Porqué la élite tecnológica respalda la renta básica universal

Por si lo que Silicon Valley nos ha dado fuera poco, quizás tenga que comenzar a darnos dinero a todos. El primer indicio de lo anterior lo noté una tarde del verano pasado, durante una reunión de entusiastas de la moneda virtual en un hackerspace a unos pocos kilómetros de Googleplex, en Mountain View, California. Después de que un orador enumerara los problemas de seguridad de un prometedor sucesor de Bitcoin, el blogger especialista en economía Steve Randy Waldman se levantó para hablar sobre “seguridad económica”. En algún punto de sus comentarios preliminares, nos hizo saber que era un defensor del ingreso ciudadano (la idea de que todos deberíamos recibir un sueldo básico de forma regular, sin condición alguna). Los hackers de la moneda virtual desplegados ante él levantaron la mirada de sus portátiles al oír esta idea y no volvieron a bajarla. A pesar de que la charla de Waldman versó sobre un tema completamente diferente, el ingreso ciudadano surgió una y otra vez durante el tiempo de preguntas y respuestas: las dificultades de su implementación y la duda sobre si las personas volverían a trabajar alguna vez.

Por esos días, yo había estado escuchando llamamientos a la renta básica provenientes de fuentes más previsibles en la Costa Este: seguidores del antropólogo anarquista David Graeber y los editores de la revista socialista Jacobin, entre otros. La idea contiene ciertamente una arista de izquierda: una expansión del sistema de bienestar social para incluir a todos. Un agradecimiento en efectivo por el mero hecho de estar vivo. Una forma de dejar el trabajo que detestas y, por mencionar el ejemplo preferido de los opositores, dedicarte a surfear.

Resulta que la renta básica está entre la peculiar clase de nociones políticas que puede emocionar tanto a leninistas como a libertarios derechistas. Aunque es una propuesta de complejidad tecnológica mínima, apela al deseo de Silicon Valley de resolverlo todo con algoritmos sencillos y elegantes. Sus partidarios enumeran los posibles resultados: puede acabar con la pobreza y la desigualdad con muy poca mediación burocrática. Con más dinero y menos trabajo, podríamos incluso disminuir las emisiones de dióxido de carbono que alteran el clima.

La idea del ingreso ciudadano ha estado muy presente últimamente entre la elitista camarilla tecnológica. El mega-inversor y fundador de Netscape Marc Andreessen le ha dicho recientemente a la revista New York que le parece “una idea muy interesante”, y Sam Altman de la incubadora de boutiques online Y Combinator entiende que su implementación es una “conclusión evidente”. Albert Wenger, inversor de capital riesgo de Union Square Ventures, con sede en Nueva York, ha estado blogueando sobre el ingreso ciudadano desde 2013. Le preocupan las aplicaciones inteligentes que está financiando su compañía, que hacen cosas como enseñar idiomas y llamar taxis, reemplazando puestos de trabajo con cada descarga.

“Nos encontramos en el comienzo de una era en la que las máquinas harán muchas de las cosas que tradicionalmente han hecho los humanos”, me dijo Wenger en octubre. “¿Cómo evitaremos que se produzca una división gigantesca en la sociedad entre los que tienen riqueza y los que no?” Wenger propuso realizar un experimento de renta básica en el distópico mundo de fantasía de Detroit.

Singularity University es una suerte de seminario en Silicon Valley en el que la convicción metafísica de que las máquinas son (o serán en un futuro cercano) superiores, en esencia, a los seres humanos se ve alimentada por los mismos que se beneficiarán de esa eventualidad. El pasado mes de junio, el co-fundador y presidente de la institución, Peter Diamandis, ejecutivo del turismo espacial, convocó una reunión de celebridades de dicho sector para discutir el dilema de la desocupación tecnológica.

“Dime algo que creas que los robots no pueden hacer, y te diré un plazo de tiempo en el que efectivamente podrán hacerlo”, me desafió un joven emprendedor italiano llamado Federico Pistono. Entre otros logros, Pistono ha escrito un libro llamado Robots Will Steal Your Job, but That’s OK [Los robots te robarán el trabajo, pero no pasa nada]. En el encuentro de Singularity era el principal defensor del ingreso ciudadano. Citó experimentos recientes en la India que parecen prometedores a la hora de combatir la pobreza entre las personas que la economía tecnológica ha dejado en el camino. Diamandis declaró luego haberse quedado “asombrado” por su potencial.

Uno no esperaría tal entusiasmo por el dinero incondicional en una habitación llena de inversores de orientación neoliberal. Pero para este tipo de emprendedores, el bienestar no requiere necesariamente un estado de bienestar. Uno de los asistentes a la reunión de Singularity era Marshall Brain, fundador de HowStuffWorks.com, quien esbozó su visión sobre la renta básica en una novela publicada en su web llamada Manna. El libro cuenta la historia de un hombre que pierde su trabajo en locales de comida rápida a manos del software, y solo encuentra la salvación en la utopía del ingreso ciudadano forjada desde el interior de Australia por un visionario gerente de un start up. Allí, la renta básica equivale a que la gente tenga tiempo libre para juguetear con el tipo de proyectos que podrían merecer una inversión de capital de riesgo, creando la sociedad de emprendedores autónomos que la cultura de la tecnología tiene en mente. Waldman se refiere al ingreso básico como “capital de riesgo para el pueblo”.

