. Es una pesadilla interminable: cuanto mayor es el daño medioambiental y social que provocan, más dinero deben ganar para protegerse a sí mismos de la devastación que dejan tras de sí y más se comprometen con la tarea de salvar sus pellejos y dejar atrás al resto del mundo cuando surja una verdadera crisis.
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«Al igual que la destrucción del medio ambiente, nuestras enfermedades y muertes son un coste necesario de hacer negocios.»
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Para ser honestos, esta cosmovisión es una extensión natural de una ideología mercantil que ya aceptaba las bajas humanas como un parámetro de la hoja de cálculo. Como Trump declaró no sin razón: “si te fijas, el número de accidentes de coche es mucho más elevado que las cifras que estamos manejando y no por ello le decimos a todo el mundo que no conduzcan más”. Todos los días calculamos el coste relativo de las vidas humanas mientras seguimos con nuestros negocios y aceptamos la concesión entre, por ejemplo, el coste de hacer que un coche sea seguro y la necesidad de hacerlo rentable.
Así es el American Way, la forma americana de hacer las cosas en ciertos aspectos. Como Dan Patrick, el gobernador de Texas, le dijo a Tucker Carlson el lunes: “nadie se ha acercado a mí a preguntarme: ‘¿estás dispuesto, como persona mayor, a arriesgar tu supervivencia a cambio de mantener la América que todo el mundo quiere para sus hijos y nietos?’ Si ese es el intercambio, contad conmigo”. La premisa subyacente es sencilla: el confinamiento por el coronavirus frena la expansión divina de la economía estadounidense. Es una defensa equivocada de los débiles y los ancianos. ¿De verdad vamos a dejar que nuestro gran mercado se vaya al garete?
Esta es una visión del mundo casi fascista, en la que dejamos de obligarnos a tomar decisiones en nombre de los perdedores y empezamos a tomarlas en nombre de los ganadores. Además, tal y como nos enseñó Ayn Rand, cuanto más ayudamos a los débiles, más nos debilitamos a nosotros mismos como sociedad y acervo genético. Así es la selección natural.
Por supuesto, la mayoría de las personas que argumentan a favor de aceptar estos riesgos para la salud pública se encuentran en una situación de riesgo leve o nulo. Tienen médicos privados que trabajan día y noche para conseguir las pruebas necesarias y los respiradores en caso de que no puedan llegar a sus escondrijos a tiempo. No, los riesgos los afrontamos por completo aquellos que no podemos permitirnos dichas medidas. Para los ricos es mucho más fácil adoptar una postura positiva.
Sin embargo, para ser justos, existe cierta lógica interna en este enfoque, una lógica tan antigua como el espíritu optimista tan propio de los EE. UU. Cuando Trump arremetió contra un periodista de televisión que le había pedido que les hablara a los estadounidenses que temían por sus vidas, no estaba ofuscándose simplemente, sino que estaba recriminando a la prensa por subestimar la capacidad de Estados Unidos a la hora de pensar de forma positiva frente a la crisis. “Deberías volver a hacer periodismo en vez de caer en el sensacionalismo”, le contestó Trump de forma airada.
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Recordemos que Donald Trump fue criado en las creencias de la iglesia de Norman Vincent Peale, autor de El poder del pensamiento positivo, una obra enormemente influyente y material de base de todos los movimientos espirituales “de arranque”, desde el “evangelio de la prosperidad” a El secreto. Desde los 6 años, Trump se sentaba con su familia en los bancos de la iglesia Marble Collegiate de Peale y escuchaba sus sermones sobre cómo podemos alcanzar el éxito que tanto anhelamos si lo visualizamos (en palabras de Peale, “formulando y grapando en nuestra mente con firmeza una imagen mental de nosotros mismos teniendo éxito”) y no cedemos jamás a los “pensamientos de miedo”.
Al menos para Trump y a los de su calaña, la elección de hablar y actuar de forma positiva ante cualquier evidencia de una situación adversa no es cínica. Hasta 2009, cuando acumulaba una deuda de más de mil millones de dólares y se enfrentaba a una ejecución hipotecaria, Trump dependía del “poder de ser positivo”. Aquel año le dijo a la revista Psychology Today que “lo que le ayudaba era negarse a ceder ante las circunstancias negativas y no perder nunca la fe en sí mismo. No creía estar acabado ni siquiera cuando los periódicos lo afirmaban”.
