Una Organización Solidaria

Un amigo de Facebook preguntó el viernes:

“¿Cuáles creéis que son los elementos fundamentales (no me refiero a valores, sino más bien a procesos específicos, normas y estructuras) de los entornos laborales más colaborativos, solidarios y no competitivos? Entornos en los que no se menoscabe la contribución de los demás, sino que se fomente la admiración y el reconocimiento entre compañeros, entornos donde prestarse gustosamente a dedicar tiempo al bien colectivo en lugar de buscar el propio provecho, espacios donde la “cultura de la organización” y la prestación de cuidados -tan a menudo invisible y condicionada por el género- se consideren asuntos prioritarios y de gran importancia.  ¿Cuáles serían algunas de las medidas prácticas que se podrían implementar, aparte de la destrucción del capitalismo? ¿Qué se os ocurre, oh almas sabias?”

Yo llevo dos años trabajando con un grupo de gente increíble en la construcción de una organización que es justo así: solidaria, colaborativa, y no competitiva, un espacio donde nos admiramos y reconocemos los unos a los otros, donde las prestaciones de cuidados se distribuyen equitativamente e independientemente del género.

Caramba, es algo insólito, tengo mucha suerte. Es un privilegio incuestionable, así que estoy tratando de determinar qué hace que nuestra organización sea tan especial para compartirlo con los demás.

Es algo bastante abstracto, así que no estoy seguro de poder expresarlo con claridad. Pero allá voy…

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Qué se siente en un entorno laboral indiferente

Os describo una escena, y decidme si os suena.

Estás en el bar, acabas de reunirte con un amigo después del trabajo. Os habéis abrazado, os habéis quitado las chaquetas y bufandas, y habéis pedido algo de beber. ¿Qué es lo primero de lo que habláis?

Según mi experiencia personal, la primera conversación suele girar en torno a alguna mala experiencia en el trabajo. Las primeras copas de vino vienen acompañadas de anécdotas de frustración, irritación, desconsideración, y a veces hasta de abuso: Estoy cabreado porque los imbéciles de mis jefes han impuesto este proceso ridículo y sin sentido que hace mi trabajo diez veces más difícil… Tengo ansiedad porque hay rumores de que podría haber una reestructuración de plantilla y a lo mejor me echan… Me duele que mi compañero me haya pisoteado de esa manera en la reunión…

No sé vosotros, pero yo he escuchado tantas veces este tipo de conversaciones que ya me resultan prácticamente invisibles. Se han convertido en una norma cultural, en un calvario que hay que atravesar antes de poder llegar a esas otras conversaciones interesantes sobre sueños raros, nuevos amantes y nuevos amantes raros de ensueño.

Creo que estas conversaciones se mantienen en el bar porque no tienen cabida en el trabajo. Quizá no sean lo suficientemente elocuentes como para tener su propio punto del día en la agenda de una reunión, ni lo suficientemente serias como para constituir una queja formal. Al final uno acaba tragándoselas hasta que se convierten en un pequeño zurullo atascado en la barriga, o bien acaban amargando a tus amigos en el bar.

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El día de “trae tus emociones al trabajo”

Tengo el presentimiento de que una de las cosas que hacen diferente a mi entorno laboral es que allí no necesitamos tener ese tipo de conversaciones en el bar, las tenemos en el trabajo. De hecho, esas conversaciones son el trabajo en sí.

Al haber trabajado estos dos últimos años en una organización que valora las manifestaciones emocionales, ahora puedo reinterpretar tales situaciones desde un enfoque totalmente fresco. Dentro de cada una de estas frustraciones hay un proceso de mejora, un descubrimiento en nuestra forma de pensar, un reajuste estratégico, una innovación organizacional, una nueva definición de roles que aguarda el momento de germinar.

Pero para poder alcanzar la preciada gema antes tienes que aceptar y prestar atención a tus emociones negativas. ¡Necesitas poder llevar a tus emociones al trabajo! Eso supone dejar a un lado la máscara de profesionalismo que te pones al entrar a la oficina. Significa crear un espacio en el que todos puedan sentir que están siendo ellos mismos. Un espacio donde la gente pueda estar presente.

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Presencia

Estar presente es alucinante. Cuando las personas están presentes las unas con las otras, se escucha a quien habla. ¡Y, eh, ser escuchado es lo más bello del mundo! ¡Cuando digo algo y sé que me estás escuchando, mi cerebro recibe una deliciosa descarga de oxitocina! ¡Y, oh, cuando soy yo el que escucha, puedo percibir todo un universo dentro de la persona que habla!

Estar presente es la chispa mágica que, en la infinita oscuridad del vacío, conecta esta efímera mota de polvo llamada “yo” con esa otra mota de polvo llamada “tú”.