Imagen de Yang and Yun's Album
Imagen de Yang and Yun’s Album

Chris Hawkins, un inversor de 30 años que hizo su dinero diseñando software que automatiza el trabajo de oficina, señala a Manna como fuente de inspiración. En la web de su compañía ha comenzado a bloguear sobre el ingreso ciudadano, que entiende como un aniquilador de burocracia. ”Pones fin a los programas de asistencia del gobierno a medida que redistribuyes fondos”, me dijo. Congelas la vivienda social, la asistencia alimenticia, la sanitaria y demás, y los reemplazas con un único pago. Resulta que los inversores tecnológicos que promueven el ingreso ciudadano, en líneas generales, no están proponiendo financiar los pagos; prefieren que los necesitados paguen la factura por todos los demás.

“El costo tiene que cubrirse de alguna manera”, explicó Hawkins, “y creo que lo más lógico es usar los fondos que actualmente se destinan a los servicios que brinda el estado”.

Este tipo de razonamiento ha comenzado a ganar adeptos en Washington. El Instituto Cato, think-tank de Charles Koch a favor de un libertarismo pro-corporativo, publicó una serie de ensayos el pasado agosto en los que se debaten los pros y los contras del ingreso ciudadano. Durante esa misma semana, apareció un artículo en The Atlantic postulando un “argumento conservador para una renta básica garantizada”. Allí se sugiere que el ingreso ciudadano es, de hecho, una extensión lógica del plan del congresista Paul Ryan de reemplazar los programas de bienestar estadounidenses con subsidios en efectivo a los estados federales, la apuesta más reciente del Partido Republicano para coronarse como el “partido de las ideas”. La renta básica sigue siendo un asunto innombrable en los pasillos del poder, pero puede que los Republicanos estén más cerca de nombrarlo de lo que creen.

Karl Widerquist, profesor de filosofía política de la Escuela de Servicios Extranjeros de la Universidad de Georgetown en Qatar, ha estado predicando a favor del ingreso ciudadano desde su paso por la escuela secundaria a principios de los años 80. Alega que ahora estamos en la tercera ola pro ingreso ciudadano del activismo estadounidense. La primera fue durante las crisis económicas del período de entreguerras. La segunda, en los años 60 y 70, cuando héroes libertarios como Milton Friedman abogaban por un impuesto negativo sobre la renta y cuando asegurar un ingreso mínimo para los pobres era la única cuestión en la que Martin Luther King Jr. y Richard Nixon se ponían de acuerdo. (El Plan de Asistencia Familiar de Nixon, que tiene algunas semejanzas con la renta básica, fue aprobado en la Cámara de Representantes pero fracasó en el Senado). La ola actual parece haber retomado impulso a finales de 2013, al mismo tiempo que se viralizaba la noticia acerca de una creciente campaña en Suiza para someter el ingreso ciudadano a votación. Widerquist está satisfecho de ver el nuevo interés, pero se mantiene precavido en cuanto a lo que los libertarios derechistas y los tecnos tienen en mente.

“No creo que queramos esperar al desempleo generado por la tecnología para implementar el ingreso básico”, dice. En su opinión, el plan no consiste en evitar el próximo desastre, sino en reducir la explotación del sistema de propiedad.

Al extremo izquierdo de la ola actual de entusiastas se encuentra Kathi Weeks, una feminista marxista tradicional, en algunos sentidos, que ubicó el ingreso ciudadano como propuesta central de su último libro The Problem with Work, [El problema del trabajo]. Sin embargo, lo promueve de manera cauta: si el ingreso básico fuera demasiado bajo, la gente no podría dejar sus trabajos, pero los empleadores seguirían bajando sus salarios. Podría provocar que más compañías actuaran a la manera de Walmart, que deja que sus empleados sobrevivan a duras penas con los programas gubernamentales mientras que la empresa paga migajas. Los trabajadores cobrarían por nada, pero también podrían encontrarse con un poder de negociación cada vez menor en sus lugares de trabajo.

Si financiáramos la renta básica a partir del vaciamiento de las ayudas actuales, y no a partir de gravámenes a los más ricos, estaríamos haciendo todo lo contrario a resolver la desigualdad; el dinero reservado para los más pobres terminaría en manos de los que menos lo necesitan. En lugar de ser un baluarte formidable en contra de la pobreza, un programa de renta básica mal financiado podría producir una amplia clase baja más dependiente de quienquiera que realice los pagos. Y por muy descabellada que parezca la idea, quienes critican a Weeks desde la izquierda sostienen que no es más que un guiño, una reforma. “No marcará el final del capitalismo”, reconoce ella.

Como casi todas las soluciones rápidas que ofrece Silicon Valey, el ingreso ciudadano tendría sus ventajas, pero no sería suficiente para resolver nuestros problemas reales por sí solo. Aún no existe sustituto para la organización de más poder en más comunidades: el poder de moldear la sociedad, no solo de juguetear con la aplicación de otra persona. La seguridad social, por ejemplo, se introdujo gracias a las luchas populares de los años 30, y sacó a grandes cantidades de personas de la pobreza. El llamado Obamacare, un conjunto de reformas del sistema de asistencia sanitaria redactadas mayormente por la industria a la que debía regular, ha resultado ser mucho más problemático.

Una renta básica diseñada por capitalistas de riesgo en Silicon Valley es más propensa a reforzar su propio poder que a fortalecer a los pobres. Pero una renta básica generada a partir de la visión y la lucha de los que más la necesitan ayudaría a asegurar que sus necesidades se satisfagan primero. Si estamos buscando una salida al apocalipsis de los robots, será mejor que no pidamos ayuda a aquellos que lo están causando.

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