Desde la mejor de las perspectivas, Trump está intentando aplicar el poder del pensamiento positivo tanto a la economía como al virus. Tiene cierto sentido, en cuanto a lo que el mercado bursátil se refiere, y es que los mercados son emocionales. No hay nada como la esperanza en un futuro como para justificar unas tasas altas de precios y beneficios, incitar el gasto de los consumidores y estimular las inversiones.
Pero… ¿La esperanza puede matar al virus? Sabemos que el efecto placebo es real. ¿Podemos pensar y crecer saludablemente de la misma forma en que Napoleon Hill decía que debíamos pensar y hacernos ricos? Esa sería una razón suficiente para mantener a un científico pesimista como el doctor Anthony Fauci fuera del estrado durante las ruedas de prensa.
Pero ni siquiera Trump es un creyente lo suficientemente auténtico como para creer que el pensamiento positivo puede eliminar el virus por su cuenta. Sin embargo, puede avivar nuestra determinación, por muy descabellada que sea. Por eso nos pide que hagamos sacrificios y que, básicamente, nos limitemos a desear muy fuerte que el virus desaparezca.
Para los titanes de la industria que dependen de un crecimiento económico constante, una paralización prolongada supone en realidad un riesgo mayor del que podemos ver a simple vista. Cuanto mayor sea el lapso de tiempo en que los negocios permanezcan cerrados, mayor será el tiempo que tendremos para reevaluar la economía en la que hemos nacido. Sí, necesitamos comida, agua, cobijo y quizás una infraestructura de comunicaciones. Pero no mucho más. En tiempos como este nos damos cuenta del valor real de los agricultores, profesores y médicos… Y ¿qué hay de todos esos tipos trajeados que van a la ciudad a negociar con productos derivados, crear planes de marketing y coordinar las cadenas de suministro globales? No tanto. El verdadero peligro de todo esto (algo que los multimillonarios catastrofistas sí entienden) es que es uno de esos fenómenos del “cisne negro” podría ser “el evento” que destruya nuestra voluntad de seguir corriendo y hacer girar la rueda del hámster. Quieren que volvamos a trabajar pero… ¿Para qué?
Dicen que es para salvar la economía, pero no hablan de la economía real de bienes y servicios. La economía estadounidense que les preocupa se basa mayoritariamente en la deuda. Los bancos prestan dinero a los negocios, que los devuelven más adelante con intereses. ¿De dónde proceden esos intereses? Del crecimiento. Sin crecimiento, el castillo de naipes se desmorona al completo, junto con los más poderosos de entre nosotros. Todos tenemos que creer para así mantener nuestras esperanzas vivas y a los multimillonarios en sus búnkeres.
En cuanto a los superricos se refiere, el virus al que hay que temer no es de índole médica sino memética. Estamos abriendo los ojos ante la realidad de que hemos sido esclavos de una curva de crecimiento exponencial durante los últimos 40 años, al menos, y en realidad ha sido durante un periodo mucho mayor. Y estamos siendo testigos de cómo el mismo crecimiento exponencial que concedió a los multimillonarios sus fortunas es ahora responsable del que el 40 % de los estadounidenses tengan menos de 400 dólares en el banco para una emergencia. La necesidad de un crecimiento exponencial también explica cómo cedimos la fabricación básica y la resiliencia alimentaria a las endebles cadenas de suministro locales. Podemos volver al trabajo, claro, pero ni siquiera podemos fabricar nuestros propios respiradores.
Imagina que nuestra principal razón para volver al trabajo fuera fabricar y producir las cosas que las personas necesitan realmente para vivir unas vidas plenas, en vez de simplemente hacer nuestra parte del trabajo para mantener a los ricos protegidos y a salvo del resto de nosotros.
Eso sí que es pensar en positivo.
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Producido por Guerrilla Translation bajo una Licencia de Producción de Pares.
* Texto traducido por Lara San Mamés, editado por Silvia López
* Artículo original publicado en GEN Medium
* Imagen de portada de Welinoo
* Imagen de texto de Seth Anderson