Cómo abordar las microagresiones raciales

Hacer visible lo invisible es el primer paso para combatir los desprecios y ofensas hacia las personas racializadas.

La gente blanca no puede resistirse al desafío a la gravedad de mi pelo, tiene que tocarlo. No me importa siempre y cuando me pregunten antes de meter la mano, pero normalmente no lo hacen. Así que después de aguantar este exceso de confianza durante años por parte de todo el mundo, desde el desconocido haciendo cola detrás de mí en el supermercado hasta un higienista dental de mediana edad, se me ocurrió una estrategia.

Ahora, cuando esa mano blanca empieza a acercarse a mi cabeza sin invitación, la mía empieza a acercarse hacia la suya. Hago lo que hagan ellos. Normalmente vacilan, retroceden y luego se inclinan resignadamente ante mi contacto, riéndose al reconocer su metedura de pata, su microagresión. Me río con ellos porque hay que tomárselo sin maldad, ¿no? Además de disfrutar un poco de la victoria. ¡Toda una oportunidad didáctica!

Por desgracia, que te toquen el pelo sin permiso es la única microagresión para la que tengo una respuesta eficaz y emocionalmente llevadera. No soy la única persona con un repertorio tan limitado. He intentado aprovechar mis redes sociales para ver cómo otras hacen frente a estas interacciones microagresivas de forma efectiva y no he obtenido respuesta, aunque tuitear sobre ellas sí parece funcionar para alguna gente.

La finalidad de muchas de las ideas que he encontrado en Internet parece ser el llevarlas a cabo en un mundo de fantasía, en el que los blancos tienen muchas ganas de aprender, no tienen miedo de la población negra, indígena y racializada, y no llaman a la policía ni nos denuncien si no es por una razón de peso. Otros consejos infringían una norma sagrada de la racialización: no malgastarás tu tiempo y ganas en educar a los blancos sobre cosas que ya deberían saber o que pueden buscar en Google.

Por último, recurrí a los expertos.

La definición clásica de microagresión es “una humillación breve y cotidiana verbal, conductual o ambiental, ya sea voluntaria o involuntaria, que expresa unos desprecios e insultos raciales hostiles, despectivos o negativos hacia las personas racializadas”. El término se acuñó a finales de 1960 y principios de 1970, después de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, cuando las expresiones visibles y violentas del racismo quedaron eclipsadas por manifestaciones más sutiles. Hoy en día el término ‘microagresión’ se ha ampliado para incluir a todos los grupos marginados y sus múltiples intersecciones, y se ha convertido en una especie de palabra de moda en el contexto de la justicia social.

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“Una microagresión es una humillación breve y cotidiana verbal, conductual o ambiental, ya sea voluntaria o involuntaria, que expresa unos desprecios e insultos raciales hostiles, despectivos o negativos hacia las personas racializadas.”

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Y, al igual que ocurre con la mayoría de palabras en boga, con el tiempo su significado se diluye en el mejor de los casos y se ignora en el peor. Pero eso elimina su impacto negativo. Ibram X. Kendi insiste en su último libro Cómo ser antirracista (Rayo Verde, 2020) en que las microagresiones no son más que “abusos raciales” y así deberían llamarse.

La mayoría de los expertos coinciden en que la frecuencia y las continuas consecuencias de las microagresiones son “alarmantemente altas” para las personas racializadas que las sufren.

El doctor Derald Wing Sue, profesor de psicología y educación en la Universidad de Columbia y experto en la materia, escribe que las microagresiones causan frustración, dudas, ansiedad y suponen una carga emocional, psíquica y espiritual acumulativas. Sue sostiene que, a diferencia de las macroagresiones (agresiones manifiestas a gran escala que suelen tener lugar a nivel sistémico), las microagresiones son interpersonales y suelen ocurrir en entornos académicos y profesionales.

Joy Petaway, una trabajadora social licenciada en Maryland, ha presenciado estas respuestas en algunas de sus clientas negras.

Las microagresiones son algo común en el ámbito laboral, afirma Petaway.

