De ciudades colaborativas a un mundo colaborativo
Presentamos un texto de Adam Parsons, autor británico y editor de la página web Sharing the World’s Resources (Compartiendo los recursos del mundo). Parsons da buena cuenta de las distintas corrientes englobadas bajo el apelativo de “Economía/consumo colaborativo”, tanto las más entusiastas como las más críticas. Es una postura con la que nos sentimos identificados en Guerrilla Translation: pasar de un paradigma competitivo a uno colaborativo nos parece esencial, pero creemos que ese espíritu colaborativo se tiene que extender y calar en todos los aspectos de la economía, no sólo en el ámbito de la producción y la mutualidad de recursos, sino como parte del propio tejido empresarial. Parsons va más allá y propone extender lo mejor de estas prácticas al ámbito social y a lo largo del planeta para crear, en sus palabras: “…un auténtico revulsivo para que todas las naciones del mundo empezaran a compartir de forma masiva e inclusiva, tanto a nivel nacional como transnacional.”
“Una red de ciudades asimiladas dentro de la economía colaborativa podría ser el germen de una red de regiones colaborativas y, con el tiempo, de naciones colaborativas y así sucesivamente hasta llegar a un planeta colaborativo. Esta red global de economía colaborativa propiciaría un cambio de paradigma absoluto y cambiaría las reglas del juego, tanto para la humanidad como para el planeta. Bajo esta perspectiva, nos corresponde a todos investigar el potencial del movimiento colaborativo de efectuar una transformación social y económica lo suficientemente poderosa como para afrontar los retos del siglo XXI.”
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Ahora que la economía colaborativa recibe cada vez más atención pública y mediática, empieza a surgir un valioso debate sobre su importancia general y la dirección que tomará en el futuro. Como paradigma emergente, no cabe duda de que el acto de compartir recursos crecerá y se transformará en los años venideros, especialmente dentro del contexto actual de recesión económica de carácter continuado, austeridad gubernamental y preocupaciones medioambientales. Prácticamente todo el mundo reconoce que se necesitan cambios drásticos en esta época de economías colapsadas en un planeta saturado. La vieja idea del sueño americano deja de ser factible en un mundo de afluencia creciente y donde se barajan previsiones de una población mundial de 9.600 millones de personas de aquí al 2050.
Por eso son cada vez más las personas que rechazan las actitudes materialistas que definieron las últimas décadas y que gradualmente se aproximan a una manera distinta de vivir basada en la conexión y el compartir, en vez de la propiedad y el consumo desmesurado. “Compartir más y ser dueño de menos” es la ética que subyace en un cambio discernible en las actitudes de las sociedades más prósperas, un cambio liderado por una generación joven, familiarizada con la tecnología, conocida como la “generación Y” o los milenarios.
Aun así, muchos pioneros de la cultura colaborativa también se plantean una visión expandida del potencial del movimiento en relación a los problemas más urgentes del planeta, como el crecimiento de población, la degradación medioambiental y la seguridad alimentaria. Ryan Gourley, de A2Share, argumenta que una red de ciudades asimiladas dentro de la economía colaborativa podría ser el germen de una red de regiones colaborativas y, con el tiempo, de naciones colaborativas y así sucesivamente hasta llegar a un planeta colaborativo: “Una red global de economía colaborativa propiciaría un cambio de paradigma absoluto y cambiaría las reglas del juego, tanto para la humanidad como para el planeta.” Bajo esta perspectiva, nos corresponde a todos investigar el potencial del movimiento colaborativo de efectuar una transformación social y económica lo suficientemente poderosa como para afrontar los retos del siglo XXI.
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Las dos caras del debate sobre la colaboración
Poco puede argumentarse en contra de los aspectos beneficiosos de compartir recursos entre comunidades o municipios, pero ha surgido cierta controversia en torno a una visión más amplia del movimiento de la economía colaborativa y su papel a la hora de construir un mundo justo y sostenible. Muchos defensores del incipiente paradigma de colaboración económica en la urbe moderna mantienen que esta economía va más allá del couch-surfing, de compartir coches o de las bibliotecas de herramientas y que podría potencialmente trastocar los fundamentos individualistas y materialistas del capitalismo.
Otros proponentes ven la economía colaborativa como un primer paso crítico para allanar el camino hacia una prosperidad universal y respetuosa con los límites naturales de la tierra y para facilitar la transición hacia economías más locales y sociedades más igualitarias. Pero también hay mucha gente que ni siquiera se plantea si participar en la economía colaborativa —dentro de sus parámetros y prácticas actuales— constituye un acto político realmente capaz de hacer frente a la economía consumista actual y su cultura del individualismo. Varios comentaristas argumentan que la proliferación de nuevas iniciativas aglutinadas bajo el paraguas de “lo colaborativo” no representan nada más que “una continuación de la adaptación perpetua de los mecanismos de oferta y la demanda a nuevas tecnologías y nuevas oportunidades” y que la “economía colaborativa” como tal se ha convertido en un foco de atracción para intereses comerciales –un debate que adquirió aún más relevancia cuando Avis, la multinacional de alquiler de coches, compró Zipcar, empresa pionera en el sector de compartir vehículos.