No es sólo una sensación maravillosa. Es incluso más que un momento místico de conexión cósmica. ¡Lo más gracioso es que es bueno para los negocios!

He observado que si en lugar de apresurarte a pasar a los asuntos del orden del día, escuchas con verdadero interés los problemas de alguien, sin duda hallarás las claves para mejorar el bienestar del individuo en particular y el de toda la organización en general.

Sin embargo, la presencia es algo que escasea. He conocido a gente que ha recorrido el mundo buscándola. Podrías pasarte media vida intentando estar presente contigo mismo y pasar la otra mitad de tu vida buscando a alguien con quien estar presente.

Así que la pregunta es, ¿qué se necesita para estar presente?

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Llegada

Estar presente implica haber llegado a algún sitio. Y, ante todo, si has llegado es porque has recibido una invitación.

Una buena invitación te indica dónde y cuándo tienes que estar. Te dice cómo llegar hasta allí. Te dice qué has de llevar y qué es lo que se espera de ti. Si vais a tomar decisiones juntos, necesitas estar bien informado. Si te desplazas en silla de ruedas, necesitarás saber cómo llegar a la sala de reuniones desde el ascensor.

Entregar una buena invitación es una tarea extremadamente importante.

Llegar no consiste sólo en aparecer en el lugar indicado a la hora correcta. Para hacerlo bien, la gente necesita tiempo para establecerse. ¡Si te encuentras en una habitación llena de gente que aún no ha llegado, estás en una habitación desierta, y tu reunión será una pérdida de tiempo!

Invitar y establecerse son tareas cruciales. Vivimos en una cultura mayoritaria que ha impuesto una clasificación sexista sobre determinados tipos de trabajo: es trabajo para mujeres. Es decir, que será infravalorado e invisibilizado por sistema. Cuando soy yo el que lo hace, se le llama liderazgo. Pero cuando es una mujer la que lo hace, como mucho se le llama administración. ¡Menuda mierda!

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Establecerse

He presenciado cientos de rituales de bienvenida diferentes en una multitud de contextos.

En Te Ao Māori existe la práctica del pōwhiri , una colección de ritos de bienvenida inimaginablemente rica.

“Ceremonia de bienvenida” es una traducción terriblemente insípida. La palabra “bienvenida” no me dice nada especial, pero pōwhiri – ¡eso sí que tiene fuerza! Incluso yo, un insignificante pākeha que apenas sabe tres palabras en te reo, puedo decirte eso.

El pōwhiri es una sucesión de actos diseñada para entretejer a dos grupos. A través del movimiento, el habla y el canto, compartiendo genealogía, bienes, comida y hasta el propio aliento, el pōwhiri entrelaza a los invitados y anfitriones en un todo coherente, preparándolos para el trabajo que está por acontecer.

Un ritual de establecimiento no tiene por qué ser tan amplio. No hay por qué hacerlo tan solemne.

Si vienes a mi casa, te ofreceré una taza de té y algo para picar. Cuando vengas a mi oficina, te haré un recorrido rápido por las instalaciones: ésta es la cocina, aquí está el baño, aquella gente está trabajando en esto o en aquello, nuestra reunión es en esta sala… Todo es parte del trabajo de orientar y preparar a la gente para colaborar.

Una práctica de establecimiento que empleamos en casi todas las reuniones es el “check in” (o registro). La gente llega, toma asiento y permanece en silencio. Entonces el anfitrión inicia la ronda de “check in” con una pregunta muy sencilla: ¿Qué os ha traído hasta aquí? o ¿Cómo estáis? o ¿Qué pensáis de todo esto?

Se cierran los portátiles. Contestamos por turnos. Uno por uno, todos hablamos, y a todos se nos escucha. Ahora todas nuestras voces resuenan en la habitación, estamos presentes y listos para trabajar.

Aconsejo rotundamente la práctica de este ejercicio a todo el que quiera desarrollar una cultura laboral más colaborativa. Las palabras que la gente articula pueden resultar mundanas o incoherentes o embarazosas, pero créeme, es una experiencia profunda.

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Avanzando juntos

Diría que una vez que has dejado de tener “reuniones” para empezar a tener “encuentros productivos” ya lo tienes casi todo hecho.

Una organización colaborativa eficaz es esencialmente una serie de encuentros productivos: un grupo de gente que se junta para intercambiar información y acordar los próximos objetivos. Después se dispersan para realizar el trabajo acordado y se vuelven a reunir.

Una y otra vez, como respirar.

Inhala, exhala.

Converge, diverge.

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De vuelta al bar

Remontémonos a aquellas conversaciones de las que hablábamos antes. Estás en el bar compadeciendo a tu amigo, que ha tenido un día de mierda en el trabajo.