“Por eso cada vez hay más ansiedad… Porque se intenta perfeccionar una y otra vez lo que uno produce, estando ‘presente’ [e] interiorizando los mensajes negativos”, argumenta. “Resulta muy difícil desenmarañar estos mensajes al mismo tiempo que se intenta encontrar una motivación para acudir a estos lugares de trabajo que normalmente no son gratificantes para tu mente, tu cuerpo ni tu alma”.

A pesar de la evidencia, hay incrédulos que argumentan que el concepto de microagresión no es más que una corrección política descontrolada. Este razonamiento en sí mismo ya es una microinvalidación, una de las tres categorías de microagresiones identificadas por Sue. La microinvalidación consiste en ignorar las experiencias vividas de los grupos históricamente marginados. Un ejemplo de microinvalidación es la expresión “yo no veo colores [, veo personas]”, una frase bienintencionada que los blancos suelen formular como respuesta defensiva cuando se les llama la atención sobre una microagresión previa.

“Lo que están diciendo es que no quieren juzgar a las personas por el color de su piel”, dice Sue. “Pero no se dan cuenta de que clasificarme como asiático-estadounidense es algo importante ya que es una parte íntima de mi identidad racial y cultural”.

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Distinguir las microagresiones de la grosería habitual puede ser tarea difícil mediante el uso de métodos empíricos. Esto se debe a que las personas racializadas han sido aculturadas para anticiparse a las microagresiones de los blancos porque, según Sue, “no se ven a sí mismas como racistas o capaces de incurrir en un comportamiento racista”. Y es difícil demostrar la experiencia vivida con métodos empíricos.

“Por lo tanto, la pregunta es: ¿De quién es la realidad más precisa?” continúa Sue. “Los psicólogos sociales han investigado sobre esta cuestión y sus estudios demuestran que la realidad de las personas que se encuentran en una situación más marginal u oprimida es más precisa en cuanto a la opresión que se ejerce”.

Es algo lógico, prosigue, dado que las personas de comunidades marginadas se encuentran en una posición en la que deben entender a las personas que “tienen el poder y el privilegio” para tener éxito en el ámbito social, académico y profesional. En cambio, la población blanca (y en particular los hombres blancos cisgénero heterosexuales) simplemente no lo hace. “Para mí, las personas cuyas voces son oprimidas y silenciadas son quienes tienen que ser escuchadas… Así que a las personas blancas les corresponde no estar a la defensiva, escuchar y hacer el esfuerzo de entender [el impacto que su propio comportamiento tiene en las personas racializadas]”.

Es ahí donde la influencia del poder, del privilegio y de la opresión juegan en contra de las personas. Así que a los blancos les corresponde no estar a la defensiva y escuchar para intentar comprender lo que está ocurriendo. Porque las personas racializadas saben que las microagresiones son reales y suceden continuamente, pero son completamente invisibles para quienes las cometen y a quienes llamamos perpetradores.

Entonces, ¿cómo podemos desarmar las microagresiones sin sobrepasarnos desde un punto de vista emocional?

Denis Evans, una facilitadora certificada de talleres sobre inteligencia cultural y prejuicios implícitos en el oeste de Michigan, Estados Unidos, emplea el ingenio para desarmar las microagresiones, que también ella ha sufrido en numerosas ocasiones. Por ejemplo, cuando una persona blanca le “halaga” por su elocuencia y soltura, Evans, siendo negra, responde con la misma moneda.

“Contesto: ‘Muchas gracias, tú también’”. Después Evans pregunta sonriente por qué han sentido la necesidad de decir algo, incluyendo una lista de posibles razones en su propia pregunta: ¿Es porque soy de Nueva York? ¿O por ser mujer? ¿Por ser negra?

“Luego espero a que me respondan, literalmente”, explica. “Introduzco su microagresión y sus prejuicios implícitos en una caja de regalo con un lazo bonito y se la devuelvo. Se la entrego y espero a que la abran y me digan qué es lo que ven”.

Evans es educadora por vocación y explica cómo utiliza estos momentos de enseñanza para sacar a la luz las asociaciones inconscientes de las personas. Por ejemplo, relacionar “afroamericano” e “inculto”, “mujer” y “ayudante”. Este enfoque está basado en la investigación sobre los prejuicios ocultos de Mahzarin Rustum Banaji, una psicóloga de Harvard. Puede que el cerebro humano haga asociaciones de forma instintiva para su propia supervivencia, opina Evans, pero también podemos desmantelarlas.