En su columna para el Financial Times, el autor Evegeny Morozov ha llegado incluso a decir que la economía colaborativa tiene un efecto dañino sobre las condiciones de trabajo básicas y la igualdad, dado que se adecúa perfectamente a la lógica mercado, dista mucho de favorecer las relaciones humanas por encima de los ingresos, e incluso incrementa los peores excesos del modelo económico dominante.
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Compartir como un camino para el cambio sistémico
Aunque reconciliar estas perspectivas polarizadas sería una tarea imposible, sigue habiendo buenos motivos para plantearse la dirección que tomará el nuevo movimiento colaborativo en los años venideros. Tal y como reconocen algunas de las mayores partidarias de la economía colaborativa, como Janelle Orsi y Juliet Schor, el movimiento ofrece tanto motivos para ser optimistas como una serie de obstáculos y preocupaciones. Por una parte, es sintomático de un cambio creciente en nuestros valores e identidades sociales que se ve reflejado en la transición de “consumidores” a “ciudadanos”. Por otra, nos ayuda a replantear nuestras nociones de propiedad y prosperidad en un mundo de recursos limitados, niveles escandalosos de desperdicios y enormes desigualdades económicas.
Igualmente, los críticos tienen todo el derecho a cuestionar si la economía colaborativa, tal y como la conocemos hoy en día, supone un reto a la injusticia de las estructuras de poder existentes, o si engendrará un movimiento ciudadano capaz de propulsar los cambios radicales que necesitamos para construir un mundo digno. En vez de reorientar la economía hacia una mayor igualdad y mejor calidad de vida, tal y como proponen autores como Richard Wilkinson, Herman Daly, Tim Jackson, o Andrew Simms, cabe considerar que muchas de las dinámicas colaborativas existentes —y gestionadas mediante redes P2P— corren el riesgo de caer presas de prácticas comerciales convencionales.
No se trata de un resultado inevitable, pero, mientras no promovamos la colaboración económica dentro de un contexto de derechos humanos, de lucha contra la desigualdad, de democracia, de justicia social y de cuidado del medio ambiente, todo pronunciamiento sobre el potencial paradigmático del movimiento colaborativo para solventar las crisis interrelacionadas que afectan al planeta carece de substancia.
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De compartir localmente a hacerlo globalmente
Un planteamiento de lo colaborativo bajo el criterio de la sostenibilidad social, tal y como proponen muchos individuos o grupos como Shareable, supondría un auténtico revulsivo para que todas las naciones del mundo empezaran a compartir de forma masiva e inclusiva, tanto a nivel nacional como transnacional. Serviría para incrementar la igualdad, reconstruir comunidades, mejorar el bienestar, democratizar la gobernanza nacional y global, defender y promover el procomún global e incluso allanar el camino hacia estructuras internacionales más cooperativas que reemplazaran el paradigma actual de globalización neoliberal competitiva.
Aún no hemos llegado ahí, por supuesto, y es evidente que la acepción común de “colaboración económica” que conocemos hoy en día está primordialmente enfocada sobre dinámicas personales de dar y recibir entre individuos, o a través de plataformas comerciales online. Pero, el mero hecho de que la conversación se haya ampliado para incluir el papel de los gobiernos nacionales en cuestiones como compartir infraestructuras públicas, poder político y recursos económicos, representa un indicativo esperanzador de que el incipiente movimiento colaborativose mueve en la dirección adecuada.
También hay quien se plantea cuáles serían las implicaciones de una política de compartir recursos en países menos desarrollados y con altos índices de pobreza, y si el resurgimiento de la colaboración económica en países desarrollados, y a nivel global, puede suponer una solución ante la convergencia de crisis que nos afectan. Quizás, de aquí a un tiempo, el concepto de colaboración económica a escala global –impulsado por la conciencia de una inminente catástrofe ecológica, por los extremos en desigualdad y la mortalidad que provocan, y o por la intensificación de los conflictos en torno a los recursos naturales– sean el tema de conversación más habitual en cada reunión de amigos o dentro del propio entorno familiar.
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Producido por Guerrilla Translation bajo una Licencia de Producción de Pares
- Texto traducido por Stacco Troncoso, editado por Rosana Fdez y Mamen Martín
- Artículo original publicado en Shareable
- Imagen de portada de Nicolas Raymond
- Imágenes de artículo de Oxfam East Africa y epSos.de