Estas conversaciones al salir del trabajo son terapéuticas, pero por desgracia sólo consiguen anestesiar la herida, no pueden atajar los problemas de raíz.

El problema es que cuando mi amigo desahoga todas esas irritaciones y preocupaciones hablando conmigo, ¡no puedo hacer nada al respecto aparte de compadecerle!

Y eso nos lleva a hablar de estructura.

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Estructura

Elegir una estructura es una decisión polémica. Toda organización es única, pero hay un número reducido de estructuras legales entre las que elegir. No tienes más remedio que escoger una en la que encajar a tu organización con calzador.

Para nuestra organización, Loomio, elegimos una estructura cooperativa: es decir, los trabajadores son los propietarios. Creo que Karl Marx, o alguien parecido, era un tío que de verdad entendía la diferencia de intereses que existe entre propietarios y trabajadores: esa tensión se puede solventar si haces que los trabajadores y los propietarios sean iguales.

Estar en una cooperativa es genial. He visto cómo ha cambiado la vida de cantidad de personas hasta ahora. Insisto, es maravilloso.

Os voy a poner un ejemplo: hoy mismo al terminar mi jornada tuve el gran honor de concluir una reunión con las siguientes palabras: “Mary, todos los miembros de esta cooperativa decidimos por consenso la semana pasada brindarte una invitación especial. Queremos que seas un miembro más. Has estado contribuyendo durante un año. Eres tan generosa y tienes tanto talento que aún no hemos encontrado el modo de retribuírtelo como te mereces, pero queremos que seas un miembro de pleno derecho como todos nosotros”.

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Mary, Mix, Chelsea, y yo. La panda de cooperativistas de Loomio en modo super-feliz

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La elección de un modelo cooperativo es más que una aburrida decisión legal. Es el caldo de cultivo que da lugar una y otra vez a momentos mágicos como ése. Es la cualidad que diferencia a nuestro espacio de trabajo de aquellos de los que te quejas en el bar. Nos pertenece a todos, así que nos esmeramos por solucionar cualquier problema que pueda surgir.

Un entorno laboral solidario es aquél en el que todos tenemos oportunidad de colaborar en mejorarlo tanto para nosotros mismos como para los demás.

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Proceso

Dentro de esta estructura legal, hemos desarrollado unos cuantos procesos. No voy a nombrarlos todos en este artículo, pero voy a dejar algunas pistas: ritmo, observar, comunicar, escuchar, apoyar, improvisar, gratitud, visibilidad, perspectiva flexible, turnarse, elogiar, reflexionar, ser amable (manaakitanga), confiar (kaitiakitanga), crear un espacio, mantener un espacio, compartir el poder, celebrar rituales…

Es difícil expresar todas estas ideas en palabras porque casi todo proviene de una cultura oral y no de una escrita. Capturarlo en un formato compartible es una tarea ardua. Aquí hay un borrador que podría ayudar.

Creo que contiene un par de conceptos fundamentales muy sencillos que podrían resultar útiles:

Nuestro objetivo común es la mayor prioridad: es el pegamento que nos mantiene unidos. Dedicamos tiempo a articular nuestra visión para transmitir el impacto social positivo que queremos lograr juntos, y ese es el principio que nos guía.

Después viene el bienestar de los individuos: mantener de forma constante un espacio en el que dé gusto estar. Sentir cuando algo no va bien y ajustarlo según proceda. Hay días en los que me siento mal porque tengo algún problema en casa y necesito más apoyo en el trabajo. Otras veces me siento mal porque no tengo posibilidades de crecimiento en el trabajo, o porque pienso que la estrategia es estúpida. ¡Todos los sentimientos son información válida y útil!

De nuevo, creo que éste es un tema controvertido, ya que un espacio perfectamente inclusivo no existe. Si tratas de incluir a todo el mundo acabarás incluyendo a gente cuya conducta excluye a otros. Una comunidad se define por sus límites, así que las preguntas serían: ¿Dónde establecemos nuestros límites?, ¿Qué conductas incluimos?, ¿Cómo tratamos a alguien que se acerca peligrosamente al límite de lo aceptable?

No puedo proporcionarte las respuestas a todas estas preguntas, pero puedo decirte con bastante seguridad que necesitas responderlas. Si consigues crear un espacio en el que podáis encontrar las respuestas juntos, si entre todos podéis diseñar las normas, procesos y estructuras de vuestra organización, entonces estoy convencido de que vuestra organización será también solidaria, colaborativa y no competitiva.

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Producido por Guerrilla Translation bajo una Licencia de Producción de Pares.

* Texto traducido por Sara Escribano, editado por Susa Oñate
* Artículo original publicado en Medium
* Imagen de portada de Hindol Bhattacharya