“Todos los estudios muestran que nuestro cerebro es maleable y que podemos formar nuevas sinapsis. Siento que es mi responsabilidad ayudar a desarticular lo que ocurre en tu amígdala” comenta Evans con ironía. “Déjame que te ayude a disociar algunos de estos razonamientos en un momento”.

Explica que su método suele dejar a los blancos perplejos, no frágiles ni agresivos.

Soy consciente de lo incómoda que me sentiría al responder a las microagresiones de forma tan directa. Evitar la confrontación es una estrategia legítima en caso de que pueda producirse cualquier daño físico, pero mi silencio suele deberse a que estoy demasiado desconcertada como para contestar rápidamente o no estoy totalmente convencida de que me hayan “microagredido”.

Y no soy la única.

Al parecer, esta es una característica común entre los destinatarios de las microagresiones y esa confusión es una parte importante del motivo por el que son tan perjudiciales. “El poder de las microagresiones raciales radica en su invisibilidad para quien las perpetra y, a menudo, para quien las recibe” escribía Sue y varios colegas en un artículo de 2007. Es por ello que una estrategia fundamental para hacer frente a las microagresiones sea “visibilizar lo invisible”.

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“El poder de las microagresiones raciales radica en su invisibilidad para quien las perpetra y, a menudo, para quien las recibe […] por lo que una estrategia fundamental para hacer frente a las microagresiones es “visibilizar lo invisible”.”

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Al “nombrar” una microagresión, concepto que Sue toma prestado de la obra seminal de Paulo Freire Pedagogía del oprimido, somos capaces de socavar su poder y exponer la metacomunicación que hay tras ella.

La trabajadora social Petaway señala que, por ejemplo, la pregunta “¿De dónde eres?” es en realidad un código para decir “no eres lo suficientemente estadounidense” o que “tengo amigos negros” significa realmente “lo que acabo de decir no es racista y yo tampoco (lo soy)”. Y la respuesta ante esto no tiene por qué ser educativa o inmediata, añade.

A veces es algo tan sencillo como decir “se te notan los prejuicios” y alejarse, una respuesta que Evans tiene a menudo frente a las microagresiones a las que se enfrenta, sobre todo a las de las mujeres.

Pero la carga de responder ante esto no debería recaer únicamente en el receptor de la microagresión.

La escritora Leslie C. Aguilar sugiere que los receptores o testigos pueden decir simplemente “¡Eh!” Interrumpir y redirigir las conversaciones encaminadas hacia los prejuicios con un “¡Eh! ¡Mejor no sigas por ahí!” también puede funcionar, sobre todo cuando quienes lo dicen son aliados que comparten características comunes con el emisor.

Personalmente, coincido más con la sugerencia de Aguilar. A diferencia de Evans, que es un educador y representante ordenado, no siento la vocación de educar a los agresores. Ya tengo que lidiar con la depresión y la ansiedad, y ahora han dicho algo que me duele de verdad. ¿Por qué debería implicarme en una tarea emocional de ese calibre cuando ya me encuentro en una situación vulnerable?

Pero los estudios demuestran que, cuando no existe amenaza de violencia, es posible que la evasión no sea la mejor forma de proceder, que rehuir la resignación es beneficioso e incluso insufla sentimientos de valentía, dignidad y autoeficacia.

Además, de esta forma es menos probable que le dé vueltas a la situación ad infinitum.

Sin embargo, Petaway me asegura que puedo responder cuando quiera y como quiera. No existe una prescripción de limitaciones a la hora de hacer frente a las microagresiones.

“En realidad se trata de recuperar nuestro tiempo y centrarnos en nuestros límites”, explica.

Si no se aborda en ese momento preciso, tampoco significa que no se pueda abordar más adelante.

 

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Producido por Guerrilla Translation bajo una Licencia de Producción de Pares.

* Texto traducido por  Lara San Mamés, editado por Javier Roma
* Artículo original publicado en YES! Magazine
* Imágenes de portada y de artículo de Terence Faircloth, Atelier Teee, Inc.